con los protagonistas de la historia

Felipe González, de la clandestinidad al estrellato

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photo_camera El entonces líder del socialismo, Felipe González, con Sobrado Palomares en una de sus entrevistas.

Fue Pedro Rodríguez en su sección “La Colmena”, publicada en el diario falangista "Arriba", muy leida por cierto, el que por primera vez comentó que Isidoro se llamaba en realidad Felipe González y que era un abogado laboralista sevillano.

De repente como una lluvia inesperada, en aquel otoño de 1974, por los cenáculos políticos de Madrid donde florecían las conspiraciones, muy abundantes entonces, se extendió primero el rumor y después la noticia de que un tal Isidoro había resultado elegido en un congreso celebrado en Suresnes primer secretario del PSOE. La pregunta que todos nos hacíamos era a quién ocultaba ese nombre. El despiste era general,  desde Tierno Galván a Ramón Tamames lanzaban nombres al azar, unos decían que era Mújica, otros Nicolas Redondo. El acertijo fue la constante muletilla en un cóctel ofrecido por Ediciones Guadiana, propiedad de los hermanos Camuñas. Los Camuñas, siempre tan al día, tampoco lo sabían. Fue Pedro Rodríguez en su sección “La Colmena”, publicada en el diario falangista "Arriba", muy leida por cierto, el que por primera vez comentó que Isidoro se llamaba en realidad Felipe González y que era un abogado laboralista sevillano. Se cuidó de añadir que el PSOE era un partido ilegal. Pedro Rodríguez tenía unos excelentes contactos con la policía.

Unos días después, aparecía la primera entrevista con Felipe González en el Correo de Andalucía hecha por el conocido periodista sevillano Juan Holgado Mejías. Nadie pudo leerla, pues el periódico fue secuestrado antes de su distribución. Tanto el entrevistado como el entrevistador fueron detenidos por miembros de la Brigada Político-Social, pasaron la noche en comisaría y al día siguiente fueron puestos en libertad bajo fianza. Felipe Isidoro González era un nombre prohibido, cualquier información que le ligara al cargo de primer secretario del PSOE estaba fuera de la ley y quien se atreviera a trasgredir ese mandato sería castigado con los rigores previstos, entre ellos el secuestro de la publicación, lo que significaba unas pérdidas enormes para la empresa editora. En las redacciones, yo entonces era director de la revista Posible, que tratábamos de informar y opinar sobre la necesidad de superar el sofocante presente, había miedo.

Durante muchos años pensamos que el futuro nacería con la muerte de Franco.  Había muerto Franco y el futuro estaba entre nosotros y ante nosotros. Pero sentíamos que el edificio institucional de la dictadura, ya una casa sin alma, seguía ahí como el dinosaurio del mítico cuento de Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”. Convivíamos con el cadáver del dinosaurio difunto. 

Felipe González no sabía con exactitud cuál era la situación de su partido y sobre todo ignoraba cuáles serían las posibilidades de movimientos y comunicación. Por supuesto que era ilegal, pero ya no podían tenerlos encerrados en las catacumbas de la clandestinidad. Vivíamos en una tolerancia vagabunda, pero no en el derecho, y la tolerancia se volvía con frecuencia intolerante y retomaba los viejos modos. Éramos moradores provisionales de los  escombros humeantes de la vieja tiranía.

 Uno de aquellos días de incertidumbre entró en mi despacho de la dirección de Posible, Jesús Prieto, confeso militante socialista para decirme que Felipe González quería comer conmigo. Nos citamos a los dos días en el restaurante gallego La Toja; lo eligió Felipe no sé si como detalle a mi galleguismo o porque estaba relativamente cerca de su despacho en Jacometrezo. Tal vez por las dos cosas. 

Acudió vistiendo la célebre cazadora marrón, la camisa de colores de cuello abierto y el pelo largo enmarcando el rostro de gitano bravío. Ahora, al tenerlo frente a mí, seguía en la ilegalidad, pero ya era famoso, muy famoso, aunque no fuera conocido –-nadie lo saludó ni miró de reojo-. Era consciente de que estaba saliendo definitivamente a escena y de que sería primer actor en la comedia del arte político; no lo sospechaba, lo sabía. 

Hablaba con seguridad y convencimiento, haciendo los gestos exactos para atraer la atención y el interés. Encantador para encantar. Hablamos. Habló. Europa, dijo y repitió, no podrá consolidar su proyecto político y económico sin contar con la península Ibérica. Y en España no podremos diseñar el futuro sin contar con la existencia del marco económico y político que ya se está  consolidando en Europa. Ambos destinos están fatalmente interconectados.

Un cambio tranquilo

Comprendía que en los momentos cruciales que acabábamos  de pasar los españoles, los europeos no hubieran apostado, a fondo, por un inmediato cambio democrático y prefieran la idea de un cambio tranquilo como le había explicado Willy Brandt. Y, como si estuviera escribiendo el guion, afirmaba que una vez se hubieran pasado los fastos emocionales, tanto los europeos como los españoles tendrían que afrontar los cambios institucionales. La prensa, dijo variando de tono, tiene que desempeñar un papel importante en el proceso a la democracia. Recuerdo una frase exacta de las que pronunció, la cual apunté y utilicé alguna vez sin citarle, tanto en artículos como en conferencias: “En estas circunstancias la información es movilización”. Por eso la libertad de información debía convertirse en un clamor y en una exigencia social.

De postre tomamos tarta de Santiago. Desde aquel día nos vimos con frecuencia, me fui sintiendo su amigo, nunca dejamos de vernos, incluso en los tiempos de la Moncloa encontrábamos tiempo para charlar. He sido testigo de los días de gloria y asistí desconcertado a la cacería infame que le montaron los periodistas agrupados en lo que Cebrián calificó como el Sindicato del Crimen.

El tiempo pasaba y Felipe estaba imponiendo su rostro joven como la cara nueva del viejo PSOE. Ese papel tenía múltiples exigencias. Viajar, hablar, negociar, convencer. Se fue a Cuba, a México y a Venezuela para encontrarse con Fiden Castro, Carlos Andrés Pérez y Willy Brandt en una reunión de la Internacional Socialista celebrada en Caracas. 

No paraba. En medio de ese sin parar un día me dijo: “Alfonso, ¿sabes que en Ourense todavía no está implantado el partido? Pues hay que fundarlo o refundarlo”. Me pidió que le montara unas reuniones con personas ourensanas abiertas y progresistas, en realidad solo me pedía que fueran gentes abiertas. “Bueno, yo los reúno y tú los seduces”, le contesté como le había contestado ante circunstancias análogas en Madrid. El 5 de septiembre de 1976, domingo, hicimos el viaje en dos coches, en uno, el del partido, conducido por el entrañable Juanito Alarcón, iba Felipe, en el mío me acompañaba el secretario de información y propaganda Guillermo Galeote. A falta de unos 150 kilómetros para llegar a Ourense por unas carreteras pedregosas, aprovechando una parada para tomar un refresco, Felipe se cambió con Galeote y subió a mi coche. Cuando le estaba explicando el tipo de gente que íbamos a ver en Ourense y las reuniones en que los encontraríamos tuve que esquivar, en una brusca maniobra, a un coche que venía de frente. Llevaba conduciendo con Felipe a bordo una media hora cuando Juanito Alarcón nos adelantó haciendo gestos de que nos detuviéramos en una gasolinera próxima. Habló con Felipe con el tono sigiloso de las confidencias y realizamos de nuevo otro cambio, Galeote regresaría a mi coche y Felipe iría con Juanito, ya que Juanito consideraba que conmigo al volante podía correr un serio peligro.

Ya en Ourense dimos una vuelta por las calles de los vinos, nadie le reconoció y él me hizo el comentario: “Esto nunca lo podrá hacer Carrillo, andar solo por la calle sin que nadie le mire”.

Mensaje y mensajero

A la mañana siguiente concedió varias entrevistas en casa de mi hermano Pepe, donde habíamos dormido, a varios periodistas de los medios gallegos, para La Región se la hizo Maribel Outeiriño. A mediodía nos sentamos 35 comensales, alrededor de Felipe, en un amplio salón del restaurante O Carroleiro. A lo largo de cuatro horas se sucedieron las intervenciones de Felipe González con intercalados de preguntas y respuestas trufadas de brindis y observaciones. Al final todos manifestaron su intención de convertirse en militantes socialistas. Habían encontrado el mensaje y el mensajero exactos para decidirse a participar en la construcción del futuro. Entre ellos estaba Celso Montero, un cura partidario de la teología de la liberación, además de periodista y que sería el primer senador socialista, y después Valedor do Pobo Galego. Austero como una palmera del desierto. Celso. Reuniones como esta las había protagonizado Felipe en varios centenares de pueblos y ciudades españolas. En esas apariciones Felipe transmitía en un lenguaje fresco y novedoso las ideas de un socialismo humano. Tan sorprendente como deslumbrante. Cenamos en Amoeiro, en el restaurante de Elvira. Felipe le pidió dos panes para llevarse. Siendo ya presidente todavía me habló del pan de Ourense.

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