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El rey, un embajador económico

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photo_camera Felipe VI, durante una comida familiar en su residencia con la reina Letizia y sus hijas Leonor y Sofía.

Su imagen más conocida está a menudo ligada a actos sociales, cuando la realidad demuestra –se ha visto en Davos– que es capaz de ser uno más a la hora de trabajar, como él mismo dice, “con papel y lápiz”.

En un país donde apenas se habla de otra cosa que no sea Cataluña tiene su mérito abrirse paso con otro tipo de noticias. Incluso para el jefe del Estado, salvo que explote su versión people, como de alguna manera acaba de hacer con la distribución de unos vídeos familiares, al hilo de su 50 aniversario. Pero lo importante no eso, sino la intervención de Felipe VI en el Foro Mundial de Davos.

A este rey, como a cualquier otro, se le puede afear su origen –no estrictamente democrático, aunque constitucional–; es relativamente fácil para los nacionalistas criticar su visión españolista del Estado, pero también tiene activos que se pueden poner en valor, tal vez los menos conocidos por la opinión pública, aunque exista constancia de ello en medios empresariales, financieros y diplomáticos.

Su presencia en Davos, donde pronunció un buen discurso ante la élite mundial, es la primera de un jefe de Estado español, lo cual es de por sí un dato positivo, pero es, sobre todo, un apoyo importante al empresariado español, que a diferencia del francés no dispone de una verdadera diplomacia de los negocios. Ni siquiera de un jefe de Gobierno que siga sus pasos.

Después de Felipe González, España es un país con una diplomacia económica de perfil bajo, de tono muy gris. Por eso también es importante el papel del rey.

Felipe VI tal vez ha tardado demasiado en ponerse a hacer lo que mejor sabe hacer. Ya en sus tiempos príncipe hizo una labor importante como embajador económico, al frente de numerosas misiones empresariales, en su mayoría convocadas al hilo de las tomas de posesión de jefes de Estado y de Gobierno, especialmente en América Latina.

Pero la imagen más conocida del Rey sigue a menudo ligada a actos sociales –en el mejor de los casos culturales–, cuando la realidad demuestra –se ha visto en Davos– que es capaz de ser uno más a la hora de trabajar, como él mismo dice, “con papel y lápiz”. Tuve ocasión de comprobarlo en un viaje con él a México, siendo todavía príncipe, lo que nos permitió elaborar un gran informe para la revista Capital. Entones tenía casi 40 años, diez menos que ahora, pero ya llevaba diez años asistiendo a todas las tomas de posesión de mandatarios iberoamericanos.

Su ventaja es importante. Los políticos se van pero él sigue. Su agenda de contactos políticos y económicos ya era cotizada entonces pero como rey del siglo XXI sigue lejos de dar de sí todo lo que puede dar. Ni él se luce haciendo lo que mejor sabe hacer ni el país aprovecha su buena imagen en el exterior, cuando la imagen de España requiere un relanzamiento tras haber quedado tocada por la crisis económica y el desafío independentista. El turismo y el fútbol mantienen el brillo, pero con eso no basta. Una economía globalizada exige mucho más.

Felipe VI sabe tocar las teclas del poder y además interpreta su partitura con discreción. No tiene el carácter de su padre, el rey Juan Carlos, con aptitudes para determinados ambientes –algunos peculiares–, pero sabe transmitir confianza y se desenvuelve bien hablando en varios idiomas. Difícilmente podrá encontrar el Gobierno un mejor embajador para la marca España, lo cual no quiere decir que no quede mucho trabajo por hacer. En definitiva, su valiosa trayectoria como príncipe apegado a las misiones empresariales sigue pendiente de reeditarse en su condición de jefe de Estado.

@J_L_Gómez

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