CON PRIMA DE RIESGO

Economista: esa profesión poco entendida, también criticada, y siempre necesaria

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Se suele culpar con frecuencia al mensajero de los errores de la comunidad

Existe un dicho (malvado) que afirma que “un economista se define como aquel que es capaz de explicar mañana lo que ocurrió ayer”. Este dicho implica que este profesional no es capaz de identificar lo que sucede en la economía en tiempo real e incluso se le exige que sea capaz de “adivinar el futuro” económico.  

Estas exigencias a pocas profesiones se les imponen, como mucho a la medicina, para poder curar enfermedades o a la política para adelantarse a diferentes problemas. 

Pero la verdad es que la fama ya está instaurada y tras la crisis del 2008, donde se acusó a esta profesión de no haber intuido lo que venía encima, esta fama se ha diseminado.  

Sin embargo, la verdad es que la economía en muchos puntos todavía es una ciencia “nueva” ya que es relativamente reciente su derivada hacia el uso racional de las matemáticas y de la creación de modelos predictivos del comportamiento humano.  


Hasta hace poco era una ciencia de corte social que explicaba con los medios con los que contaba lo que ocurría en la economía


La idea de ciencia económica engloba todos los parámetros, teorías y técnicas de estudio relacionados con los factores de producción de una sociedad. A través de un conjunto de herramientas, la ciencia económica pretende describir el comportamiento de las empresas, los individuos y las naciones con respecto a sus recursos materiales.

Por lo tanto, vemos que el objetivo de la economía es analizar la realidad actual, una realidad que si miramos hacia atrás, actualmente es difícil de explicar por los múltiples cambios casi diarios.

Por ejemplo, es muy difícil de explicar cómo serán las relaciones entre clientes y empresas en el mundo digital, cómo será el empleo en el mundo de la robótica, o cómo será el llamado envejecimiento activo o el turismo, con la presencia de más de 2.000 millones de turistas en el mundo, el doble de lo actual.

Pero equivocar, sin duda que nos equivocamos. Como siempre, los datos: Por ejemplo, en el año 2001, Prakash Loungani, un economista del Fondo Monetario Internacional (FMI), presentó un trabajo sobre el análisis de la precisión de las previsiones económicas de los años 90, y su informe afirma dos realidades,  “casi todas las previsiones eran prácticamente iguales”, fuera quien fuera el emisor del informe, bancos de inversión, organismos internacionales o nacionales, o gobiernos.

Y la segunda máxima: “es el alto grado de fracasos a la hora de predecir los resultados”. Este mismo economista, en el año 2009, con la ayuda de Hites Ahir, otro economista, analizó de nuevo las previsiones para abril de 2008 de 77 países y ninguna predijo la crisis. Sin embargo, en el 2008, tantos como  49 de esos países se encontraban en pleno proceso de crisis.

Un dato especialmente sorprendente es que en septiembre del 2008 —como recordarán— la fecha de la caída del Lehman Brothers, las previsiones mayoritarias de los economistas seguían hablando de crecimiento y no de fuerte recesión. 

Por qué los fallos

Los fallos siguieron. El Fondo Monetario Internacional hablaba de recuperación para el año 2012, pero ese proceso no acabó de llegar para Europa o España.

Tim Harford, Nobel de Economía, en un artículo de opinión en el  Financial Times afirma que “da igual quien haga las previsiones, sea un académico, un periodista, un político o un diplomático: todas las previsiones obtienen los mismos malos resultados”.

La explicación a estos errores según Harford son dos: de una parte la economía todavía no es suficientemente entendida y comprendida por parte de los estudiosos del tema. De otra parte, entiende Harford que los analistas están mediatizados (o disponen de incentivos, explicación en jerga económica); es decir, no se quieren salir de la media porque en caso de error pueden ser fuertemente castigados.

O sea, mejor equivocarnos todos a que alguno acierte.

Ya ven cómo está el tema, como para fiarnos de los organismos y de sus análisis. Uno de los economistas de referencia de la historia de la economía, Keynes, afirmaba que “los economistas deberían considerarse a sí mismos como gente humilde y competente, al nivel de los dentistas”.

Es decir, analizar sus verdaderos conocimientos, identificar sus limitaciones y ser capaces de centrarse en lo que sí pueden hacer. Por ejemplo, dar consejos sobre inversiones protegidas o explicar cuestiones concretas y siempre recordar que un “dentista jamás te dirá cuándo un diente se enferma o se cae”.

También, en mí siempre modesta opinión, deberíamos centrarnos en los problemas de reparto de la riqueza, recordar que economía etimológicamente significa “repartición equitativa (NOMOS, -NOMIA), entre  los miembros de la comunidad, de la riqueza comunitaria (OIKOS, ECO)”. Y quizá en ese campo seamos capaces de aportar a la sociedad herramientas para su progreso social. 

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