ÁGORA ECONÓMICA

Europa ante el espejo, el reflejo de su peor enemigo

Flags of G20 members shaped as balls and forming a pyramid

Europa puede quedar marginada en un extremo del nuevo mapamundi de las proyecciones de crecimiento a futuro”

A veces los pequeños detalles que rodean a los hechos ayudan a comprender la realidad. Tomemos como ejemplo el desenlace del Brexit. El exalcalde de Londres Boris Johnson, principal exponente mediático a favor de que Reino Unido abandonase la Union Europea, tras decir en campaña que la Unión era una fuente de pandemias y origen de todos los males para su país -llegando a utilizar la tan socorrida comparación con el yugo nazi- se postula ahora, conocidos los resultados, por… no tener ninguna prisa por abandonar Europa. El primer ministro británico, David Cameron, promotor del referéndum que paso de euroescéptico a convertirse en un emotivo defensor de la unidad europea, dijo que por responsabilidad dimitiría de inmediato… en octubre. Jean Claude Junker, presidente de la Comisión Europea, expresa tajante en una rueda de prensa a propósito del Brexit, en la que sólo se permitió una  pregunta, que la UE no desaparecerá. La pregunta era, claro está: ¿la Unión Europea desaparecerá?. Ante tal ejercicio de contundencia recibió un sonoro aplauso del público de la sala, integrado por… funcionarios de Bruselas a sus órdenes. En Alemania, Wolfgang Schäuble, el sempiterno enfadado ministro de finanzas, dijo que eso pasa por jugar a los populismos y a las respuestas fáciles… suponiendo que no se refería a sus propias críticas a cualquier medida paneuropea, empezando por respetar al Banco Central Europeo, al que recientemente calificó como origen del auge de los neonazis en Alemania. Del resto de personalidades que han desfilado haciendo declaraciones al efecto es muy difícil recordar nada, su efecto sedante es similar al que produce escuchar un vinilo preparado para 45 revoluciones a 33. 

Son síntomas. El oportunismo, la falta de visión, el discurso fácil y hasta cierto infantilismo parecen inundar el ambiente. No es exclusivo de Europa. Donald Trump es un claro exponente de los nuevos tiempos en EE.UU. y en muchos espacios de los países desarrollados. El problema es que en Europa se traduce en una decadencia que puede ser persistente a largo plazo. Generar tendencias es muy difícil y cambiarlas, a veces, más aún. Por esta razón  estamos en un momento crucial para el continente. Una encrucijada en la que, por ahora, aún hay cabida para el optimismo y para lograr un revulsivo a nivel general. 

Las verdaderas causas del malestar latente que da lugar al auge de nacionalismos, populismos y viejas recetas a “diestra y siniestra”, están seguramente vinculadas al declive de la clase media, al incremento de las desigualdades, al notable descenso de la aceleración de la productividad con respecto al siglo XX, a los rendimientos decrecientes de la innovación y, en general, a la falta de  nuevos esquemas sociales y económicos que sustituyan la nostalgia por los tiempos pasados y permitan vislumbrar una nueva etapa de prosperidad y equilibrio. La sociedad de los países avanzados envejece y con ellas su discurso. 

En cuanto a recetas macroeconómicas, los bancos centrales, desde China a Estados Unidos, pasando recientemente por Europa, están dando una respuesta pragmática para insuflar aliento a un crecimiento mundial cada vez más amenazado (con cierto éxito hasta la fecha). Pero el recurso de la política monetaria tiene sus límites y todo parece indicar que, aunque de nuevo se vuelva la vista a los bancos centrales ante cualquier shock negativo como el Brexit, el juego de tipos de interés bajos y compra de activos no cuentan con mucho recorrido. Además enmascara la solución a muchas demandas de bienestar de amplias capas de la sociedad que ven el futuro con miedo e incertidumbre.

UN OBJETIVO GLOBAL

En cualquier caso, la búsqueda de nuevas dinámicas es más fácil si se apoya en un objetivo. En el año 1957 la Unión Soviética lanzó el primer satélite al espacio. La noticia causó conmoción en Estados Unidos. A partir de ese momento, los servicios de inteligencia económica y militar del gobierno, ante el miedo a quedar rezagados en la carrera tecnológica, deciden poner en marcha ambiciosos planes como el ARPA. Este proyecto destinó durante años una notable cantidad de fondos para programas de investigación y desarrollo de aplicaciones, tanto para el ámbito militar como para su difusión en la industria privada. En palabras de Ed Catmull, participante de joven en este plan y actualmente presidente de Pixar y Walt Disney Animation, este programa consistía en “apoyar a personas inteligentes con ganas de innovar para abordar toda clase de problemas complejos”. De este tipo de actuaciones salió el germen de muchas de los grandes desarrollos del siglo XX, como la microcomputación o las redes de comunicación (de hecho en los años sesenta se implanta un programa específico llamado ARPANET, origen de lo que hoy conocemos como Internet), pasando por avances en muy diversos sectores y también, por supuesto, el aeroespacial. Recogiendo el ejemplo de la trayectoria de Ed Catmull, también propició el impulso de los efectos digitales en la imagen, cuya aplicación en el cine se inauguró con la primera entrega de la Guerra de las Galaxias y que hoy es una de las bases de la potencia cinematográfica de Estados Unidos. 

Este ejemplo muestra la importancia de los planes a largo plazo, apoyados en un área económica de cierto tamaño como en este caso fue Estados Unidos. Lo mismo sucedió con los clústeres industriales nacidos en el Japón de los sesenta, promovidos por el entonces todopoderoso ministerio de comercio e industria de este país y asentados sobre una nueva cultura de la calidad, que a la postre generó la exitosa estrategia del modelo nipón en el siglo pasado. También se podría citar el milagro económico europeo a partir de la reconstrucción tras la guerra con la aplicación  del plan Marshall y el nacimiento de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, rebautizada más tarde y con nuevos miembros como CEE (Comunidad Económica Europea), hasta llegar hoy a la Unión Europea de los 28, dando lugar a una época de prosperidad sin precedentes. Ya en la década de los setenta, Den Xiaoping daba el pistoletazo de salida a un ambicioso plan conocido como “La Reforma Económica China”, el cual pretendía dejar atrás el Maoismo y lograr un crecimiento sostenido con una apertura de mercado al estilo chino cuyo resultado es visible hoy día.

La segunda mitad del siglo pasado ejemplifica una etapa de optimismo, creatividad, integración y comercio, con réditos a muy largo plazo y cuyas inercias aún perduran hoy.
En el siglo XXI es más difícil ver planes que nos lleven a una nueva etapa, en parte porque no hay un reparto claro de intereses y una competencia geoestratetégica tan definida como en la guerra fría. El mundo globalizado es un espacio más complejo donde los estados-nación no pueden, en muchos casos, articular planes por si solos.

En cualquier caso, sí hay movimientos. Uno evidente es el desplazamiento del foco de atención hacia el Pacífico y las notorias estrategias de Estados Unidos y China para delimitar su área de influencia en Asia. De este modo, Europa puede quedar marginada en un extremo del nuevo mapamundi de las proyecciones de crecimiento a futuro. 

En este contexto, La Unión Europea necesita también una estrategia de largo plazo antes de que sea demasiado tarde. Si preguntamos cuál es la primera potencia económica del mundo, muchos dirán inmediatamente que es Estados Unidos, otros que China si se mide en paridad de poder adquisitivo, pero la realidad es que la UE es la primera potencia mundial. Nadie lo sabe porque nunca nos vemos como tal. No somos los Estados Unidos de Europa ni queremos creérnoslo. Además nadie apuesta a que mantendrá ese puesto en el futuro y de hecho, con la próxima salida del Reino Unido, ya se puede decir que lo ha perdido. 

RETOS INMEDIATOS

En todo caso, aún echando en falta planes ambiciosos que le corresponderían a un área de tal envergadura, quedan por asentar pilares básicos y puntos de partida. Entre estos retos inmediatos destacan los siguientes:

1) Definir de una vez por todas y de forma explícita la carcasa institucional y política acorde a las ambiciones económicas. Parece claro que es necesario apostar por más y mejor Europa. Mayor integración económica, financiera, fiscal y laboral, pero también por un marco político que dote de poder a las instituciones supranacionales. Y si no es así, también hay que dejarlo claro. Las medidas no pueden responder a efectos calculados para ver quién sale ganando a corto plazo en lugar de buscar respuestas globales. No es razonable, por ejemplo, que por la fragmentación del mercado de deuda pública, los países del sur hayan soportado con un excesivo sobrecoste de prima de riesgo la ya de por sí elevada carga de la crisis, al tiempo que la instauración del euro como moneda única impide opciones de devaluación competitiva en los países más vulnerables.

En ambos casos el beneficiario es principalmente Alemania, que tiene una financiación barata como mercado de deuda refugio por una parte y, por otra, la ventaja de una buena evolución de las exportaciones alentadas por una moneda única en niveles de cotización inferiores a los que tendría de seguir con el antiguo marco como moneda nacional. En la crisis de 2008, había zonas de Estados Unidos convertibles potencialmente en una “Grecia” e incluso Florida podría haber sido muy castigada por la crisis inmobiliaria de no aplicar una respuesta global como país. Europa no funciona como un área integrada y la fragilidad de un estado, por pequeño que sea, como es el caso de Grecia (2% del PIB de la UE), hace tambalear todo el continente y lo convierte en punto de referencia para especuladores. Baste decir que de no mediar el BCE en 2012, a partir de la famosa frase de su presidente Mario Dragui: “Haré lo que haya que hacer y, créanme, será suficiente” para salvar la unión monetaria, es probable que la UE se hubiese encaminado hace ya tiempo por una senda de autodestrucción sin retorno. Si a esto añadimos el uso electoralista en cada país de la posición de superioridad o victimismo según los casos, no es difícil de entender que los populismos, los extremismos y los revanchismos proliferen, alentados, muchas veces, por los mismos políticos y las élites que dicen combatirlos. La falta de respuestas globales y pragmáticas ha provocado que Europa siga una trayectoria errática tras el crack de 2008, a diferencia de Estados Unidos y China, y que las consecuencias de la crisis se hayan vivido de forma muy desigual por espacios geográficos y capas sociales, mermando en última instancia el potencial conjunto del continente y la credibilidad de la UE.

2) En cualquier caso, si un país tiene que ser protagonista y liderar un escenario de consenso  y actuación común, éste es sin duda y paradójicamente Alemania. Pero su respuesta ha sido frustrante hasta ahora. Volviendo al sempiterno enfadado ministro de finanzas alemán ya sea con el mundo en general, los “indolentes” países del sur, el Banco Central Europeo… y ahora la agresiva respuesta que ha dado a Reino Unido para que abandone el barco de una vez, se puede decir que es reflejo de una especie de papel de mero gendarme de no se sabe muy bien qué. No emanan del gigante alemán emociones positivas, pero lo que es peor, tampoco se vislumbra un plan global que permita augurar un rumbo conjunto. Si Alemania abusa de un discurso en clave interna, cortoplacista y muchas veces excluyente, no es de extrañar que los nacionalismos y la política de la oportunidad se extiendan por todo el continente. Es más que probable que de seguir así, a la larga perdamos todos, incluida Alemania. Recientemente ha salido publicado un nuevo libro del historiador inglés Max Hastings sobre la II Guerra Mundial en el que describe el papel de los estrategas y los servicios de inteligencia en la contienda y señala que lo más llamativo era la capacidad de Alemania para hacer de su ejército una máquina perfecta y eficiente como ninguna otra, en contraste con el bajo nivel  de sus estrategias globales, motivado entre otras causas, por la soberbia, el dogma místico de sus convicciones que les hacía creer invencibles y el escaso valor otorgado a la seducción como valor de éxito para “conquistar” al enemigo. Salvando el ejemplo -que por la época y el escenario, seguro es de mal gusto- hoy podríamos decir que resulta sorprendente que una economía tan ejemplar en el posicionamiento de su tejido productivo, no tenga capacidad para desarrollar una visión global para desarrollar un liderazgo unificador y constructivo en Europa.

3) Europa ha sido siempre un modelo de convivencia con unos valores distintivos. En este sentido Europa podría buscar de nuevo la vanguardia con nuevas fórmulas para favorecer una sociedad equilibrada y un espacio de convivencia ejemplar. En este terreno complejo, aparte de luchar por mantener la tradicional identificación de sus países como democracias avanzadas, hay que tratar temas como los paraísos fiscales o el amplio recorrido de mejora de los países del sur en términos de ética política y empresarial. La corrupción y la “cultura del más pillo”, no sólo tienen un coste económico claro, sino que simplemente es una vergüenza que nos acerca, pasado cierto umbral, a los países en desarrollo más que a una potencia. Al margen de los factores éticos y estéticos, otros factores como la educación, la sostenibilidad ecológica o generación de ciudades inteligentes deberían alumbrar sectores económicos a la vanguardia en estos ámbitos.

4) Hay que tener un plan común para evitar conflictos bélicos en zonas vitales y cercanas del norte de África y el Asia más próxima. Muchas de estas áreas están en guerra por intereses que no benefician a Europa o por movimientos fanáticos que se han desarrollado bajo la pasividad europea. Es importante crear mercados a nuestro alrededor y favorecer el comercio. Ello favorecerá los negocios pero también evitará de forma efectiva crisis migratorias, tan usadas por unos para alentar el discurso xenófobo como por otros para pasarse por buenos con lo que resulta imposible: acoger a inmigrantes sin ton ni son. También con Rusia y antiguas ex-repúblicas soviéticas tendríamos que recomponer la relación de algún modo. Es un mercado importante que ahora está entrando en la órbita china. Es cierto que Putin puede encarnar un formato difícil de digerir, pero no más controvertido que el modelo de muchos países con los que tenemos relaciones económicas normalizadas, y tampoco es ya la amenaza sobre el este de Europa que algunos políticos de países del antiguo bloque comunista intentan explotar como baza del nacionalismo traducida en euroescepticismo, dentro de una espiral de recelo mutuo que también permite al gobierno ruso jugar al enemigo externo como fuente de popularidad. 
Por otro lado, habría que lograr más influencia en Iberoamérica, con España como puente natural, quizás con más pragmatismo económico y menos tono político. 

Una parte fundamental para construir la autoestima europea es defender nuestros intereses geoestratégicos en un mundo interrelacionado en el que EE.UU., China y Europa necesitarán cooperar en muchos aspectos, pero también competir por generar sus propios espacios  de influencia.
 

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