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Un país ajeno a las amenazas económicas

La ministra de Economía en funciones, la coruñesa Nadia Calviño.
photo_camera La ministra de Economía en funciones, la coruñesa Nadia Calviño.
La agenda política española incluye una serie de asuntos de los que solo se habla aquí, mientras otros países se ocupan de amenazas que pueden hacer descarrilar la economía global.

Tras la crisis de 2008 no se habían acumulado tantos factores de riesgo económico como ahora. La incertidumbre viene dada por la guerra comercial entre EE UU y China, el Brexit, las negociaciones comerciales entre EE UU y la UE, la transición energética y el cierre de centrales térmicas, la crisis de las empresas electrointensivas, la caída de las exportaciones, los reveses del sector del automóvil –España es el segundo fabricante de Europa– e incluso algunas pérdidas en el turismo, que junto con la automoción y un sector inmobiliario que no acaba de repuntar, dan soporte a la economía española, por ahora con tasas positivas de crecimiento.

En el sector público, con un problema de deuda evidente –más grave aún si hubiese que reducirla en medio de otra tormenta financiera global–, también hay tensiones en la financiación de las comunidades autónomas –prestadoras de los servicios básicos, educación y sanidad– y posibles recortes a la vista, tras las elecciones del 10 de noviembre, ordenados desde Bruselas, sea quien sea el inquilino de la Moncloa. De lo contrario parece imposible mantener los niveles de déficit acordados.

No hay que descartar tampoco una nueva tensión monetaria, ya que puede haber crisis de liquidez en algunos fondos de inversión; máxime si se produce un refugio masivo en la deuda pública, lo cual no hay que descartar a la vista de lo que el economista José Carlos Díez llama “los problemas en la sombra” del sistema financiero global.

Si bien sobre el papel podrían explotar a la vez todas estas amenazas, lo que situaría a España ante otra recesión, cabe también la posibilidad de que solo se consumen algunas de estas adversidades. En definitiva, todo aquello que depende de las negociaciones con EE UU y el Reino Unido no solo acarrearía dificultades para los socios europeos, sino también para los norteamericanos y los británicos. Donald Trump sabe que si golpea con aranceles probará la misma medicina y a Boris Johnson no se le escapa que el Reino Unido es más frágil que la UE, teniendo como tiene a Alemania y Francia al frente. La teoría de quienes abanderan “no nos hagamos más daño” evitaría dejar cadáveres por el camino, que es lo que sucede tras las guerras.

A su manera, es lo que acaba de hacer Bruselas, al avisar por carta a EE UU de los daños de una escalada arancelaria. Como advierte la comisaria de Comercio, Cecilia Malmström, no puede perderse de vista el riesgo para el comercio y el empleo “a ambos lados del Atlántico” en un “momento delicado”.

De entrada llegan noticias positivas de la principal amenaza para que descarrile la economía global, ya que EE UU y China empiezan a cerrar acuerdos en algunos asuntos –propiedad intelectual, servicios financieros y tipo de cambio, así como compras de productos agrícolas estadounidenses–, lo cual no es un mal indicio con vistas a  frenar una guerra arancelaria que dura 15 meses.

Todo esto coge a España con un Gobierno en funciones. Nada especialmente relevante a la hora de incidir en los grandes asuntos del mundo, dado que el peso de Madrid no es mucho, pero sí importante de cara a la gestión doméstica de estos problemas, empezando por el Brexit. Pero, por sorprendente que parezca, la agenda política española sigue dominada por otras cosas –Cataluña, sentencia del 1-0, desencuentros entre los partidos–, lejos de afrontar los verdaderos factores de riesgo.

@J_L_Gomez

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