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¿Qué le pasa al mercado de trabajo?

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La semana pasada tuve la oportunidad de participar en unas jornadas en la Universidad de Valencia donde se abordaron los cambios que se están produciendo en el mercado laboral en España

El tradicional modelo de empleador-trabajador donde cada uno tenía definido su papel está cambiando, y ahora hasta hay portales de internet que ponen en contacto a los demandantes y prestadores de servicios, en un modelo impensable hasta no hace pocos años.
Que el empleo de por vida es algo del pasado ya todos los sabíamos. Y de esto no se salva ni los empleados del sector público que han visto notablemente incrementada su tasa de temporalidad, incluyendo aquellos sectores denominados estratégicos como la sanidad, educación o atención social. Nuestro país ha sido un “alumno aventajado” en materia de temporalidad, a lo que hay que añadir la bajísima tasa de reposición que se ha llegado a aprobar, ya que durante buena parte de la reciente crisis económica por cada 10 trabajadores que dejaban de trabajar en el sector público, solo se cubría 1. 

PRESIÓN DEL DÉFICIT Y PÉRDIDA DE CALIDAD
Los efectos sobre la calidad de los servicios públicos fueron demoledores y los principales perjudicados han sido los ciudadanos, en un momento en que especialmente era necesario el mantenimiento de este tipo de prestaciones. Lo mismo ha pasado con las prestaciones públicas monetarias. 

Sin embargo, la urgencia en reducir a toda costa el déficit público nos ha llevado a una pérdida de calidad sin precedentes de estos servicios. Los profesionales sanitarios, sociales y educativos se han visto obligados a hacer “más con menos”, pero eso les ha resultado imposible. La precarización de muchos trabajadores públicos es algo que todos conocemos, incluso personas con una elevada responsabilidad y presión en sus trabajos, como el colectivo de profesionales de la medicina, han visto mermadas sus retribuciones y empeoradas sus condiciones laborales. 

A lo anterior hay que añadir la fuerte externalización de servicios, habitualmente justificada en cuestiones de eficiencia y reducción de costes, pero que cuando se han producido los ahorros, en el mejor de los casos, no eran tan importantes como se querían hacer ver. Y en no pocas veces, la administración pública ha tenido que ir a socorrer a estas empresas para evitar dejar de prestar el servicio. Todos tenemos en mente ejemplos recientes de hospitales e infraestructuras “rescatadas”.

FLEXISEGURIDAD SIN SEGURIDAD
En el sector privado la situación ha sido incluso peor. Nuestro país ha intentado aplicar el modelo danés de la flexiseguridad, pero lo único que ha conseguido, es flexibilizar el mercado de trabajo, empeorando las condiciones laborales de los trabajadores, a costa de una menor remuneración y un incremento de las jornadas de trabajo y peores condiciones laborales. Esta devaluación salarial ha permitido, de manera muy temporal, cierta mejora competitiva, que desapareció al poco tiempo, debido a la fortaleza del euro que no ayudo a las exportaciones de nuestros productos. Por lo tanto, flexibilidad sí, pero ni rastro de la seguridad en el trabajo. Este parece el modelo al que nos estamos abocando.

En este momento muchos de nuestros jóvenes, y no tan jóvenes, miden su experiencia en el mercado de trabajo por el número de hojas que ocupa su informe de vida laboral. Los contratos ya no son por meses, ni semanas, sino por días. Quizás el ejemplo más destacable sean los empleos de lunes a viernes, con los que se evita tener que cotizar por el trabajador el fin de semana o el trabajo por días alternos cuando hay necesidades del servicio. Esto, sin duda, crea una desazón personal y profesional para el trabajador y su familia que no conoce cuánto tiempo va a trabajar ni cuánto va a poder cobrar a final de mes. De nuevo, la inversión en capital humano se está desaprovechando. 
Lo anterior ha llevado a acuñar un nuevo término en la composición de agentes en el mercado de trabajo. Cuando comencé con mis estudios de Economía en la Universidad de Vigo, nuestros profesores nos decían que en el mercado laboral, desde el lado de la oferta de trabajo, se distinguía entre ocupados y parados. Ahora vamos a tener que establecer una nueva categoría dentro de los ocupados, los que a pesar de tener un trabajo no son capaces de llegar a fin de mes y se convierten en “trabajadores pobres”. Llegados a este punto es muy recomendable la lectura del informe 01/2017 sobre Políticas públicas para combatir la pobreza en España del Consejo Económico y Social que muy acertadamente trata estas cuestiones, y pone encima de la mesa una realidad que algunos responsable políticos no parecen querer ver, pero que desgraciadamente existe y cada vez es más frecuente.

Ya antes de la crisis económica nuestro país era uno de los que presentaba una mayor desigualdad económica y laboral, pero con la fuerte recesión nuestra situación ha empeorado. Por lo tanto, de poco vale que seamos uno de los países que más crece en términos relativos, si se trata de un crecimiento asimétrico, en donde los trabajadores no solo no ven mejoradas sus condiciones laborales, sino que experimentan un empeoramiento en sus condiciones salariales y no salariales. 
Si de verdad estamos creciendo tanto y tan bien, lo normal es que esto se transmitiera a la población activa, pero esto no se está produciendo. Algo debemos de estar haciendo mal, muy mal, si la tan repetida mejora económica no llega al empleo. Sin duda, hay que hacérselo mirar cuanto antes.

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