ÁGORA ECONÓMICA

Presente y futuro del sistema universitario de Galicia

OURENSE. 19.07.2014. CAMPUS, EDIFICIO FACULTADES. FOTO: MIGUEL ANGEL

Se está pensando en reducir los grados de 4 a 3 años y aumentar, a su vez, los masters de 1 a 2 años

Nuestro sistema universitario ha pasado por una etapa de expansión sin precedentes hasta llegar al curso 2004/2005  donde se alcanzaron los 100.000 alumnos de primer y segundo ciclo. Desde entonces, la caída demográfica de nuestra Comunidad Autónoma también ha pasado factura a las cohortes de los potenciales estudiantes. La cifra de alumnos universitarios de grado matriculados en las tres universidades gallegas no supera los 54.000 estudiantes en el curso 2015/16. Cierto es que en los últimos años el número de estudiantes de posgrado no ha dejado de aumentar, más de 10.000 en el curso 2014/2015, y esto ha permitido amortiguar la caída de los alumnos de grado, pero ni de lejos se han alcanzado las cifras anteriores de demanda de estudios universitarios. Galicia tiene un gravísimo problema de envejecimiento demográfico, que lejos de afectar únicamente al gasto sanitario, pensiones o dependencia, ya está condicionando el funcionamiento del sistema universitario gallego. 

Desde 1990 las universidades gallegas han tenido que adaptarse a importantes cambios normativos, en especial la Ley Orgánica 6/2001, de Universidades (LOU) de 21 de diciembre de 2001 y su posterior cambio con la Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Universidades (LOM-LOU) y la Ley Orgánica 4/2007, de 12 de abril, por la que se modifica la Ley Orgánica 6/2001. La última gran reforma fue el Real Decreto 1393/2007, de 29 de octubre, que establece la ordenación de las enseñanzas universitarias oficiales a partir de las directrices establecidas del Espacio Europeo de Educación Superior, más conocido, sobre todo por nuestros alumnos, como el “sistema  o método Bolonia”. 

PLANES Y REFORMAS

Todas ellas han sido reformas de importancia, que recogen cambios en nuestro sistema educativo superior. Algo parecido ha sucedido con las enseñanzas no universitarias, que en los últimos cuarenta años han sufrido siete reformas educativas. Afortunadamente, gracias a la autonomía de las universidades, el funcionamiento del sistema educativo superior en España ha experimentado menos alteraciones que el no universitario, que ha visto como casi con cada cambio de gobierno se aprobaba una nueva ley de educación. Aún con todo, los cambios en materia universitaria han sido de calado.

En pocos años hemos pasado de tener diplomaturas de 3 años y licenciaturas de 5, o bien segundos ciclos de 2 años, con masters entre 1 y 2 años, a un nuevo sistema donde aparecen los grados de cuatro años y los masters de 1 año. Por lo tanto, se ha pasado del sistema 5+1 al 4+1. Además, y a tenor de lo que se viene hablando  desde hace dos años, parece que este no será el último cambio de importancia, ya que se está pensando en reducir los grados de 4 a 3 años y los masters de 1 a 2 años. Por lo tanto, se está pensado en un modelo 3+2. Si se dan cuenta, al final parece que se vuelve a retomar el antiguo esquema de las diplomaturas de tres años -ahora grados- y el antiguo segundo ciclo se convertiría en masters. Tal y como señalaba el novelista italiano Tomasso di Lampedusa parece que “todo ha de cambiar para que todo continúe igual”.

Por otra parte, parece poco comprensible que antes de tener una evaluación del “sistema Bolonia” que permita determinar la bondad de su aplicación, ya se esté pensando en aplicar un nueva estructura. Habría que ser coherente y esperar antes de hacer más cambios de calado o, al menos, haber previsto la estructura del 3+2 antes de haber aprobado las últimas normativas. Solo han pasado diez años desde la aprobación de las enseñanzas adaptadas al “sistema Bolonia”  y  casi no han salido cohortes de egresados para testar el nuevo planteamiento de las enseñanzas universitarias, pero se plantea un nuevo cambio. 

Sin duda, sería recomendable que los responsables educativos hicieran participes de sus reflexiones a la comunidad universitaria: personal docente e investigador, personal auxiliar y de servicios y alumnos, antes de iniciar una nueva reforma de las enseñanzas de grado y posgrado. La adaptación de las enseñanzas al “sistema Bolonia” en España ha sido a coste prácticamente cero y, especialmente, el profesorado universitario ha tenido que familiarizarse con términos tan complejos como competencias, planificación docente, objetivos, métodos de evaluación, etc., sin apenas haber tenido formación ni recursos para encarar este cambio. 

El sistema actual de enseñanza es muy diferente de que tuvimos algunos en nuestra  etapa universitaria (con licenciaturas de 5 años).  La carga de trabajo del profesor (y del alumno) se ha multiplicado considerablemente. Así, frente a la clase magistral o tradicional, el profesorado ha de organizar su docencia en base a lo que se denomina como  “grupos grandes”, donde sobre todo se explican los temas que figuran en la guía docente, los “grupos medianos”, donde los alumnos hacen semanalmente una práctica- muchas de ellas en laboratorios de informática- que forma parte de la nota de la evaluación continua y los “grupos pequeños” donde se realizan tutorías grupales o se profundiza en cuestiones más complejas. 

Todo esto supone que el docente universitario debe hacer un ejercicio de planificación exhaustivo antes de comenzar con su actividad cada año, estableciendo las diferentes pruebas de evaluación de competencias, marcarse los objetivos, sistemas de evaluación, etc. A lo anterior hay que añadir la evaluación de trabajos, corrección de pruebas semanales, presentaciones u otras actividades que también suman para la evaluación continua. Y, claro, los alumnos tienen que ajustarse a esta programación. La carga de trabajo del alumno es ahora mucho mayor que antes.

A pesar de este incremento de la carga de trabajo para el personal docente e investigador y el alumno, los resultados en relación al aprendizaje son mejores con el “sistema Bolonia”. Aun así, nuestro sistema educativo superior peca en exceso del elevado número de horas de docencia que debe tener el alumno y lo recomendable es reducir el porcentaje de presencialidad de nuestras titulaciones. Los horarios universitarios apenas dejan tiempo a los alumnos para que asimilen correctamente las competencias y conocimientos y la planificación es tan ajustada que no siempre es posible desarrollar como uno quisiera los contenidos. 

EL CASO GALLEGO

Volviendo a centrar nuestra atención al caso gallego, el funcionamiento de nuestras universidades se ha visto condicionado por los diferentes programas de financiación universitaria, que van cambiando prácticamente cada cuatro años. Es cierto, que los dos últimos han supuesto una mejora significativa en las dotaciones económicas de las universidades que más se esfuerzan por conseguir resultados. Un buen ejemplo de esta realidad es la Universidad de Vigo. Así, en los sucesivos planes de financiación se ha venido apostando por primar, cada vez más, la calidad que la cantidad y los recursos aumentan para aquellas universidades que resultan más competitivas, tanto en docencia, investigación como transferencia del conocimiento. 

Si realmente queremos que el sistema universitario gallego sea un referente a nivel nacional e internacional, hay que seguir por este camino. Como es evidente, si a las universidades gallegas se les exige cada vez más, la Xunta de Galicia debiera primar especialmente a las que mejor resultados tienen. Es la “cultura del esfuerzo”. Por desgracia, la crisis económica y el descenso de los presupuestos autonómicos, ha sido un hándicap muy importante en los últimos años para mejorar los indicadores. Una buena parte de la financiación recibida por parte de la Xunta venía fijada en base a la evolución de los ingresos no financieros, y al caer estos, las dotaciones estimadas para las universidades nunca llegaron. 

El resultado es que seguimos muy lejos del objetivo del 1% del PIB en el gasto universitario. A nivel nacional, y ajustando las cifras a la paridad del poder de compra para ser comparables por países, España destinó en 2012 en gasto por alumno en educación superior 9.303 euros, mientras que Alemania invirtió 13.086 euros, Finlandia 13.585 euros, Reino Unido 18.503 euros y Suecia 17.140 euros. Luego, claro está, queremos que nuestras universidades tengan los mismos resultados que otras europeas, pero con tan escasa dotación de recursos, no se pueden “pedir peras al olmo”. Bastante se hace con los pocos recursos que tenemos.

Si realmente queremos universidades competitivas, los responsables en materia educativa deben ser consecuentes con las dotaciones económicas a las universidades. No es comparable la situación financiera de las universidades españolas o gallegas con la realidad universitaria europea. Hay que ser coherentes y solo se puede exigir si estamos en la misma situación y éste no es precisamente el caso ni a nivel nacional ni autonómico.

Paralelamente a esta mayor necesidad de recursos que nos permitan mejorar en los rankings, Galicia tiene que hacer frente a una realidad, que es su caída demográfica, que ya está pasando factura a las universidades. Es necesario hacer un ejercicio de reflexión sobre el futuro del sistema universitario gallego. Parece que la Xunta ya ha tomado cartas sobre este asunto y tras varias reuniones con nuestros rectores, ha anunciado que no va a haber aumento de las dotaciones presupuestarias y que la creación de nuevas titulaciones solo podrá ser amortizando otras. 

En los últimos años se ha producido, en toda España, una expansión en el número de títulos tanto de grado como de posgrado, que ha elevado notablemente la oferta universitaria. Pues bien, todos conocemos casos en lo que algunos centros, por la falta de alumnos, han tenido que dejar de impartir estudios de posgrado. Lo anterior, aun siendo relevante, no es tan grave como tener que prescindir de estudios de grado, por su baja demanda. Sin duda, nos ha faltado hacer un ejercicio de reflexión acerca de las posibilidades reales de algunas titulaciones y hemos pecado de un optimismo exacerbado. Este resultado es un claro aviso para navegantes.

Es necesario, por lo tanto, un estudio pormenorizado de la oferta actual de titulaciones en el sistema universitario gallego que nos permita señalar que grados y posgrados tienen futuro y, paralelamente, diseñar nuestras titulaciones teniendo en cuenta la empleabilidad de nuestros egresados. Paralelamente hay que contar con campus especializados, ya que el futuro de las universidades gallegas pasa por generar valor añadido. Contar con campus especializados permitirá mejorar en relación a la docencia impartida, la investigación y la transferencia del conocimiento.

Además, hay que pensar a nivel general, a nivel de Galicia evitando localismos. Hay que diseñar correctamente el mapa de titulaciones en Galicia y esto es solo posible con una puesta en común de las tres universidades gallegas, junto con la Xunta de Galicia. Cualquier otro tipo de actuación, lejos de solucionar los problemas de nuestro sistema universitario, provocaría un mayor desajuste entre las universidades y el entorno en que desarrollan su actividad.

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