ÁGORA ECONÓMICA

Productividad, desigualdad y progreso tecnológico

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En los peores momentos de la crisis, la economía española se vio en la necesidad de mejorar su productividad para impedir que el desplome de la actividad económica fuese aún mayor de lo que fue. Esas ganancias de competitividad en nuestra economía se llevaron a cabo gracias a la devaluación interna

Esta estrategia económica de competencia en precios permitió que España no minorase su cuota de mercado a nivel internacional -en torno al 1,8% del total- en los peores años de la crisis, al contrario de lo que les sucedió a la mayoría de las economías desarrolladas, tras ampliar la base de empresas exportadoras y una mayor diversificación geográfica en relación a sus expediciones al exterior.

La mejora de la competitividad se está alcanzando  a costa de sacrificar el poder adquisitivo de las rentas del trabajo en un afán de fortalecer la cuenta de resultados y el balance de las empresas para impedir la masiva desaparición de las mismas. Basta observar un dato del todo revelador, el PIB de cualquier economía se puede descomponer en función de las rentas, Remuneración de Asalariados (rentas del trabajo) y Excedente Bruto de Explotación (rentas del capital). Si analizamos las estadísticas que elabora el INE, comprobamos como la evolución desigual que experimentó una y otra en los últimos 8 años deriva en un incremento de participación por parte de las rentas del capital en casi 23.000 millones de € en relación al reparto de la generación de riqueza, mientras que las rentas del trabajo apenas se incrementan en 3.500 millones de €, y esto último contando con la recuperación de la capacidad de compra que ha experimentado la remuneración de los asalariados en los dos últimos años, a partir de una pérdida que acumulaba casi 31.000 millones de € desde el año 2008, según los datos de contabilidad nacional correspondiente al año 2014.

La mejora del mercado laboral con la consiguiente recuperación del empleo permitió ese incremento de la participación en el cómputo de la economía. Aún así, con una tasa de paro en torno al 18,5% y más de 4 millones de personas en paro, que junto a una cada vez mayor precariedad en el empleo -9 de cada 10 contratos que se formalizan son temporales-, dibuja un panorama que se antoja verdaderamente desolador en cuanto a las expectativas de retribución de, al menos, los asalariados con mayor dificultad para incorporarse al mercado de trabajo. Con una tasa de paro tan elevada, el poder de negociación reside en los empleadores, por lo que la contención salarial será la tónica general para los próximos años, teniendo en cuenta que la estrategia adoptada por la mayor parte de las empresas, hasta la fecha, se ha basado fundamentalmente en la contención de costes, y no en la innovación y la diferenciación.

Si seguimos apostando por la estrategia equivocada, esto nos alejará definitivamente del desarrollo tecnológico que viene y del carácter competitivo que necesita cualquier economía para sobrevivir. Según el modelo de crecimiento de Robert Sollow, un incremento del progreso tecnológico, el cambio estructural que según Josep Schumpeter tenía que ver con un proceso de destrucción creativa,  deriva claramente en una aceleración del crecimiento de las economías que lo experimentan. Así, dado el escenario socio-económico al que nos enfrentamos, podríamos descontar que este crecimiento podría no traducirse en una mejora del bienestar para el conjunto de la sociedad, en términos de transferencia de renta, dada la riqueza que se vaya a generar con la nueva revolución industrial.

NUEVA ESTRUCTURA LABORAL

El mercado laboral español siempre se ha caracterizado por su elevada volatilidad en cuanto a la generación o destrucción de empleo, muy expuesto al ciclo económico y a posibles elementos disruptivos que siempre han condicionado el escenario de negociación entre los agentes sociales. La debilidad que presenta nuestro ámbito laboral nos lleva a esa mayor precariedad laboral y temporalidad, condicionando un menor desarrollo del capital humano dado esa falta vinculación con la estructura productiva, lo que se podría traducir en una mayor brecha tecnológica entre lo que son y van a ser las necesidades en cuanto a cualificación y desarrollo de habilidades para afrontar los desafíos que representa la próxima revolución tecnológica relativa a la robotización que previsiblemente modificará el paradigma de producción en los próximos años.

Muchos de los trabajos que hoy existen desaparecerán debido a la automatización y otros surgirán en base a las nuevas necesidades que el nuevo entramado productivo precise. Se cree que casi dos tercios de los nuevos empleos dentro de 15 años serán de nueva creación, todos ellos relacionados con la tecnología y las ciencias. Nos encaramos a un mundo en el que la presencia de la informática invadirá nuestro entorno, estaremos conectados a un ámbito cada vez más globalizado a través de una progresiva alfabetización mediática, en el que las máquinas reemplazarán a los humanos en las actividades más rutinarias y en el que la mayor longevidad de las personas provocará un profundo cambio en el horizonte temporal de las carreras profesionales, implicando un continuo aprendizaje por parte de los profesionales para no quedar obsoletos.

Las personas precisarán extraer un significado profundo del conocimiento a través del cual proponer una serie de respuestas y soluciones creativas que permitan discriminar y filtrar la información más sustancial para una adecuada toma de decisiones estratégicas en un entorno cada vez más cambiante. A su vez, habilidades sociales como la empatía y la inteligencia emocional ganarán peso entre las cualidades profesionales más demandadas, así como la competencia intercultural  ante la creciente necesidad de adaptarse a una realidad cada vez más interconectada a nivel global.

La mayor capacitación de las personas es lo que va a propiciar, en la mayoría de los casos, ese mayor desarrollo del progreso tecnológico que se acabará traduciendo en un aumento de la producción en las economías que, dada una mayor acumulación del factor capital frente al trabajo, dará lugar a unos espectaculares incrementos de productividad.

Puede que parte de los trabajadores que se incorporen al mercado laboral en los próximos años sin la precisa cualificación profesional vean como su poder adquisitivo se reduce progresivamente en relación a los que les preceden, teniendo el dudoso honor de afrontar los importantes desafíos que les va a deparar el presente siglo. La progresiva digitalización y robotización de la economía provocará un desarrollo que motivará un cambio en el entramado productivo en los próximos años, quedando por dilucidar cuál será el resultado neto en cuanto a la creación de empleo tras la irrupción de la próxima revolución industrial, la mejora de la calidad de vida de las personas y que sectores productivos quedarán obsoletos frente a otros que emergerán al albor de la nueva oleada tecnológica.

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