Reflexiones de un fracasado

Desde que era niño había soñado que podría alcanzar ese “imposible”, me preguntaba ¿y por qué no voy a ser capaz yo de conseguirlo si otros han podido?

Desde que era niño había soñado que podría alcanzar ese “imposible”, eso que tantas y tantas veces había visto que conseguían los demás y que yo, cuando les veía me preguntaba eso de “¿y por qué no voy a ser capaz yo de conseguirlo si otros han podido?
Desde que era niño tenía la sensación de que debía estar completamente preparado para cuando surgiera la oportunidad, porque desde siempre había comprobado que el triunfo estaba destinado para aquellos valientes que tenían el coraje y la gallardía de acometer ese reto que otros nunca osaban intentar.


Desde que era niño pude sentir que algo que hasta ahora nadie había conseguido yo sí que estaba preparado para alcanzarlo. Llámame loco, llámame creído, llámame inconsciente, pero estaba plenamente convencido de que tenía que descubrir mi “dharma” (parafraseando al gran Deepack Chopra) y ver cuáles eran mis talentos singulares que me capacitarían para ser el mejor en algo.
Desde que era niño supe que si quería llegar a cimas que eran desconocidas para la mayoría, tendría que rodearme de los mejores, porque solo cuando nos rodeamos de las personas que tienen talento es cuando resulta más fácil crecer hacia límites insospechados.


Desde que era niño, uno de mis deportes favoritos, fue acercarme a la orilla de cualquier río, o ascender un pequeño monte, cerrar los ojos, y soñar con lo hermoso que era conseguir todas y cada una de mis metas, fueran éstas grandes o pequeñas, fueran individuales o grupales.
Desde que era niño supe que me encantaría crear algo de la nada y convertirlo en un “algo” que fuera ya perenne y que nunca sucumbiera. Tal era así que me reconfortaba y me ilusionaba el tan solo imaginar que eso que  había creado servía para hacer un poco más felices a las personas que me rodeaban.


Desde que era niño supe que la sonrisa es el camino más corto para buscar el entendimiento de dos personas; por eso entendía que debía sonreír, siempre de una manera sincera, porque cuanto más sonreía yo, más me sonreían las personas de mi entorno, lo que favorecía el que yo nunca abandonar la expresión de mis labios en una sonrisa permanente.
Desde que era niño pude averiguar la potencia que tiene la escucha activa entre todas las personas que nos rodean, ya que cuando hablamos nada aprendemos, mientras que cuando dedicamos un tiempo a escuchar aprendemos, compartimos, entendemos, empatizamos, sintonizamos.


Pues hoy que dejé de ser niño, tanto de cuerpo, como de edad y de mente puedo decir que los “imposibles” existen y que muchas personas no consiguen/conseguimos alcanzarlos por más que nos esforzamos. Y permíteme que te diga que he podido comprobar en mis carnes el fracaso más estrepitoso en varios de mis proyectos y lo que duelen algunas de esas caídas.
También déjame que te diga que sigo a la búsqueda de esos talentos singulares que me harían ser distinto y que quizás esto fue debido a que tengo la sensación de que nunca me supe rodear de los mejores para intentar los retos. Es más, quizás el problema es que no escuché a esas personas que me quieren e intentaron aconsejarme siempre desde el cariño.


De hecho, quizás mi vida es una sucesión de errores en cadena, de los que me gustaría decir que he aprendido, pero compruebo cómo ellos, mis errores, están dentro de un círculo vicioso que yo alimento y que siempre me persiguen. Por eso, puedo decirte que no he creado nada que pueda tener la consideración de perenne, de tal manera que se diluye con facilidad.
Sí: he fracasado. He fracasado cientos de veces, en lo personal, en lo laboral, y aun así sigo cerrando los ojos, y me imagino que ese triunfo ha de llegar un buen día. Y justo en ese momento, entiendo que efectivamente, he fracasado, pero que si sonrío, quizás todo sea más fácil la próxima vez, porque dicen que de los errores se aprende, ¿o quizás no?

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