Este modelo se ha convertido en todo un fenómeno capaz de provocar largas colas de usuarios ante sus puertas. Su secreto: ofrecer productos entre un 30% y un 50% por debajo de su precio habitual.
En Dinamarca, como si de un sueño literario de Hans Christian Andersen se tratase, un hado benefactor transmutó el destino de las frutas, las salchichas o los periódicos que iban a parar a los estercoleros dándoles una segunda oportunidad de vida, a mitad de precio, en el mercado; y en 2016, entre los daneses de nuevo comenzó a venderse a precio reducido en un entorno comercial especial, gestionado por una organización sin ánimo de lucro. Su nombre: Wefood.
Si en los lineales de cualquier supermercado es frecuente encontrar productos con descuentos en vísperas de caducar, en Copenhague, este modelo se ha convertido en todo un fenómeno capaz de provocar largas colas de usuarios ante sus puertas. Su secreto: ofrecer productos entre un 30% y un 50% por debajo de su precio habitual.
Esta iniciativa pionera con un objetivo solidario, presta ayuda humanitaria a los países más pobres. Sus productos, los obtiene de donaciones que realizan otros establecimientos de alimentación, ya que no los comercializan, por haber sobrepasado su fecha de caducidad. Y lo que podría considerarse un supermercado en el que comprarían las clases más desfavorecidas de la sociedad, se está convirtiendo en un comercio al que acuden todo tipo de personas, gracias a campañas de concienciación sobre la seguridad del producto.
Una idea pionera que podría ser erróneamente confundida, con algún escándalo alimentario, uno más, de los que es habitual sacude de vez en cuando a Europa, aunque no es así. Se trata de una propuesta respaldada por el propio Gobierno danés, en su tenaz lucha contra el despilfarro de comida y enarbolando la bandera, del consumo responsable. Se trata de una genial iniciativa, para evitar el desperdicio de alimentos y, a su vez, conseguir fondos para campañas contra la pobreza, y parte de su éxito, es que se trata de un establecimiento, en el que cualquier persona puede acercarse a hacer la compra ya que todos los alimentos que se venden allí, son totalmente seguros.
En Europa no hay iniciativas así, de momento, pero en un mundo hechizado por el consumo desmesurado y la prisa y sumidos en una inmensa red virtual comunicante de todos los puntos del planeta latiendo avivada por el motor de la globalización, inoportunamente, cuando allá por el año 2007, algo similar a un estertor estalló, en forma de una gran crisis económica que extendió su manto de austeridad; desafiando al destino y a caballo del consumo colaborativo algunos trazan ya nuevos caminos.De todas las empresas que existen en Europa, sólo unas pocas de ellas, siguen una política solidaria y la manera es logrando hacer llegar a bancos de alimentos, comedores sociales, ONGs, todos aquello que no es vendido a tiempo, y a lo que se le puede dar utilidad. La idea de despilfarro cero, se ha contagiado de un país a otro. Francia ha sido pionera en prohibir que las cadenas de supermercados tiren comida, obligándoles a donarla a los bancos de alimentos o a granjas para dar de comer a los animales. Esta idea, es una rama más de ese tronco en el que se erige, la Economía Colaborativa; una forma de actividad económica que es respuesta valiente a la incertidumbre, con que la crisis económica nos reta.