ÁGORA ECONÓMICA

El tercer plato en la balanza

Nuestro cerebro suele sentirse cómodo cuando establece juegos binarios de opiniones contrapuestas para entender el mundo. Esta fórmula está muy presente en la economía. ´´A

Los partidarios de la intervención para estimular la economía, varían a su vez entre los que se decantan por aplicar planes de inversión pública a partir del margen de maniobra que tienen los países con las cuentas más saneadas y una balanza comercial positiva, como Alemania en el caso de la Unión Europea, o, por otro lado, aquellos que abogan por imprimir dinero y propiciar la inyección de liquidez a través de los bancos centrales, provocando la caída de los tipos de interés, con los objetivos de  estimular el crédito, “empujar” a familias y empresas a invertir los saldos que ya no obtienen rentabilidad a través del ahorro tradicional y seguro, estabilizar el índice de precios , alejar el fantasma de la deflación y, a la postre, fortalecer la demanda.

En los últimos años, ante la seria amenaza de colapso tras la crisis, se ha optado preferentemente por las políticas monetarias agresivas por parte de los bancos centrales, sobre todo de la Reserva Federal en Estados Unidos y, más recientemente,  del Banco Central Europeo, viendo también como otras potencias como China han seguido esta tendencia general y sin olvidar que Japón  ya venía aplicando de forma generosa este recurso de estímulo económico desde hace casi dos décadas. De hecho, el uso de esta palanca ha sido excepcional y de tal magnitud que los balances de los bancos centrales se han multiplicado y los tipos de interés han caído a niveles en torno al cero por cien, siendo probable que perforen claramente esta barrera en los próximos meses a partir de nuevas expansiones cuantitativas en diferentes puntos del orbe si la economía mundial no remonta. 

LA ESTELA DEL SIGLO XX
Ya sean los partidarios de la mano invisible del mercado en su versión más pura o los que ven la solución en las políticas tradicionales de estimulo económico, el debate está sufriendo una nueva polarización donde cada uno ve la perfecta armonización del crecimiento según se sigan sus propuestas o la llegada de los cuatro jinetes del apocalipsis si se opta por la postura contraria.

A la postre todo se reduce desde hace décadas, una vez certificado el fracaso del modelo comunista, a un debate de fondo ya muy tratado entre el modelo keynesiano que otorga a las políticas fiscales y monetarias un papel determinante para garantizar una senda estable de crecimiento y el modelo neoclásico que reniega de cualquier papel del estado. Ambos sirvieron de soporte para entender y componer la sociedad económica del siglo XX, pero en el siglo XXI, dentro de un nuevo escenario globalizado cada vez más complejo, se han multiplicado las contradicciones. De este modo, estas dos corrientes, cuando menos en su modo más típico, han perdido consistencia práctica y discurso para afrontar los nuevos desafíos. 

Trasladado este debate a la esfera política, tradicionalmente han existido dos uniformes de fondo de armario para presentarse en sociedad y dar un lustre de identidad, pudiendo optar por decir que uno es socialdemócrata o liberal con la correspondiente vestimenta que ya llevaba incluida el set de todos los complementos diseñados para esta moda de opinión dual. Por supuesto el mundo siempre fue más complejo que la definición redonda de una etiqueta y la alternancia de ambas posturas como moda dominante o la sabia ponderación de ambos modelos por parte de muchos gobernantes, dieron lugar en el pasado a un equilibrio útil en esta balanza de teorías contrapuestas. Pero actualmente estos trajes están desteñidos y para disimular la falta de nuevas ideas, recurren cada vez con mayor énfasis al colorido momentáneo que proporciona el discurso las emociones más primarias, ya sea el miedo, la venganza, el mesianismo disfrazado de sentido común por encima de lo común o de salvación de la patria según los casos. Y esto lo podemos observar a escala general, ya sea en Estados Unidos, en muchos estados de la UE, en Rusia, en IberoaméricA, etc. El lenguaje utilizado en los medios para defender las distintas posiciones se vuelve cada vez más vehemente y con tintes populistas, pero la incertidumbre no se despeja.

CONTRADICCIONES Y RETOS
Volviendo a la dicotomía entre austeros y estimuladores, por decirlo de forma simplificada, haremos un guiño a la física de Einstein -aprovechando la notoriedad que ha suscitado la reciente constatación de la existencia de las ondas gravitacionales-. Así, la inclinación de la balanza entre estos dos grandes agujeros negros que absorben la práctica totalidad de la energía y materia gris del universo económico, ha dependido en el pasado del concepto espacio-tiempo (serían adecuadas en determinadas situaciones, en países o zonas económicas concretas y según el momento). Pero estos agujeros negros tal y como están concebidos hoy, están a punto de colapsar y su onda expansiva seguro traerá una nueva fuente de pensamiento, a pesar de que la fuerza de estas formas arraigadas de entender el mundo económico todavía tendrán un eco prolongado que alcanzará un futuro muy lejano.

De hecho todo parece anticipar el entorno propicio para un cambio profundo en el pensamiento económico y a fin de cuentas en la forma de entender el mundo. Las balanza que sabiamente podía calibrar las distintas posturas y dar cierto criterio a la política económica sobre parámetros ya conocidos, parece  descomponerse por la aparición de un tercer platillo que se incorpora a la báscula, el cual acumula constantemente nuevos desafíos que habrá que saber sopesar. 
Las contradicciones se acumulan. Así, todos los modelos conocidos apuestan por el mayor crecimiento posible en términos puramente cuantitativos, pero, sin embargo, los recursos se hacen cada vez más escasos y el impacto ecológico inasumible.

El cambio climático acecha pero se trata con acuerdos de postureo político poco resolutivo (según los cuales se discute si las playas y zonas de costa pueden quedar entre sumergidas o muy sumergidas en el plazo de 50 años) o simplemente se obvian sus consecuencias tras posturas pagadas de si mismas (o por otros) que niegan la evidencia. En otro orden de cosas, la clase media ya no es el pilar del desarrollo y la desigualdad perjudica la cohesión sin justificarse ya como un mero fenómeno soportable derivado del crecimiento. La asimetría demográfica que por un lado parece indicar que el envejecimiento del primer mundo es un fenómeno preocupante sin solución sociológica, y, por contra, presenta en el tercer mundo la otra cara de la moneda con una natalidad disparada en un avance hacia la  superpoblación que todavía simula más insostenible. Se empieza a hablar de inteligencia artificial mientras se constata que el avance científico no contiene una argamasa de valores o enlace con las necesidades vitales que le dé el sentido que tenía en otras épocas. La robotización está dejando de ser un escenario de ciencia ficción y amenaza con dejar obsoletas muchas ocupaciones actuales. Paradójicamente, en contraste con lo anterior, las jornadas laborales aumentan en presión y se alargan en tiempo, en paralelo a la creciente proporción de empleo precario y al aumento de desempleo total o parcial.

Pero no hay que irse a temas tan trascendentales o de fondo. Veamos algunos ejemplos. El discurso  ortodoxo nos indica que no podemos endeudarnos más, pero si no lo hacemos gripa el motor de nuestra era. Las economías asiáticas pueden provocar una severa contracción a nivel mundial si frenan su crecimiento, pero serían una fuente de contaminación y degradación insoportables si lo aceleran. Si el petróleo baja ¡uff!… y si sube ¡uff, uff!. Se habla de globalización y se desconfía de la integración y de los planes globales. En Europa, todos reclaman más a la Unión Europea al tiempo que todos los países parecen querer abandonar cualquier proyecto común. Así, los estados-nación pierden capacidad de influencia pero surge un creciente anhelo de una patria cada vez más minifudiasta; el último ejemplo es la desconcertante colisión de Reino Unido con los poderes de la Unión Europea y el todavía más paradigmático enfrentamiento de tintes viscerales en el propio seno del partido conservador británico, reflejado durante los últimos días en la agria dialéctica  entre el primer ministro David Cameron y el alcalde de Londres, Boris Johnson, a favor y en contra, respectivamente, de seguir en la UE. Y mientras, las grandes potencias, ya no digamos la Unión Europea, parecen no tener plan alguno que inspire confianza, ni se vislumbra un orden mundial de progreso continuo del tipo del que hasta ahora estábamos acostumbrados. 

Pero vayamos todavía a contradicciones y paradojas todavía más concretas y cercanas. Si España cumple a rajatabla con los objetivos de déficit va por buen camino, pero si relaja el déficit y da cierta alegría al consumo, como hizo este último año, pues también bien y presumimos de crecimiento. Los mismos que apostaban por alcanzar rápidamente el equilibrio presupuestario como el ideal mágico que todo lo resuelve, nos dicen ahora que cumplir con las exigencias de los próximos años será imposible y contraproducente. Se puede caer en la tentación de permanecer a la espera de que, por inercia, los ciclos devuelvan otro “milagro económico” que la construcción ya no puede provocar, o de hablar continuamente de cambios y reformas que en el fondo no incorporan, de momento, muchas novedades. 
 

INDICIOS DE NUEVA ÉPOCA
Pero no es sólo el in crescendo de las incoherencias lo que parece anticipar un cambio de paradigma o la necesidad de nuevas fórmulas en el pensamiento económico. Hay una serie de factores comunes a un cambio de etapa que se están constatando en los últimos tiempos:
1) La incertidumbre y la volatilidad parecen impregnarlo todo: las bolsas, la evolución de tipos de interés, las expectativas de crecimiento, las probabilidades de recesión, las áreas con mejores y peores pronósticos... Cada vez se escucha a más analistas decir que no saben bien que está pasando. Sólo a los más sinceros claro. 
2) La añoranza que empapa y simplifica los discursos cada vez más huecos y políticos, envueltos en la versión más primitiva y utópica de los prototipos ideológicos de un pasado que se aferra a la esencia más elemental de lo ya conocido, de forma más acentuada a medida que crece la incertidumbre. Así, por ejemplo, en Estados Unidos Donald Trump y Bernie Sanders, símbolos caricaturescos de modelos del pasado, obtienen cada vez más apoyo popular en las primarias de los dos principales partidos del país. El primero con la visión más típica del  libertarismo instintivo y bravucón destinado a dar seguridad al hombre del medio oeste americano temeroso de que su antiguo modo de vida se desintegre y, por la otra parte,  el antiguo anticapitalismo servido por el candidato demócrata para atraer a los desencantados con más conciencia de clase. Hablando de desencantados, lo mismo puede verse en Europa a izquierda y derecha. Como ejemplo triunfante cabría observar el camino del Frente Nacional francés, en cuyo programa implícito espera volver a la Francia de la infancia que vivió la generación que hoy ronda los sesenta años (sí, así lo dicen en sus mítines), en un reflejo quizá de desembarazarse en el imaginario popular de los problemas reales con una vuelta a la ensoñación idealizada que suele caracterizar a los primeros recuerdos de nuestra vida. 
3) La pérdida de referencias que se observa en paralelo al creciente y abstracto malestar que se percibe en las sociedades de diferente signo y condición, ya sea en el mundo desarrollado, en los países árabes, en las economías teóricamente emergentes, etc. Muchos jóvenes no ven la forma de canalizar la energía hacia nuevos modelos o vías de solución que dibujen patrones de vida que se ajusten con un criterio de bienestar a los tiempos que vivimos. A escala más general todo parece indicar que hay un vacío de valores, de liderazgo (de nuevas formas de liderazgo más bien) y de visión de largo plazo, pero esta es la parcela de observación más subjetiva que cada individuo valorará para sí.
4) El choque generacional de intereses. Es más que probable que las nuevas generaciones vivan peor que las anteriores. Los jóvenes parecen más preocupados por los temas de largo plazo y ven a los poderes e instituciones como ciudadelas envejecidas, en línea con la edad media de sus moradores, y preocupadas por mantener el status quo con los papeles amarillentos de un discurso maniqueo.

EN RESUMEN
En todo caso, todo parece indicar que las tendencias de cambio no parecen conducir como antaño a revoluciones ni a la destrucción violenta de lo conocido. La inteligencia colectiva que inunda las redes del mundo actual parece convenir que hay muchas cosas que conviene conservar y sobre las que poder construir. 

No se sabe si todo derivará en un futuro en una recesión a nivel mundial que precipite la innovación y la generación de nuevos modelos o si los nuevos planteamientos encajarán sin cambios bruscos en nuestro nivel de bienestar. Lo que sí parece claro es que estamos asistiendo al ocaso de los modelos que hasta ahora nos daban la seguridad de entender el escenario económico y social. Quizás, como decían los epicúreos que proliferaron en el ocaso del imperio romano, en época de grandes crisis y de cambio lo mejor es centrarse en la mejora del universo más cercano, emprender y lanzar iniciativas pensando en nuestra contribución a la comunidad y aprender a disfrutar de los pequeños placeres de la vida para disipar los temores sobre el futuro … pero eso no es la globalización… ¿o sí?

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