El turismo vuelve a ser tabla de salvación

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Las esperanzas en el crecimiento están en la reactivación gradual del turismo y en los fondos de la UE. Nada nuevo bajo el sol, de modo que del cambio del modelo productivo se habla cada vez menos.

La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal de España (Airef) no se ha quedado precisamente sola a la hora de darle un toque de atención al Gobierno de España para que procure enderezar las cuentas del país, donde la gigantesca montaña de deuda pública aún puede rozar más el cielo de las nubes negras si sigue acumulando déficit. El Banco de España y la Comisión Europea han venido a decir cosas similares, cada uno con su estilo y con sus prioridades por delante.

Las advertencias a España ante las amenazas económicas latentes se suceden, pues, dentro y fuera del país, al tiempo que hay coincidencia entre el Banco de España y la Comisión Europea en cuanto a la necesidad de rebajar las previsiones de crecimiento. Mientras, la brecha social se agranda, para desgracia de los menos favorecidos, y el Banco de España echa más leña al fuego al considerar insuficiente la reforma de las pensiones y pedir que no se suban este año debido a la inflación.

El Gobierno de Pedro Sánchez trata de mantener la calma ante este cóctel explosivo y de aferrarse a las inversiones en marcha con las ayudas europeas, pero ya ve como se abre paso –basta observar las encuestas– la imagen de un PP gestor centrado en la economía, representado por el nuevo líder del PP, Alberto Núñez Feijóo.

¿Dónde puede estar la esperanza para no verlo todo negro como consecuencia de la pandemia, la guerra, la crisis energética y los propios problemas estructurales de la economía española? La Comisión Europea liga el futuro de la recuperación a dos viejos conocidos para España: el turismo y las ayudas europeas.

Tan conocido es el turismo que, antes de la pandemia, suponía en España más del 12% del PIB y del empleo, el 16% de los ingresos por exportaciones y un 50% de los ingresos por exportaciones de servicios. La frenada en seco del turismo internacional en 2020 –más del 75% de abril de 2020 a marzo de 2021– pasó una factura tremenda a la economía.

Un escenario de futuro puede ser compatible con que España se mantenga como una potencia global en turismo, pero ya de otro modo. A riesgo de rebajar la cantidad, puede aumentar la calidad como el mejor camino para elevar la competitividad del sector y mejorar la oferta cultural.

Este año la esperanza está en la vuelta del turismo extranjero, que estas próximas vacaciones podría situarse no lejos de los niveles alcanzados en 2019. Pero lo cierto es que España recibió cuatro millones de turistas en marzo, que vienen a ser un 70% de los llegados antes de la pandemia. Con el impacto de la inflación, el gasto –por encima de los 5.000 millones de euros– sí se recuperó mejor, casi al nivel previo a las restricciones impuestas a los viajes por la covid.

Volcados en las soluciones a corto plazo, va perdiendo consistencia un discurso que parecía haber calado gracias a la opinión generalizada de los expertos, que vincularon la mayor intensidad de la crisis en España –del mismo modo que su menor recuperación– a un modelo productivo hipertrofiado hacia el turismo de no residentes.

Al no venir todos los millones de extranjeros que solían recalar en España, su economía se resintió tanto que la caída de las exportaciones turísticas fue responsable de un tercio del desplome del PIB, a diferencia de otras economías más industrializadas cuyo comportamiento se ha revelado resiliente. ¿Se olvidará todo esto?

@J_L_Gomez

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