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El valor económico de las montañas y los servicios que ofrece la naturaleza

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Hace ya algún tiempo que muchas personas vienen reconociendo los diferentes valores de los espacios o áreas de montaña.

En los últimos años el disfrute deportivo y turístico de las montañas se ha multiplicado de forma exponencial en prácticamente todos los países desarrollados, generando también flujos importantes hacia muchos otros países con “recursos” montañosos. 

Actividades relacionadas con las múltiples variedades deportivas desarrolladas en este medio, la búsqueda de paisajes espectaculares, la huída de una realidad urbana cada vez más estresante, el anhelo de respirar aire puro o simplemente la tranquilidad que ofrece el medio rural de montaña, se han convertido en motivaciones para abandonar, aunque sea por unos días, los hábitos diarios del mundo actual.

Pero las montañas no son sólo eso. Las montañas también realizan una serie de funciones fundamentales como ecosistemas específicos, lo que aporta un gran valor a nuestras vidas en ese mundo “de allá abajo”. Es necesario que seamos conscientes de la importancia de las montañas como fuentes de almacenamiento y generación de agua, primordial para nuestra vida y la de otros seres vivos que habitamos el planeta; como refugio de fauna y flora de gran relevancia para el sostenimiento del equilibrio ecológico del que formamos parte; como evidencia histórica que explica diferentes fases y momentos por los que ha pasado nuestra Tierra y seguirá pasando; o como lugar cultural, social y espiritual evidenciado a lo largo de los siglos.

A todo lo anterior, y a muchas cosas más, se le está dando cada vez más importancia en múltiples foros de investigación científica, en lo que se ha venido a denominar “servicios de los ecosistemas”. Lo que no es más que ser capaces de analizar y conocer los diferentes servicios que la naturaleza nos está ofreciendo de forma desinteresada y de la que nosotros como seres humanos, al igual que otras muchas especies, disfrutamos y nos permite sobrevivir.   

Como seres sociales, y en muchos casos actuando como depredadores del medio natural que nos rodea, hacemos uso de los diferentes ecosistemas (entre ellos las montañas) sin tener en cuenta que no deberíamos actuar de forma que esos servicios fueran susceptibles de desaparecer, ya que provocaríamos pérdidas considerables en nuestra calidad de vida, que en muchos casos serían irremediables. Es por ello que al planteamiento anterior se ha ido incorporando también la valoración económica, es decir monetaria, de todos y cada unos de los diferentes servicios mencionados, con el objetivo de ser capaces de conocer exactamente el valor que aporta cada una de esas pequeñas cosas que la naturaleza pone a nuestra disposición.

Evidentemente existen defensores y detractores de incorporar la valoración económica a los ecosistemas. Unos hablan de falta de ética en un proceso de monetarización de la naturaleza, otros de la necesidad de poder medir cuantitativamente todo, etc.

De todo lo anterior podríamos destacar que lo que sí resulta positivo es el reconocimiento de las montañas como elemento natural y social necesario para nuestra supervivencia y más aún, como componente primordial en cuanto a indicador de calidad de vida. Por tanto, no es tan importante la valoración cuantitativa de los ecosistemas de montaña y de los servicios que ésta nos aporta, como sí el aspecto cualitativo y su reconocimiento por parte de todos y cada uno de nosotros, tanto el que vive en una ciudad y consume un agua procedente de una sierra o cuando realiza un paseo por un bosque otoñal, como el ganadero que depende de las nevadas invernales para alimentar a sus animales en verano o de la madera de los bosques para mantener su hogar cálido…, todos necesitamos de los servicios de las montañas.

Por tanto, valoremos los ecosistemas de montaña por su importancia natural y social, hablemos de socioecosistemas y defendamos la protección y conservación de estos lugares más allá del ámbito estrictamente subjetivo. Añadamos un elemento económico o monetario para resaltar la importancia de estos lugares para aquellos que no tengan en cuenta únicamente el ámbito cualitativo, pero sea como sea, debemos ser capaces de conservar y respetar el valor que los diferentes servicios nos brindan y permiten alcanzar una cierta calidad de vida.     

Y no se trata de enfrentar una visión ecologista o conservacionista contra una visión economicista o utilitarista sino, por el contrario, ser capaces de superar una barrera que lo único que hace es establecer límites y obstáculos a la evidencia sobre el “valor económico” de las montañas.
 

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