¿Y si el desapareciese el dinero?

Electronic remittance through the Internet
photo_camera Dinero electrónico.

El auge del comercio electróico provoca que el dinero sea cada vez más digital que físico

La economía mundial transita una etapa de cierta tranquilidad. El efecto sobre la demanda del petróleo barato, las perspectivas de crecimiento al alza de una Europa aupada por un euro débil, el horizonte de pleno empleo en Estados Unidos, la confianza de China en mantener su crecimiento aún con nuevas políticas de estímulo, entre otros factores, favorecen un escenario de cierta relajación. Las aguas parecen tranquilas, pero algunos marineros de cierta experiencia y pericia intuyen una calma tensa que obliga a estar atentos a los cambios de viento que puedan traer nubarrones como anticipo de una tormenta imprevista.


Los efectos de la crisis todavía perduran y las medidas excepcionales aplicadas para combatirla todavía se discuten en la  actualidad. Lejos de volver a los ciclos rápidos, la economía mundial sigue evidenciando ciertos riesgos globales. La debilidad de la demanda es todavía notoria. En los ciclos a los que nos tenía acostumbrado el siglo XX,  la inflación enjuagaba la deuda reduciendo su valor con el tiempo y favoreciendo cierta holgura en los déficits públicos y en el gasto de las familias y las empresas endeudadas, la clase media en expansión favorecía una mayor propensión media a consumir, las integraciones en áreas económicas de mayor rango -como en su día fue la Unión Europea en sus distintas fases- se veían con optimismo, los incrementos continuos de productividad e innovación hacían pensar hace unas décadas que hoy el hombre viviría en un entorno futurista, etc.

Pero hoy el contexto es diferente, los retos son otros y algunas medidas de choque para combatir la crisis, a las que hasta hace poco se les presumía un corto periodo de vigencia, han venido para quedarse más tiempo del esperado. Un ejemplo es la persistencia de unos tipos de interés históricamente bajos a nivel mundial que persiguen favorecer la inversión e incrementar la demanda, alejando al mismo tiempo el fantasma de la deflación. Este contexto de tipos de interés bajos ha sido llevado al extremo por políticas monetarias agresivas, primero implementadas por Estados Unidos, ahora por Europa y, con ciertos matices, también próximamente por China.

Así, las autoridades de la Reserva Federal de Estados Unidos experimentaron, tras la crisis de 2007, con una expansión cuantitativa de la liquidez de una magnitud desconocida hasta la fecha, que al final parece haber logrado reactivar el crecimiento y el empleo de la economía americana. Pero incluso en este caso, tras siete años de tipos de interés cercanos a cero -y aún contando con el anuncio de Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal, de que ya es hora de retirar los estímulos y volver a subir los tipos de interés entre junio y septiembre de este año-, no parece claro que la recuperación sea tan sólida, ni que el deterioro de la balanza comercial a partir de la consecuente revalorización del dólar, hagan fácil tomar esta decisión. En todo caso, las expectativas de unos tipos de interés completamente normalizados a escala mundial no contemplan el horizonte del corto plazo.


Uno de esos marineros acostumbrado a intuir las corrientes del proceloso mar financiero es Willen Buiter, economista jefe de Citigroup, el cual ante la excepcionalidad de estos tiempos de bajos tipos de interés, se ha descolgado recientemente con una propuesta igualmente excepcional, la eliminación del dinero en metálico.     
Desde hace algunos años, algunos economistas, como el mediático Kenneth Rogoff, tomaron partido a favor de la eliminación del dinero en efectivo. Llegaron a abogar por la total sustitución  del dinero en efectivo por el dinero electrónico. De forma recurrente el tema vuelve a estar encima de la mesa y hace unas semanas fue el propio Willen Buiters quien se mostró partidario de la teoría de Rogoff, aunque, en su caso, propone la eliminación de todos los billetes excepto los de cinco dólares.


Los postulados tradicionales de esta fórmula se apoyaban en la lucha contra la evasión fiscal y actividades ilegales, pero también la banca y los gobiernos verían ahora con buenos ojos esta medida. Así, esta tesis está empezando a encontrar un eco positivo tanto por parte de muchos estados acuciados por la necesidad de recaudar y la creciente demanda en la lucha contra el fraude por parte de una clase media que ha sufrido un drástico recorte de los niveles de  bienestar. Pero sin duda, es el lobby de la banca el que en mayor medida apoya estos estudios sobre la conveniencia de la eliminación del dinero en efectivo, y, en este caso, los bajos tipos de interés tienen mucho que ver.

ECONOMÍA SUMERGIDA
El debate no es ni mucho menos nuevo y siempre ha estado ligado al tema de la economía sumergida. Desde el inicio de la crisis no son pocas las voces en Europa que piden la retirada de los billetes de 500 euros. En España acaba de salir publicado un estudio, elaborado por ESADE e Infojobs, que señala que el 20% de los desempleados y un 10% de los empleados han cobrado en “negro” durante el pasado ejercicio. Ya durante la época de la burbuja, España lideraba el atesoramiento de billetes de 500 euros para pagos en metálico con el fin de nutrir un alto porcentaje de economía sumergida ligada al sector de la construcción, amén de otros pagos ligados a las mordidas de la corrupción. Si hubiese obligatoriedad de realizar todos los pagos mediante transferencias electrónicas no sería tan fácil escapar al fisco.  

REDES CRIMINALES
Para el economista Rogoff, la única manera de evitar el lavado de dinero, el contrabando y gran parte del soporte financiero derivado de actividades criminales es eliminar el dinero físico. Volviendo a Europa, según autoridades policiales, se sospecha que más del 85% del atesoramiento de billetes de 500 euros está relacionado con actividades delictivas. No es extraño  asociar la detención de capos de la droga o del tráfico de armas con la incautación de grandes cantidades de efectivo. No es casualidad tampoco, que según investigaciones de rastreo efectuadas por el Banco Central Europeo en 2014, se sospeche que un alto porcentaje de billetes falsos se corresponda con una zona de alta actividad criminal como el sur de Italia.


También en la corrupción política tendría su impacto, dado que no se podría escuchar, como ha sucedido recientemente en nuestro país, a políticos contar dinero en efectivo en pago de presuntos sobornos, como tampoco se podría haber dado el trasiego de maletines de dinero a Suiza o Andorra. En un mundo sin dinero en metálico, se sabría de dónde viene el dinero, a dónde fluye y qué se consigue con su movimiento. Con salvedades claro, los malhechores siempre organizarían resquicios para salvar los controles, pero burlar al ley ya no sería tan fácil, ni estaría al alcance de cualquiera.

COMERCIO ELECTRÓNICO
Al mismo tiempo, el auge y exponencial crecimiento del comercio electrónico ya está provocando que, en realidad, el dinero cada día sea más digital que físico, como demuestra el continuo desarrollo de nuevos medios de pago. Dentro de poco tiempo el móvil será un instrumento generalizado de pago y los métodos de reconocimiento del titular, así como los controles de seguridad, también habrán avanzando significativamente. Las nuevas generaciones verán normal el pago digital a todos los niveles, incluidos pequeños importes.    

BANCOS Y POLÍTICA MONTERIA
Como se había mencionado en un principio, el sector bancario es uno de los actores más proclives a que el dinero en efectivo desaparezca. El hecho de que sea el responsable del servicio de estudios de una entidad financiera como Citigroup, el último en sacar de nuevo el tema a la palestra, no es casualidad. La causa que explica este  claro respaldo de la banca radica en las políticas monetarias ultraexpansivas que están implementando los bancos centrales en medio mundo.


Con unos tipos de interés próximos a cero, a los bancos les sale muy caro tener dinero ocioso en sus balances o en las arcas de los bancos centrales. La expansión monetaria ha inundado de liquidez el mercado mediante la compra de bonos, limitando la oferta y el rendimiento de activos seguros, lo que obliga a las entidades a buscar la rentabilidad en el crédito. En el caso de España, por ejemplo, ya se están relajando los mecanismos de concesión de préstamos, pero en todo caso, todavía hay un peso excesivo de activos dudosos y los límites de las políticas de riesgo son difíciles de optimizar para no adentrarse, de nuevo, en una posible burbuja.

Además, la rentabilidad por la vía del pasivo, es decir, la derivada del ahorro de los depositantes, es nula, salvo que se reoriente al cliente hacia opciones de mayor riesgo y rentabilidad sobre las que se pueda cobrar comisiones por la gestión. De esta forma, cada vez resulta más difícil rentabilizar las oficinas y los medios tradicionales de hacer banca, por lo que ante la necesidad de reducir costes transaccionales y operativos, las entidades financieras se verían muy beneficiadas si se diese un escenario de eliminación total o parcial del efectivo, dado que reduciría costes operativos de caja y efectivo en beneficio de la operativa electrónica y el autoservicio del propio cliente. 

Si bien es cierto que el encaje de la solución para cada entidad bancaria entraría en un juego muy afinado en función de los diferentes mercados y tipos de negocio, ante la amenaza de “expulsar” a la clientela tradicional y la dificultad de ajustar los perfiles de sus empleados a la nueva dinámica comercial en un breve periodo de tiempo. En todo caso las posibilidades del “big data” alcanzarían una nueva dimensión a partir del estudio de los hábitos que la nueva información proporcionaría del cliente, pues todos sus cobros y pagos quedarían registrados.


Pero aparte de esto, hay otro riesgo que los bancos quieren eludir. Ante la nula rentabilidad de los depósitos, los bancos ya buscan cómo evitar que los depositantes saquen su dinero y lo metan debajo del colchón. Con la eliminación del efectivo este problema no existiría. Todo el dinero electrónico estaría bajo el control de la banca, circunstancia que también los gobiernos verían con buenos ojos al reducir el riesgo sistémico en el supuesto caso que, ante un pánico financiero, la gente acudiese a retirar de forma simultánea dinero en efectivo con la consiguiente crisis de liquidez.

INCONVENIENTES
Por supuesto, la eliminación del dinero en metálico tiene también grandes inconvenientes. Citaremos a continuación algunos de los más importantes. El primero es de índole práctica, muchos sectores de población no tendrían acceso en el corto plazo a los medios electrónicos, impactando negativamente en las capas más desfavorecidas de la sociedad, además, por costumbre, la propensión al uso del dinero en metálico no es sólo una cuestión de edad, la diferencia entre países de un mismo entorno es significativa. Por ejemplo, en el sur de Europa el uso del pago en efectivo es muy común, frente al uso mayoritariamente electrónico en los países nórdicos.

El segundo inconveniente es de carácter psicológico y relacionado con la privacidad. Dado que todas las transacciones quedarían registradas, aquellas personas que quisieran mantener la privacidad sobre sus gastos se opondrían a esta medida. Asimismo, aquellos más propensos a pensar que somos objeto de seguimiento y observación de nuestros hábitos, ya sea con fines comerciales en el mejor de los casos, o de control por parte de poderes fácticos, tampoco apoyarían la medida. Al margen de las opciones reales de implantación a corto plazo y las reticencias al registro de todos los gastos privados, la exclusividad de los pagos electrónicos puede crear nuevos riesgos de seguridad, si bien ese riesgo ya existe en la actualidad dado el gran volumen de la economía digital.


En todo caso el debate está sobre la mesa. Algunos países han tomado medidas que ya ponen límite al uso de efectivo. En Francia una compra en metálico no puede superar los 3.500 euros, en España los 2.500 euros y en Italia los 1.000 euros.
Algunos países han ido un paso más allá. En Suecia cuatro de cada cinco compras se realizan de manera electrónica. Los autobuses ya no aceptan dinero en efectivo y, entre otros efectos, parece que los robos a instituciones financieras se han reducido significativamente.

Suecia es un país cuya población siempre es proclive a aceptar este tipo de medidas y a lo mejor su ejemplo no es exportable, pero quien sabe, quizá en un futuro próximo los jóvenes podían tener la imagen de los billetes y las colas en las oficinas bancarias como nosotros visualizamos hoy a los antiguos oficinistas con manguitos y sus registros escritos a mano.

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