Cara a cara con la muerte

Ocho dotaciones de Policía, una de bomberos y unos cien vecinos quedaron atrapados.
photo_camera Ocho dotaciones de Policía, una de bomberos y unos cien vecinos quedaron atrapados.

Dos de los policías cercados por el fuego  relatan  la  que pensaron  sería su  “última intervención”

Domingo 15 de octubre, 18,15 horas de la tarde. Gabriel, suboficial de la unidad de Seguridad Ciudadana del Cuerpo Nacional de Policía de Vigo se dirige hacia Chandebrito, en Nigrán. Son en total ocho dotaciones con 16 agentes las que acuden al aviso de “situación complicada” en esa zona, fuera de su jurisdicción. El agente Marcos también va en el  mismo grupo. Ellos accedieron ayer a poner voz al testimonio de todos los compañeros desplegados para hacer frente a los incendios y que fueron la mayoría de efectivos de este cuerpo policial en Vigo.

“Estaba esa tarde fuera de servicio y en cuanto me enteré de que los incendios se propagaban me presenté en Comisaría para ver cómo podía ayudar”, relata el suboficial. Una vez en dependencias policiales, se organizó un subgrupo, comisionado por la sala del 091 para acudir a dos de los focos. El suyo se encaminó a Chandebrito.

“Cuando llegamos, nos encontramos en un medio al que estamos poco habituados, es una zona de la Guardia Civil, ante una población rodeada de masa forestal con las llamas a escasos metros y una humareda impresionante”, explica.  Lo primero que hicieron fue “ayudar a la gente, desalojarla de sus casas, con el apoyo de la población, gente de otros sitios que se coordinaba con nosotros porque conocía la zona y que sin ser policías se arriesgó y trabajó igual que nosotros. Era un lugar con un porcentaje alto de personas mayores e impedidas y era difícil su evacuación. Muchos no querían salir”. El suboficial reconoce que “no estábamos preparados para una situación semejante y se preveía una castástrofe. Las llamas superaban los 10 metros quemando las copas de los árboles”.

Pese a los esfuerzos en desalojar las viviendas e intentar frenar con los medios posibles el avance de las llamas (cubos, ramas...) llegó un momento en que “la situación nos sobrepasaba, nos sentíamos impotentes y a las dos horas aquello era insostenible, no había casi visibilidad y el fuego se acercaba peligrosamente al núcleo poblado. Había que intentar buscar una salida, no había opciones”. Fue entonces cuando Gabriel tomó la decisión junto con una dotación de bomberos de “explorar la única vía de salida posible en esos momentos, la de Camos. Había que comprobar si era viable, así que tres vehículos fuimos de avanzadilla mientras el resto se quedaba esperando a que yo diera la orden de pasar, en fila con las luces encendidas”. 

Recuerda que “a pesar de la baja visibilidad y del fuego después de circular un kilómetro vimos que podía ser viable y di la orden al resto de compañeros para que accedieran”, pero entonces “lamentablemente se nos complicó la situación hasta el punto de que en unos seguidos estábamos envueltos en llamas, con el fuego haciendo efecto túnel en el coche y un gran riesgo de salirnos de la vía. Fue cuando avisé de inmediato para que abortaran la bajada”.

“Teníamos miedo no, lo siguiente”, afirma este policía quien califica el momento de “verdadera locura. El termómetro del coche señalaba los 90 grados de temperatura exterior. Las puertas empezaban a crujir, el fuego cruzaba por debajo del coche y las defensas se derritieron. Había ramas ardiendo y los árboles amenazaban con caer. Si nos hubiéramos encontrado alguno en la vía, no habríamos salido jamás de allí”.

Marcos conducía el primero  de los cinco vehículos policiales que se habían adentrado en el camino de Camos tras el visto bueno del suboficial. “La visibilidad era nula y el camino muy sinuoso con mucho humo y fuego. Cuando habíamos recorrido unos 1.000 metros recibimos la orden de dar la vuelta porque no se podía pasar. Pese a que era una vía muy estrecha, cuando conseguí dar la vuelta  me encontré con varios vehículos particulares que nos habían seguido y habían colisionado entre sí. La temperatura fuera era ya de casi 100 grados y no se podía salir del vehículo, el estrés era enorme.” El agente explica cómo “logramos abrir una vía por el lateral derecho empujando con nuestros propios vehículos policiales a los otros coches para poder regresar al punto de partida”. Reconoce que entonces “vimos que era el final porque estábamos en una situación extrema. Comenzamos a circular muy lento, sólo guiándonos por la línea blanca de la carretera y sin tener la certeza de poder salir de allí. Fue la distancia más larga de mi vida”. En ese camino interminable, los agentes tuvieron que circular con llamas en los neumáticos y ramas ardiendo. Cuando por fin pudieron regresar al punto del que habían tratado de escapar pasadas las diez de la noche, “la escena era casi tan crítica como la del camino, ya no se veía nada, solo la luz de las llamas y llevábamos horas inhalando humo”. 

Sin embargo, y paradójicamente, “el viento que casi nos hace perder la vida, nos  salvó. Cambió de dirección y eso nos dio una bolsa de aire para poder respirar, porque comenzábamos a tener mareos y náuseas. Entonces, a las 23 horas nos avisaron de que si aguantábamos una hora más allí podríamos salir. Fue un momento de alivio, no hubo abrazos pero sí cambiaron nuestros rostros. A las 00,30 horas, avisamos por megafonía a la gente de que ya podíamos salir por Fragoselo para que nos siguieran”.

Marcos afirma que “no sé si las mujeres que fallecieron iban detrás de nosotros. No supimos nada mientras estuvimos allí y no pudimos hacer más, nos olvidamos de nuestras propias vidas, como otra mucha gente”. Asegura que “yo y cualquiera pensamos que era nuestra última intervención, es normal que a algún compañero se le pasara por la cabeza utilizar la pistola ante el temor de morir calcinado”.

Junto a estos dos testimonios, otro agente que estuvo  en un monte vigués y que se desmayó por el humo, reconocía ayer a este periódico que “he estado frente a gente con cuchillos y pistolas, pero en mi vida vi la muerte tan de cerca”.

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