A UN METRO

Casi tantos policías como pasajeros

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photo_camera Acceso a la estación de tren de A Coruña. Suso Arjomil

En el tren de las siete de la mañana entre A Coruña y Vigo se suben una veintena de viajeros, el control a la salida en Urzáiz es concienzudo

A José Luis Borges no le gustaba viajar, prefería haber viajado. El gran cínico de las letras enseñó que la única manera de ser puntual es llegar antes. El periodista también hubiese preferido haberse subido al tren que va a salir de A Coruña con destino Vigo a las siete de la mañana en vez de tener que subirse, pero como el texto manda, a las seis y media ya estaba a las puertas de la estación de San Cristóbal pertrechado por primera vez con mascarilla, guantes, gel desinfectante y algo de canguelo por compartir un espacio cerrado durante hora y media en época de pandemia. Al regreso en el regional serán dos horas y trece minutos, pero será mejor no adelantar temores. "Partido a partido", recomienda otro argentino visceral como Cholo Siemeone.

En la entrada una mujer demuestra que los fumadores son –o somos– buenos malabaristas. Es posible apurar el último cigarro antes de adentrarse en la estación con la mascarilla puesta. La mujer apaga el pitillo poco después que el informador. Por la cinta del control de acceso al andén hay que pasar el equipaje aunque sea del tamaño de una bota de vino. Puede que acaben metiendo a los viajeros para comprobar que están libres de coronavirus. La cola, porque acaban de abrir el puesto, no llega a la veintena de personas, siendo generosos en el cálculo. En el recuento por los dedos tras la parada en Santiago sale que hay cuatro vagones para 15 viajeros, contando con el revisor y el maquinista. Los que suben compensan las pérdidas.

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En un día sin el zumbido constante del COVID-19 el tren iría abarrotado hasta Santiago de estudiantes y funcionarios. La normalidad ha quedado atrás como esa estación a la que se sabe que será difícil regresar. Por el aspecto, estudiante podría haber una o ninguna. Por el alboroto, currantes de los considerados servicios esenciales hay unos cuantos. En el vagón número uno se sientan cinco personas. La intención es salir pitando hacia otro coche menos concurrido, pero un periodista sin oreja es peor que uno sin libreta.

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Interior del tren. // Suso Arjomil

Un venezolano se lamenta por lo mucho que come la cuñada, incluso se zampó la tortilla que sobró de la cena

Dos venezolanos hablan a gritos de sus condiciones laborales y de los mucho que come la cuñada de uno de ellos. El fontanero tiene un tono parecido al de Juan Guaidó, líder de la oposición a Maduro o presidente de Venezuela, según la simpatía del que lo mencione . Van sin tapabocas, como le llaman a la mascarilla, y se dirigen a una obra. Ocupan la respectiva ventanilla de la misma fila. El otro tose con ganas cuando no lamenta que la cuñada se haya zampado media tortilla que quedó de la cena. "Es que no baja ni a la compra". Lo habrá escuchado hasta el maquinista. Uno cobra 1.300 euros, el otro 1.500. Se apean en Santiago, como la mujer que se ha pasado 28 minutos repasando un buen puñado de papeles con el logo del Sergas.

Pasajeros bajan del tren, viajeros suben como el bombeo de la bolsa y la vida. El joven con un castellano afrancesado que insistía en pasar el billete en la estación de A Coruña a pesar de que la barrera estaba bajada se ha instalado en un vagón solitario. Se bajará en Vigo. Parece adormilado, quizá porque todavía no sabe que un vagón es lugar propicio para aventuras. Una muchacha entra en el coche número uno repasando el pasaje como un revisor concienzudo. Viste un pantalón cinturón y medias caladas. En el recuento de asistencia después de Vilagarcía de Arousa está sentada al lado del chaval.

ABANDONAR LA COLMENA

El revisor ha insistido en que cada viajero tiene que sentarse en ventanilla para respetar la distancia de seguridad. La primera impresión es que son pareja o han ligado. Pero al llegar a la estación de Urzáiz ella sale pitando y él esperará después por el autobús tan solo como ha llegado.

Calle del Príncipe, en Vigo. // Suso Arjomil

En todo el trayecto nadie reclama el billete, pero también es cierto que hay que facilitar los datos personales cuando se adquiere por Internet ante el riesgo de que la ventanilla esté cerrada antes de las siete de la mañana o de que el despacho automático no funcione. Subiendo las escaleras mecánicas de la que será la estación intermodal de Vigo da la impresión de que el control policial se ha relajado y el personal pronto podrá salir de la colmena cuando quiera. Cinco o seis policías nacionales espantan la ref lexión. Van parando a los pasajeros para que respeten la distancia social y al periodista le toca identificarse. Un par de fotos para la colección de vacío en la céntrica calle Príncipe y a la estación de Guixar para emprender el viaje de vuelta. "¿No acaba de llegar a la otra estación hace un momento?", pregunta uno de los policías de antes. Son simpáticos. "Y ese es el tren que más gente trae, te puedes encontrar el de Madrid con nueve personas". Casi como policías ahora. Mejor haber viajado.

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