A UN METRO

El pan nuestro de cada día

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photo_camera Dos momentos del reparto de pan por el municipio de Vimianzo. // Suso Arjomil
 "Se te cuidas un pouco, penso que non ten que pasar nada e a toda esta xentiña hai que atendela", confiesa la repartidora de pan

"Primero entierra a los muertos y después busca pan para llevar a casa". Podría tratarse de la voz en off de cualquier película apocalíptica, pero mientras no llega una situación de esas características o se agrava el drama que ya está provocando la pandemia del coronavirus, el pan en los pueblos te lo siguen llevando hasta la puerta de casa. No es conveniente jugar a los dados con la muerte cuando bajo el mismo techo vive una mujer de 87 años. La voladura de esta serie de reportajes a un metro de distancia con los que siguen en la calle para que la vida continúe girando por el momento es controlada, si algo se puede controlar con el COVID-19.

En el entierro íntimo de la sacristana de Cesullas, parroquia de Cabana de Bergantiños, la probabilidad de contagio era escasa, sobre todo si las recomendaciones sanitarias se asumen como órdenes. El día que toque acercase a un hospital o a una residencia de ancianos habrá que despedirse de doña Generosa por un largo periodo, consciente de que cuando cargas con casi nueve décadas se tiene de todo menos tiempo. Lamentablemente no es descabellado aventurar que habrá muchas jornadas para adentrarse en territorio minado. 

Un claxon espanta las cavilaciones para encontrar un tema y enfocar con cautela el texto de cada día. "El pan", gritan. En la calle huele a desinfectante. Los operarios del Concello de Vimianzo han pasado a primera hora de la mañana. Alba Pereira espera con la puerta trasera de la furgoneta abierta a que los vecinos vayan asomándose de sus casas para comprar el pan, como llevan haciéndolo desde hace mucho tiempo. "No es sólo estar en casa, es la angustia que tienes", comenta una mujer desde la acera de enfrente mientras espera su turno. Otro vecino también mantiene una respetuosa distancia que hace una semana se tomaría por chaladura. Alba es de Carantoña, parroquia con un nombre precioso, a la altura de Cariño en la costa norte de A Coruña. Tiene 31 años y lleva algo más de cuatro haciendo el reparto por los pueblos para la Panadería Barcia, que cuenta también con horno en Camariñas. 

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"Non levo por gusto a mascarilla, pero hai que facelo", responde a una vecina mientras le entrega con guantes el reparto

Vimianzo es tierra de pan rico y reconocido, como el de Cea en Ourense o la bica de Laza, dulce que viene a cuento en este folio porque cuando se prueba el sabor resulta inolvidable. Esta mañana Alba no sólo trae la bolla de pan, sino también el reportaje. Acepta que el periodista la siga en la ruta, aunque al ritmo que reparte casi se parece una persecución por las aldeas. En cada parada le preguntan cómo está la cosa por otros lugares. Desde que se han detectado varios afectados por el coronavirus en el municipio de Santa Comba y uno en el de Fisterra el temor también se ha propagado entre la brava gente de la Costa da Morte. "Eu sigo poñéndome en risco por vos", bromea en una parada cerca del castillo levantado a finales del siglo XII. "Agora fanche levar mascarilla", comenta una mujer. "Non a levo por gusto, pero hai que facelo", responde Alba. También despacha con guantes. 

"Eu sigo poñéndome en risco por vós", bromea en una parada mientras le preguntan cómo están en otras aldeas

 

“Non sei se me tocará desta"

Adelaida, otra vecina, aguarda a unos metros  de la furgoneta hasta que reconoce al periodista. Parece que el calendario se ha detenido hace unas décadas para ella, pero se desmarca de la lisonja: "Sempre fuches moi atento, pero vou vella. Xa non sei se me tocará ir desta". "Cala, que ninguén quere ir", zanja una vecina entre risas. 
Alba no tiene miedo. "Tanto, tanto como se escoita por aí non, se te cuidas un pouco penso que non ten que pasar nada e a toda esta xentiña hai que atendela". En los núcleos de población más apartados además del pan a veces lleva algo de palique. "Moito non porque o reparto hai que facelo", añade mientras sale pitando. El padre está más tranquilo con su trabajo en contacto continuo con la gente que la madre. "É lóxico porque temos á avoa na casa". 

 

En una de las paradas las bolsas del pan están colgadas en la puerta con el dinero dentro. El respeto al coronavirus es razonable, a no ser que vivas sin leer el periódico, ver la tele o escuchar la radio como un marciano recién aterrizado en el planeta. Otra mujer le entrega el dinero desde lo alto de de un muro de piedra. El ejercicio de contorsionismo a esas edades puede resultar tan fatídico como el coronavirus porque se está jugando una caída brutal para evitar un hipotético acercamiento al virus. En una zona más rural un hombre de mediana edad se estira como un mando a distancia. Es el pan nuestro de cada día de Alba Pereira y de una buena hornada de repartidores.

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