crónica

La vida entre perros de caza

perros de caza
photo_camera Manuel Golpe, con algunos de sus perros, en su casa de Bergondo, al lado de algunas mansiones.

La cría de perros de caza es la mayor afición de Manuel Golpe, que después de largas jornadas de trabajo en su taxi pasa la vida rodeado de sus 25 animales en la aldea de Bergondo (A Coruña), inclinación por la cual se ve salpicado por algunas quejas

La pequeña finca de Manuel está enclavada en una zona que sorprende al visitante por la opulencia de sus mansiones. Espectaculares chalés con piscina y pistas de tenis salpican una parroquia ahora habitada por los herederos de familias que enraizaron en la zona debido a una importante industria joyera. Pero su solar es distinto a los de los demás. Hay trastos por todos lados, una cabeza de ciervo en el garaje, docenas de collares con tecnología GPS, carritos para el transporte de canes, un todoterreno de los noventa y muchos sacos de pienso.

Su pasión por la cría de perros comenzó cuando se casó con la hija de un cazador, cuenta Manuel Golpe, que recuerda que iba "a un monte cercano en la moto, con la escopeta cruzada a la espalda y con el perro de acompañante en la parte delantera del asiento".

"Vienen de ciudades lejanas solo unas semanas en verano y quieren vivir en el campo sin los ruidos del campo"

Ese estilo de entender la caza cambió, reconoce, pues ahora es necesario "hacer cientos de kilómetros para ver un conejo en un coto. En cambio, en las huertas de maíz de allí abajo padecen cada noche al jabalí" y la abundancia de este mamífero fue precisamente la que decantó su actividad cinegética, asegura. "Poco a poco fui incorporando a mi cancela perros de otros cazadores que se deshacían de ellos o cachorros que nacían aquí", relata Golpe, quien también cuida canes que han sufrido con sus anteriores dueños, algunos traídos de refugios, y describe esta actividad como apasionante, aunque admite que requiere de mucho esfuerzo físico y psicológico.

Su ahínco al respecto no está exento de algún reproche; así las cosas, en fechas recientes por ejemplo, tal y como admite, ha sido criticado por un vecino que veranea en la zona y remitió un escrito al consistorio local en el cual se queja de que los ladridos no dejan dormir a su familia. Una observación ante la que el taxista argumenta que algunas personas "vienen de ciudades lejanas solo unas semanas en verano y quieren vivir en el campo sin los ruidos del campo".

Golpe apunta como réplica que efectivamente los perros hacen ruido, pues ladran ante lo que consideran un peligro o una amenaza como ocurrió hace unos días cuando un zorro le mató nueve gallinas y "los perros se volvieron locos porque no tienen acceso al gallinero".

No obstante, "la vida aquí te enseña a buscar soluciones rápidas". Prueba de ello, otro vecino le regaló dos ocas que desde entonces mantienen al zorro lejos de sus gallinas, "aunque a algunos también les moleste el ruido de las ocas", ironiza.

Para zanjar esta polémica vecinal argumenta asimismo que en el Ayuntamiento de Bergondo están al tanto de las quejas de un único vecino, así lo han ratificado, y, según confirman fuentes municipales, el recinto está legalmente inscrito como "perrera deportiva" en el Registro de Animales Domésticos y Salvajes en Cautividad de Galicia, perteneciente a la Consellería de Medio Ambiente, Territorio e Infraestructuras.

"Esta gente no entiende lo que es la vida en el rural. Quieren vivir en esta aldea y que los que estuvimos aquí toda la vida desaparezcamos con nuestras costumbres. Aquí ya no quedan granjas de vacas como las que había cuando los ricos compraron parcelas a precio de saldo", asevera rotundo el cazador, que, a su vez, no comparte tampoco ese modo de vida. Es por ello que lamenta que ahora los "pozos están secos porque son demasiadas las piscinas que hay que llenar cada temporada", por lo que ya no se puede vivir de lo que produce la tierra como hacían antes, comenta.

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