GALICIA

Rafael Lorenzo: marino, oficial y caballero

Dibujo
photo_camera El almirante Lorenzo, con su uniforme.

El almirante Rafael Lorenzo ha cruzado siete mares, fondeado portaviones y navegado por toda la Tierra

Este día hubo mucha calma, y después ventó, y fueron su camino al Oueste… Al sol puesto, subió el Martín Alonso en la popa de su navío, y con mucha alegría llamó al almirante, pidiéndole albricias que veía tierra”. (Cristóbal Colón, diario de a bordo, 25 de septiembre de 1492). 

Misma fecha de 2017. El almirante Rafael Lorenzo contemplando la bahía desde el malecón del club de yates: “Bayona me cautiva”. Que lo diga alguien que ha cruzado los siete mares, circunnavegado el mundo y fondeado el portaviones Príncipe de Asturias bajo las faldas del Castillo de Monterreal a pesar de sus cuatro pisos de calado, impresiona: “¿Qué tiene Bayona de especial?”. “Pues está a treinta kilómetros de otro país maravilloso; a hora y media de Oporto, lo que la comunica en vuelo directo con casi toda Europa; a veinte minutos de Vigo; tiene las Illas Cíes a un tiro de ballesta, hermosas playas, finos arenales, verdes marismas; aquí arribó la carabela 'La Pinta' que traía a bordo un nuevo mundo; aquí aprendí a nadar, a pescar, a navegar… La llevo en el corazón desde mi infancia y la llevaré hasta  el día en que muera”.

Rafael Lorenzo, a secas, sin apellido compuesto, sin familia marinera y más de tierra adentro que las trufas… “Sí, nací en Madrid, soy el primogénito de cuatro hermanos, mi padre era un empresario de éxito, propietario de la marca Profidén, pero fue el primero en animarme cuando le anuncié que quería ser marino, él me empujó a la profesión…”; al nauta se le quiebra la voz, por un instante parece no hacer pie. “Murió muy joven”, recuerda.  
Cercano, afable, conversador, reflexivo, humano. Sobre todo humano. Enseguida se le pierde el respeto: “Rafael, tomemos un café”. Rafael López Montero (Madrid 1939), como Blas de Lezo -el mayor héroe español de todos los tiempos- vivió todas las vidas: Ayudante de campo del S.M. Rey Juan Carlos, secretario del Estado Mayor de la Armada,  vicealmirante jefe del Estado Mayor Conjunto, director general de Política de Defensa… “Pero lo más apasionante –puntualiza-, es comandar un buque de guerra”. 

Fue piloto de helicópteros, estuvo embarcado en el dragaminas “Odiel”, en el portaaeronaves “Dédalo”, en 41ª Escuadrilla de Corbetas;  después ya ejerció el mando del cazaminas “Guadalmedina”, de la fragata “Extremadura” y, primus inter pares, del portaaviones “Príncipe de Asturias”, un privilegio reservado  a los mejores. “La Armada me lo ha dado todo”, reconoce.

Pero no. No hay atajo a ningún sitio a donde merezca la pena ir. Y Rafael tuvo primero que romperse los codos durante tres años estudiando matemáticas, inglés, trigonometría. Después batirse en dura lid con cientos de opositores antes de vestirse de cadete. “Me fui un poco a ciegas, solo”, recuerda. Ya en la Escuela Naval de Marín se forjó como guarda marina bajo la férrea disciplina de instructores alemanes: flexiones, carreras, “plantones” (media hora en posición de firmes) o “mudas” (subir a la habitación, cambiarse de ropa y  formar en el patio en 3 minutos). “Eran castigos que nos hacían más fuertes, más pacientes, más dinámicos”. En la mar si buena es la fuerza física todavía lo es más la fuerza psíquica, y eso lo sabían mejor que nadie los instructores teutones.

Luego ya vinieron los permisos, las salidas de fin de semana, los días francos; el uniforme impoluto, los zapatos resplandecientes, el sable centelleante. Y las chicas deslumbradas. Pero, como aquellos primeros fósforos de palito, el apuesto guarda marina solo  encendía en su propia caja: Toya Curbera: viguesa, urbanita, sangre celta, street style: Penélope, en tantas singladuras del arrostrado Ulises; la mujer que le dio seis hijos, la que llevó veinte casas a cuestas en otras tantas mudanzas: Ferrol, Rota, Madrid, Palma de Mallorca, EEUU…, veinte alquileres diferentes, veinte contratos de luz, veinte contratos de agua, veinte colegios para los niños. Mientras, a base de disciplina, tesón y formación continua se iba construyendo el almirante.  

Atemperado por la mar, humilde ante su inmensidad, curtido en mil singladuras, este laureado navegante de ojos inquietos y corazón de héroe era, es, por sobre todo, un ser humano: “Mi mayor angustia fue el día en que creí haber perdido a uno de mis hombres”. Se trataba del piloto de un "Harrier", que reportó en aproximación final fuego en la tobera; por protocolo de seguridad no se le podía permitir la toma en el buque; se le ordenó proceder al aeropuerto más próximo, apenas a 10 minutos de vuelo, pero se perdió el contacto radar con la aeronave a las 40 millas. “Por fortuna uno de nuestros helicópteros lo rescató sano y salvo a la media hora.” 

“¿Mi mayor hazaña bélica? –se ríe- echar a pique el 'Invencible', el  buque insignia de la Royal Navy: fue en unas maniobras conjuntas de la NATO en el mar del Norte; nuestros cazas lo sorprendieron en el momento de repostar a sus aviones y nos lo cargamos; hasta el premier británico John Major se lo comentó a nuestro presidente: “Menuda paliza nos habéis dado”.

La charla se anima. El navegante se moja: “España no es marítima”, dice. ¿Cómo así? “¿Cuantas veces –lo explica- se escucha la palabra 'mar' en el Congreso, o en el Consejo de Ministros, o se ve escrita en la prensa de Madrid?” Y sigue: “La razón de ser de la Armada es la fuerza naval, sin embargo cuando combatimos el chapapote del 'Prestige' codo con quilla con los pescadores gallegos, ¿alguien se acordó de felicitar a  los marinos de la Armada?”.
Luego ya se relaja. “Me embarcaron a 35 mujeres de golpe, aquello suponía un hito en los derechos de las féminas pero la marinería, íntegramente masculina, no estaba acostumbrada; y yo tampoco: al principio no sabía si dar órdenes o ponerme firme”. Vuelve a reírse el militar.

También recuerda lo de la Isla Perejil: “Nadie entendió nada: 'al alba, con viento duro de levante' es la fraseología estándar que se usa para cubrir los diarios de a bordo…”. Y sí. Basta echarle un vistazo al cuaderno de Bitácora del Buque Escuela Juan Sebastián de Elcano: “Comienza la singladura de buen cariz, navegando a vela con aparejo de cuchillo; 0629 horas, se produce el orto de buena amanecida, con horizontes tomados, viento flojo de NNW”. “La prensa lo tomó a chirigota. Pero a mí, cuando Aznar me preguntó que si 'iba a haber muertos' se lo dejé bien claro: por parte española no. Aquellos soldados marroquíes podían estar armados con lanzacohetes. Todas las medidas eran pocas”.

“Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra”. Acabamos de llegar y resulta que ya llevamos dos horas y media de periplo. Este hombre, hoy jubilado, ha surcado aguas y mares, ha culminado con éxito miles de travesías, pero siempre ha tenido los pies en la tierra. Almirante, muchas gracias por su tiempo; “buen camino”, le auguramos desde estas páginas: peregrino de la vida, todavía le queda mucho por andar.

Es un honor haberle acompañado unos minutos. Como Machado es usted, en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno.

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