Rodaje y belleza de la costa gallega

Si hay un prodigio de costa, que todas lo son y en especial en Galicia, es ésta de la mar Ártabra y la que con El Cabo Ortegal y la Estaca de Bares como que se prolonga. Otras, también lo son como para quedarse con una en particular. Y así se rubrica porque paseándonos más que a pie, que sí alguna vez, ahora en auto, me encontré en Cedeira que fama tiene por su playa al fondo de su pequeña ría en forma de semiluna y de casi dos kilómetros con su puerto pequeño donde un tropel de figurantes y alguna mujer de lúteos hábitos, y también los numerosos que tras la cámara estaban en estos esplendentes días; llevan por allá varias jornadas de rodaje como si tratarse de una tardía descubierta de nuestras fermosas paisajes; y por todo alimento se aprovisionan, de una mesita de más frutas o bocatas que de lo demás. Me dicen si por allí el ourensano Pablo Alvarado, experto en atrezzo y decoración y que siempre de tan implicado en series cinematográficas, apenas se deja ver entre nosotros. Por Cedeira ganas hubo de aproximarnos a esa playa en media luna rodeada de un brazo de ría y de riachuelo, que pasa por de las más hermosas de nuestra costa, la de Vilarrube, antaño solitaria, como de moda, concurridísima. Está muriéndose de éxito como la de As Catedrais. Gustos habrá para quedarse con una playa en particular. El bullicio que por allí se nota en el estío, ausente en este luminoso otoño donde la placidez se asienta. Y por allí en el río, que nacientes en la sierra de a Capelada, y donde un puente de madera de suave arco, andaban, más que a la gresca, a la disputa de panes desmenuzados, las ruidosas ocas, las oportunistas gaviotas, los agudos charranes, y las palomas a los restos, y como no siempre el más grande se lleva la tajada, la oca, atrapa el primer mendrugo, que no duraba ni segundos pues le era arrebatado del mismo pico por ese denso y clamoroso séquito. Un espectáculo entretenido, cuando subíamos hacia San Andrés o ahora Santo André de Teixido pasando por esa fantástica punta o Faro Candelario, ahora Punta Candeeira, y veíamos como en una fochanca a poco más de centenar de metros en desnivel de la mar, el santuario do Teixido, a donde un día de los años veinte del pasado siglo arribaron a pie desde Ourense, Risco, Otero y Benchosey, que el segundo plasmaría en un libro, y en otro hace pocos años, Santiago Lamas acompañado de Moncho Conde Corbal y de Willy, publicaron un libro de más digerible lectura que su precedente. Santo André donde el refrán dice: “O que non vai de vivo a San Andrés vai de morto alomenos tres” u otros derivados, pero me quedo con éste. Lo vimos a lo lejos por el temor de pisar algún insecto de esas almas impías que, transformadas temporalmente, no deben ser pisados para que las metamorfosis sigan su curso. En la ghartia o Vigía da Herbeira, el promontorio, de los más altos del occidente de Europa, salvo los noruegos de los fiordos, con más de 600 metros, fuimos impedidos de ver tanta belleza porque acaso un fortísimo ventarrón soplando del este pudiera precipitarnos por el más abismo que ladera por el oeste, a la misma mar ya no Cantábrica sino Atlántica. Siguiendo la traza, por esta sierra de la Capelada, el cabo Ortegal como un derrame serrano, imponente con sus aguijones o aguillons o aguions, esos islotes puntiagudos que prolongan el cabo, donde una panda de alumnos universitarios de Geología, se supone, atendiendo las explicaciones del experto, y abajo cómodos turistas a pie de faro, cuando podrían bajar esos casi 100 metros de desnivel. Diáfano el día pero de ventoso ímpetu. Cariño fue la parada próxima de una población de mucha casa vieja y deshabitada, pero de actividad portuaria donde también se carga mineral para la exportación y troncos de eucalipto, todo esto rumbo a Europa. Recuerdo que por aquí en un tanto destierro, visto desde fuera, pero no para él, de este creativo amigo que por tal tomo, Pepelino Monxardín, que de diarias clases en la Secundaria y recientes en su prejubilación en el Instituto ourensano Otero Pedrayo, después de vagar por otros Institutos, casi todos costeros con gran aprovechamiento de quien por divisa, además del intelecto que cultiva en libros y óleos, la trashumancia profesional preside. Ortigueira que siempre conocíamos por Santa Marta de… nos recuerda el festival céltico de sus gaitas y con aun banderolas en sus calles, memorándum del anual evento. Villa como adosada al fondo de una somera ría que deja al descubierto gran parte de su superficie en la bajamar, como si de gran pantano se tratase. Pensábamos de parada por unos minutos en Espasante, pero el día entre más lusco que fusco restaría belleza a la puesta del sol ya precipitado en la mar atlántica a esa hora, y por ello rumbo a Viveiro donde de viaje por esta costa nos dio para saludar a Rosa Vaqueriza y a sus cuñadas Piti y Ana S. Ascarza, y a Merche, una amiga, que estaban como a la descubierta vacacional de estas bellezas del litoral cantábrico, de las que uno siempre quiere empaparse y nunca se sacia.