A UN METRO

Santiago se queda de piedra

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photo_camera Un hombre atraviesa el Obradoiro, un barrendero y militares patrullando por Santiago. //Suso Arjomil
En una hora por el casco histórico sólo  se ve un barrendero,  militares de patrulla, la policía en el Obradoiro y muy pocos vecinos

La imagen de la catedral  candada da la impresión de que Dios también ha creído conveniente quedarse en casa. O que sus representantes en la tierra se encomiendan a la ciencia para detener la pandemia del coronavirus, además de las oraciones ofrecidas en la intimidad con la capacidad de reconfortar el ánimo, aunque no hay estudios que demuestren la eficacia. El consuelo, ya  sea de engaño, como dice Miguel de Unamuno en "La oración del ateo", asiste a los creyentes. El resto se agarra a lo que puede para continuar con el confinamiento. En los aledaños de uno de los tres principales templos de peregrinación de la cristiandad la música de Bob Marley suena a todo volumen quebrando un silencio inusual para un mediodía de domingo. Un potente perfume a marihuana recuerda al incienso que  suelta el botafumeiro en los oficios más señalados. 

"Claro que tengo miedo", reconoce un barrendero al que sigue sobrecogiéndole  la "soledad total"

 

Santiago se queda de piedra. No se trata de una metáfora. En julio del año pasado la oficina del peregrino entregó en un solo día más de 2.500 compostelas, documento que acredita que se ha recorrido cien kilómetros o más del Camino. Hoy ni el despacho está abierto ni se ven peregrinos durante una hora de recorrido por el casco histórico.  
Antes de llegar al Obradoiro, el corazón de una ciudad cincelada  en granito, un barrendero empuja el carro con gesto taciturno. No pone reparos a que el informador  le saque una fotografía ni a comentar sus sensaciones. "Esto se va llevando, pero claro que tienes miedo. Tengo dos hijos, llevo 15 días sin ver a mis padres y la poca gente que te encuentras por la calle camina separada. Ya no sabes qué pensar ni qué decir". La calle también está mucho más limpia que en un domingo de marzo habitual. "La soledad es total. De ver a miles de personas por aquí ahora te encuentras esto", añade antes de proseguir con la faena por Xelmírez. 

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"La verdad es que es una pena ver el Obradoiro vacío y más con este día de sol", dice un vigilante de seguridad

 

La fachada de estilo barroco de la catedral luce tan imponente como siempre, o más si se tiene en cuenta la limpieza reciente, pero esta mañana no hay peregrinos ni turistas acostados en la plaza para conseguir el mejor ángulo. "La verdad es que es una pena ver esto vacío y más con este sol", comenta un guardia de seguridad que hace la ronda delante del Pazo de Raxoi, en el que se encuentra el Concello, el Consello da Cultura Galega y la Xunta celebra los actos que quiere revestir de solemnidad. 

Delante del Hostal dos Reis Católicos, parador nacional y antiguo hospital de peregrinos, está aparcado un coche de la Policía Nacional. Por San Francisco aparece una señora vestida de rojo. El color resalta en el marco de piedra. El agente la intercepta, hablan unos segundos y se da la vuelta. Cuando el periodista se acerca para conocer el pretexto del paseo, los dos policías se disculpan mientras se meten en el coche para salir a toda pastilla: "Lo siento, pero tenemos faena". El vigilante de seguridad se acerca tras asistir a la escena. "Tienen mucho jaleo, incluso nos han pedido a nosotros que estemos atentos en caso de que veamos una situación que se va de las manos". 

Mascarilla, papel de horno

En los diez minutos siguientes sólo volverá a cruzar la plaza un señor con edad para no salir de casa. Camina con el periódico bajo el brazo. En estado de alarma la información también es un bien de primera necesidad. En la Praza da Quintana la estampa es similar. Sólo delante de Platerías otro hombre, "cunha cantidad boa de anos, tantos como 82", contempla la fachada sorprendido de que no haya nadie. "Xa sei que teño que andar con coidado", responde ante la advertencia del periodista sobre el peligro al que se expone sin necesidad. 

 

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En O Franco no hay colas para conseguir mesa en un restaurante. En lugar del bullicio se oyen los pasos de la patrulla de militares que velan para que la orden de confinamiento se cumpla. "Por el momento no hemos tenido ningún problema", señalan con amabilidad. Son muy jóvenes. Minutos después, pasan por una farmacia en O Toural y tras comprobar que sólo hay dos clientes respetando la distancia prosiguen con la imaginaria diurna. En las cuatro farmacias consultadas se han agotado las mascarillas, pero una boticaria ofrece un remedio casero para prevenirse del coronavirus: "Papel de horno, que es impermeable". Apuntado queda, aunque parece más fiable la receta de la reclusión. Ya en la Praza de Galicia un abuelo saluda desde la calle a sus nietos. Los niños en la ventana, el anciano arriesgándose.  "Ya queda menos, abuelo", le dicen. Pedro Sánchez aún no ha anunciado que la alarma se prorroga. Se quedarán de piedra. Como Santiago.

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