Un secreto con 150 años de historia

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photo_camera Dani García, chef con 3 estrellas Michelin, se ha convertido en el embajador de ALBO.

A lo largo de siglo y medio, la conservera gallega ALBO ha conseguido transmitir su saber hacer de generación en generación.

Es medio día de un miércoles cualquiera. Nada más cruzar la puerta de la fábrica de ALBO, ubicada en pleno puerto vigués, una rica mezcla de especias llena el ambiente. Victorio Iglesias, el cocinero, está en pleno proceso de elaboración de la afamada salsa picantona. Este condimento bañará a unas fresquísimas sardinas, que horas antes han sido compradas en la lonja. 

En una gran olla vuelca un buen número de zanahorias recién cortadas. Ingredientes totalmente naturales que son parte de los que se utilizan para la elaboración de la salsa. Decimos parte, porque el resto de la receta es secreta, como muchos de los procesos de elaboración, que apenas han cambiado en todo este tiempo. Muchos siguen teniendo ese punto artesanal, que solo se consigue aprendiendo un oficio durante años, codo con codo con las compañeras y compañeros. 

Y es que, como si de un hilo invisible se tratase, Victorio está unido a las anteriores generaciones que han pasado por esta fábrica. Gente que ha mantenido el saber hacer y la calidad a lo largo de los 150 años de historia que esta conservera gallega atesora. 

El sueño de un intrépido

Sí, es verdad, mucho han cambiado las cosas desde que Don Carlos Albo Kay fundase en Santoña su pequeña fábrica de salazón, allá por 1869. Pero la esencia, la idea de ofrecer las mejores conservas al mundo, se ha mantenido intacta.

Desde ese pequeño lugar se empezó a forjar la historia de ALBO. En 1890 sus conservas ya eran famosas en Madrid y hacia 1895 empezó la construcción de una segunda fábrica en la localidad asturiana de Candás. Los siguientes años serían de un rápido crecimiento con la apertura nuevas plantas. Por aquel entonces la conservación del pescado era bastante precaria, lo que obligaba a tener la fábrica al pie del puerto pesquero. 

En 1906 media Galicia despedía a los suyos rumbo a América. Los puertos de A Coruña y Vigo se llenaron de lágrimas y despedidas, pero también vieron nacer una nueva fábrica de la conservera ALBO, que eligió la costa coruñesa para su planta. Fue su primer punto en la comunidad, pero no sería el último. 

La Primera Guerra Mundial supuso un impulso para la exportación de conservas, y ALBO siguió el camino del crecimiento. En 1917, con los tranvías recorriendo las empinadas calles viguesas, se inauguró la fábrica de ALBO en la ciudad. Fue el primer paso para que en 1934 el grupo trasladase su sede a la ciudad olívica. 

La fábrica creció y se convirtió en un prodigio tecnológico de la época, con maquinaria traída directamente desde Inglaterra, Estados Unidos y Alemania. Con una fachada inspirada en los pazos gallegos, la nueva planta de más de 6.300 m2 se convertía en el buque insignia del grupo.

La marca consiguió suavizar el impacto de la Guerra Civil y la postguerra diversificando la producción. En 1947 producía más de 20 millones de latas al año, todo un hito para la época. Este crecimiento se mantuvo durante los siguientes años. 

Después llegaría la reestructuración de sus plantas, especializándose cada una de ellas en una serie de variedades. Se redujo el número de fábricas, hasta quedarse con un total de seis, pero se intensificó la producción en cada una de ellas. Las latas de ALBO salían por millones a los hogares de medio mundo. El proceso no se detuvo, la especialización y las economías de escala hicieron que la producción se concentrase. Finalmente, ALBO estabilizó su producción en tres centros: Vigo, el principal de la compañía, Celeiro y Tapia de Casariego.

Un testigo de excepción del último siglo y medio de historia

Durante 150 años sus latas se han vendido por medio mundo. Desde ciudades tan lejanas como Buenos Aires, La Habana, El Cairo, Nueva York, Pittsburg o Tánger, hasta países tan diferentes como Bélgica, Italia, Grecia o Suiza. En este tiempo también ha conseguido grandes hitos, como ser proveedor oficial de la Casa Real y de la Santa Sede, además de ganar numerosos premios nacionales e internacionales.

Desde su lugar privilegiado en la historia, ALBO ha vivido dos Guerras Mundiales, una Guerra Civil, el hundimiento del Titanic, la llegada de la luz, el voto femenino, los primeros vuelos a motor, la radio, la Teoría de la relatividad, el descubrimiento de la penicilina, la creación del Gernica de Picasso, la televisión, la aparición del Che Guevara, la llegada del hombre a la luna, la revolución de los claveles, la muerte de Kennedy, la Beatlemanía, la caída del Muro de Berlín, los tiros de Tejero, la llegada de Internet, el nacimiento de la oveja Dolly, la Macarena o el Mundial de Sudáfrica. Ahí es nada. 

Siglo y medio de historia da para acumular mucha experiencia. Y aunque parezca que las pilas puedan empezar a agotarse, nada más lejos de la realidad. Siguen con la fuerza del primer día.

Un futuro ilusionante

La conservera gallega afronta el futuro llena de nuevos proyectos apasionantes.
Sin ir más lejos, para celebrar su 150 aniversario han contado con la presencia del aclamado cocinero malagueño Dani García. Este chef, con 3 estrellas Michelin a sus espaldas, se ha convertido en el embajador de ALBO. Y es que son muchas las cosas que unen a Dani con la marca gallega. Ese amor incondicional por el mar, la exigencia propia, el respeto absoluto al producto, y sobre todo, la pasión por conservar lo bueno.

Otro de los proyectos para este 2019 es conservar los mejores recuerdos de la gente. Esos momentos imborrables que todos atesoramos, como el primer beso o esas comidas de domingo en la aldea, por ejemplo. Momentos que se pueden dejar en conservalobueno.es, para que dentro de otros 150 años alguien pueda descubrirlos. Y para ello se han propuesto guardarlos en el lugar donde muchos dicen que la humanidad habitará en unas décadas: el espacio. A bordo de una lata de ALBO, estos recuerdos surcarán el cielo para llegar hasta lo más alto, y quién sabe, ser descubiertos en unas cuantas décadas. 

A lo largo de este año también han realizado un proceso de renovación de su imagen de marca. Respetando su esencia e historia, han adaptado la imagen a las necesidades actuales. Este cambio se ha trasladado especialmente a todos los productos de la marca, así como a la nueva campaña publicitaria que se lanzó el mayo pasado.

Tras 150 años el futuro no puede ser más ilusionante y los proyectos se acumulan. La marca está viva y así lo demuestra cada día.

El secreto continúa

Vuelve a ser un miércoles cualquiera, sin embargo, de 1869. Carlos Albo abre las puertas de su fábrica de salazón y, sin él saberlo, empieza a tejer una red de hilos invisibles que unirán a varias generaciones a través del tiempo. Una red de secretos que hablan del saber hacer, de recetas únicas, de procesos artesanales… De manos que tienen memoria, y que han aprendido a conservar lo mejor del mar en cada lata. Pero, sobre todo, que han conseguido conservar los grandes momentos que suceden alrededor de una mesa. 

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