A un metro

"Ya fui al súper, a ver qué traes tú"

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Los amigos se saludan a distancia y eso los que se reconocen porque el personal acude a la compra embozado con lo que puede

En "Cartas a un joven poeta", Rainer Maria Rilke contesta a la pregunta que le formula Franz Xaver Kappus sobre la validez de los versos que el aprendiz envía al maestro: "Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si le privaran de escribir. Esto, sobre todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir?".

La reflexión del genial autor nacido en Praga viene al folio porque nada más llegar de escuchar el eco silencioso de la piedra compostelana te reciben en casa como si acabases de sortear un campo de minas calzando tacones, malabarismo inconcebible para el género masculino. Y cuando explicas que, ahora que doña Generosa ya está lamentablemente a 70 kilómetros de distancia para evitar a sus 87 años un posible contagio, no queda más remedio que aumentar la cautela en zonas de riesgo y cruzar los dedos, te desarma con un guiño de ojo y una recomendación que se repite como un mantra sanador: "Anda, quédate en casa". Por el tono empleado semeja que te vas alistar para cubrir un conflicto bélico, aunque en cierto modo es peor, con las balas existe alguna opción de que la oreja te conceda un regate a la parca. 

"Claro que tenemos miedo, pero hay que llevarlo", dicen los dependientes con una amabilidad sorprendente

La noche se consumió entre la vocación periodística de contar lo que sucede en la calle y el temor  que no puede disimular la mirada de los seres queridos. Pero mucho mayor es el riesgo de sanitarios, agentes del orden, militares, dependientes de supermercados, reponedores, camioneros, barrenderos y muchos otros colectivos que se han convertido en héroes anónimos para que la población siga confinada en la lucha contra la pandemia del coronavirus. A las nueve y media de la mañana Paty irrumpe en la cocina tras regresar del supermercado: "He traído lo que he podido, a ver qué traes tú". 

El guión del día cambia de inmediato. En la cola del súper también pone en riesgo su vida mucha peña para abastecerse de alimentos. Reportaje y completar la compra en el mismo viaje. "Te va a costar, a mí me ha llevado casi una hora, pero tienes que armarte de paciencia", aconseja. "Vete con cuidado porque he visto a un tipo envalentonado que quería saltarse la fila sin respetar la distancia. Me he dado cuenta de que las mujeres son mucho más prudentes que los hombres", añade. 

En el ascensor, la vecina del sexto ha colocado un cartel ofreciéndose para hacer recados a los mayores que prefieran no exponerse al mortífero virus. Gestos así permiten creer que quizá la humanidad pueda tener remedio. 

La cola para acceder al Familia llega hasta la puerta de casa. Los clientes parecen cuentas de un rosario que se estira por la cuesta que lleva al popular y orgulloso barrio de Monte Alto. Mantienen la distancia, quizá agradeciendo el ratito de aire fresco. El día ha amanecido templado. 


La empatía aumenta


En una frutería de la céntrica calle San Andrés también se respeta la distancia de guarda, algo impensable hace un par de semanas. A Coruña late a pulsaciones bajas. Excepto las chaladuras, el personal respeta las normas del estado de alarma. La empatía aumenta con las situaciones dramáticas y hay una generación que por primera vez siente que no es inmortal. En el Mercadona hay medio centenar de clientes esperando turno para entrar. La fila corre a buen ritmo. Una dependienta indica que hay que echarse en las manos gel desinfectante y después cubrirlas con guantes de plástico. Por megafonía se escucha que el abastecimiento está asegurado por lo que no es necesario provisionarse a la desesperada, como sucedió con el papel higiénico los primeros días. 

"Me he dado cuenta de que las mujeres son mucho más prudentes que los hombres y no inentan saltarse la cola"

En los lineales no se percibe carencia de productos básicos, excepto guantes para la limpieza. Los amigos se saludan a distancia, y eso los que se reconocen porque el personal acude embozado con lo que puede. El coronavirus nos ha hecho enmudecer y resulta comprensible porque es la mejor manera para no salpicar a alguien con gotas de saliva. 

Los trabajadores de los supermercados también merecen reconocimiento. La amabilidad mostrada con un cliente desnortado demuestra que la entrega no es fingida. "Claro que tienes miedo, pero hay que llevarlo", coinciden todos los que han servido de brújula por el laberinto de estanterías. En una hora la compra está hecha, el recibimiento al llegar a casa es distinto al regreso de Santiago o de Fisterra, donde el riesgo más claro de contagio era la soledad.

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