LA REVISTA

Billie Holiday, extraño fruto (3)

Los 50, un espejismo en su larga carrera hacia la desintegración, aún así en 1958 fue quien de sacar uno de sus discos más admirados: “Lady in Satin”

Un duelo. Su entierro -19 de julio de 1959- congregó un inimaginable elenco de grandes del jazz, se había ido la diosa; estaban todos menos su amado Lester Young, muerto dos meses antes. La tristeza era inmensa. Lady Day se había ido víctima de su adicciones; el mundo había sido cruel con ella, empezando por aquellos que la querían.

Mirando hacia atrás no estaban lejanas las praderas de una vida señalada por una niñez dramática, marcada por la Gran Depresión, la posguerra. Con diez años había sido acusada de seducir al hombre que la había violado, así acabó en un reformatorio católico.

El racismo que la señalaron como demasiado blanca para tocar en la orquesta de Count Basie; las humillaciones vividas junto a Artie Shaw, director en una orquesta de blancos con una voz negra al frente, quien se aproximó al sur racista que no comprendía su música. Aquellas humillaciones, en medio de un océano de silencios, le provocó a ella un resentimiento que ni el tiempo borraría. Amores que la llevaron por la calle de la amargura, más allá del platónico junto a Lester Young, o el de la actriz Tallaleh Bankhead, quien lo negó. Sus matrimonios fueron martirologios, Jimmy Monroe, un tipo problemático, fumador de opio que le hizo compartir una adicción poco práctica para un músico, la mudó por la siniestra heroína. Joe Guy, otro adicto, a quien le aceptó conciertos ingratos para financiar los malos hábitos. John Levy, también representante, le amenazaba cuando los caminos no eran claros. Después de su primera detención por drogas Billie perdió su tarjeta para actuar en Nueva York; hubo más detenciones, trampas, internamientos en clínicas de desintoxicación.

Los 50, un espejismo en su larga carrera hacia la desintegración, aún así en 1958 fue quien de sacar uno de sus discos más admirados: “Lady in Satin”, donde se alejaba por primera vez del acompañamiento de una orquesta de jazz, un disco de cuerdas con versiones que nunca había interpretado pero lo hizo como si el sufrimiento fuera el propio. “For Heaven's Sake”, “The end of a love affair”, “I'm a fool to want you” En un trasfondo de violines, arpas e instrumentos de viento, todo aquel universo extraño resuena en un eco noctámbulo, crepuscular, como a la espera del último zarpazo. Llegaría. 

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