CRÍTICA

Bridget Jones: una entretenida nostalgia

BRIDGETTT

La nueva entrega de Bridget Jones mantiene el encanto de sus precedesoras

Continúan las aventuras de la atolondrada Bridget Jones (Renée Zellweger), una ejecutiva británica que trabaja en una editorial y que ahora, con los 40 recién cumplidos, está soltera de nuevo. Decidida a comenzar una nueva etapa en su vida, alejada de los excesos y de la constante depresión que antes definía su día a día, la protagonista ha adoptado una actitud más positiva, se mantiene en forma yendo al gimnasio y se rodea de viejos amigos, y también de algunos nuevos. Además, en su carrera profesional se estrena como productora de un informativo de televisión. Eso sí, aunque mantiene una buena relación con su ex, Mark Darcy (Colin Firth) sigue ejerciendo un papel importante en su vida.


Por una vez, Bridget tiene todo bajo control. ¿Qué podría salir mal? Pero entonces su vida amorosa da un giro inesperado cuando conoce al carismático Jack Qwant (Patrick Dempsey), un nuevo pretendiente que es todo lo contrario que Mark. Las cosas se complicarán más todavía cuando Bridget reciba una noticia que lo cambiará todo por completo: está embarazada. Y por si fuera poco, no se sabe de quién es el bebé, porque las posibilidades son, al cincuenta por ciento, o su eterno enamorado Mark o su nuevo interés amoroso, Jack.


Pese a que tiene una duración de más de dos horas, los minutos son imperceptibles gracias al buen timing, sus inteligentes diálogos, su ligera crítica al estilo de vida actual –recordemos que ya pasaron 15 años desde que este personaje debutó en la pantalla grande– y a que la película es inteligente divertida y placentera; vamos, saca a relucir el humor inglés. Asimismo, el contraste de los personajes –el desparpajo de Zellweger y la incomodidad de Firth– siguen siendo una combinación ganadora que no pasa de moda. Sin embargo, tampoco está exenta de algunos pecadillos. En ocasiones la irreverencia característica de esta franquicia se sale de control al grado en que no sólo da pena ajena, sino que raya en la incredulidad.

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