MITOMANOS

Casandra, la mujer más desgraciada

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Los mitos y leyendas de los griegos cuentan con dos personajes que simbolizaban la crueldad de los dioses con los humanos, uno es Edipo, el más desgraciado de los mortales, otra, la troyana Casandra.

La princesa Casandra era uno de los numerosos hijos de los reyes de Troya, Príamo y Hécuba, y por tanto, hermana de Héctor y Paris, los principales protagonistas del ciclo homérico sobre la ciudad de Ilión y la guerra más famosa de la Historia. Casandra aparece como una mujer víctima de la cólera y la venganza de los dioses, un juguete del destino que no puede evitar, con el doloroso  agravante de que conoce qué va a pasar.

Casandra logró del propio Apolo el don de la profecía, pero el patrón de las pitonisas –el santuario de Delfos estaba consagrado al Dios- la maldijo porque no quiso yacer con él, castigándola a conocer el futuro pero a que nadie la creyera. La tragedia de Casandra es que previó la destrucción de Troya y su propia captura por Agamenón, el rey de Micenas que lideró la coalición panhelénica. Pero pese a advertirlo, nadie la creyó y se cumplió el destino.

Casandra, con  el sacerdote Laocoonte, fueron los únicos que descubrieron el engaño del Caballo, pero mientras el primero fue devorado con sus hijos por una criatura marina, la princesa troyana fue desoída por los suyos, como había ordenado Apolo.

Cuando su profecía sobre la caída de su ciudad se hizo realidad, Casandra se refugió en el templo de Atenea, donde fue violada por Ajax el Menor, que a consecuencia del sacrilegio sufrió la venganza de los dioses muriendo más tarde ahogado, como ocurrió por otra parte con la práctica totalidad de los héroes griegos en su viaje de regreso, quizá como un símbolo de la caída de la Era de los Héroes, y la llegada de la Edad Oscura de la Hélade, que se prolongaría durante al menos 400 años. Agamenón la reclamó como trofeo de su victoria y con ella de concubina volvió a Micenas. Habían pasado diez años y nada era igual en su casa, donde su esposa, Clitemnestra, hacía crecer su resentimiento por la pérdida de su hija Ifigenia, que su marido ordenó sacrificar brutalmente para garantizarse un viaje seguro a Troya. Clitemnestra tenía otros dos hijos, Orestes y Electra, cuyo destino también resultaría trágico convirtiéndose más tarde en paradigmas del amor al padre y odio a la madre, y un amante, Egisto, con el que se conjuró para acabar con el soberano. Cuando Agamenón al fin regresó, entre ambos lograron engañarle y matarle en el baño del palacio. A continuación, hicieron lo  mismo con la infeliz Casandra, que había alertado a su captor de lo que les pasaría a ambos si volvía a Micenas. Y tampoco fue esta vez escuchada. Apolo no tuvo piedad.

Su destino era para los propios griegos incluso más trágico que el de Edipo, el más desdichado de los mortales, castigado por puro capricho de la divinidad a matar a su padre para casarse con su madre sin saberlo y que tras ser rey de Tebas acabó cegándose de forma voluntaria y errando por los caminos con su hija y al mismo tiempo hermana.

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