La Revista

Cuando el Atlántico no es una metáfora, es un vino

Martín Codax Arousa es un proyecto en el que se ha embarcado esta gran bodega, tomando las uvas de una veintena de viticultores que tienen sus pequeñas parcelas en Santo Tomé de Cambados

Cuando se habla de vinos atlánticos, en la mayoría de los casos se trata de una expresión metafórica. Hay ocasiones en las que se buscan esos perfiles tanto de clima, como de la tipología del suelo, incluso de la influencia de los vientos y las borrascas que entran desde el océano a tierra adentro, lo que nos permite considerar vinos atlánticos a muchos que tienen ese perfil, no solo en la denominación de Rías Baixas, también en el Ribeiro e incluso en Valdeorras, casi doscientos kilómetros tierra adentro.

Pero el protagonista de esta sección de hoy es un vino atlántico en el sentido literal, dicho al pie de la letra. Entre otras razones, porque las cepas de sus viñedos se encuentran en la orilla misma del mar de Arousa. atlántico por nacimiento y atlántico por necesidad, dado que los veinte viticultores a los que pertenecen las parcelas con las que se elabora este vino no viven exclusivamente del viñedo y alternan esta actividad con otras también vinculadas al mar: son pescadores, mariscadoras... en fin, que tienen el mar en la médula y en el alma.

Martín Codax Arousa es un proyecto en el que se ha embarcado esta gran bodega, cooperativa, tomando para ello las uvas de una veintena de viticultores que tienen sus pequeñas parcelas en Santo Tomé de Cambados, en esa tierra que riega la desembocadura del Umia y que inspira el mar de Arousa. Cepas con una edad media que ya supera los 35 años y que sirve de punto de partida para un vino que es la antítesis de la mayoría de los albariños que se encuentran en el mercado. Porque no se trata de un vino del año, fresco y joven, sino de una cuidada elaboración que arranca en la selección de los racimos y que prosigue tras la fermentación, con una cuidada crianza sobre las lías finas en depósitos de acero inoxidable durante 18 meses.

Es un vino que ha perdido la juventud explosiva, pero que ha ganado otras virtudes, sin renunciar a sus señas de identidad: atlántico, con un toque salino, esa acidez que tanto le ayuda a mejorar con la crianza y un gusto que se hace más complejo, más sutil, más capacitado para enfrentarse a una comida  rica en matices, sea de pescado o marisco, pero también de carne. Todo un lujo enológico.

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