El dopaje (I): una peligrosa, y ahora popular, práctica

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Desde el origen del deporte existe la trampa y el uso de métodos fraudulentos con el fin de la victoria a toda costa.

Métodos que -en algunos casos espeluznantes-  supusieron incluso la muerte del atleta. Bien por la inconsciencia del propio deportista y quienes le rodeaban, bien por la exigencia de un Estado o una marca voraz, deseosa de propaganda internacional. 

En el ámbito de la competición profesional, de alto rendimiento, estas prácticas fueron, son y serán habituales y tienen una lógica explicación. Terrible, pero lógica. El triunfo supone dinero, fama, prestigio, influencia, seguridad. En ocasiones, la única salida para dejar una vida difícil y marginal.
 
Todo por la victoria 

Con esos motivos, algunos deportistas buscarán ese ‘extra’ ilegal que les permita superar al rival. Arriesgando su carrera, su integridad o su imagen. En su mayoría, asesorados por médicos y especialistas de excelente calidad y mínima honradez. Con la ventaja de que el dopaje suele ir por delante de los controles, porque no se puede detectar lo que no se conoce.

No teman en exceso por ellos. Los deportistas profesionales están debidamente asesorados, medicados, controlados por un gabinete de expertos. Las consecuencias para su cuerpo llegarán después, pero muchos concluirán: “Que me quiten lo bailao”. 

Pueden temer, en cambio, por la legión de deportistas aficionados que se han subido al carro del dopaje amateur, sin la más remota idea de porqué lo consumen, qué  consumen y para qué lo consumen.

Pastillitas para todos

Hoy llegamos al extremo de realizar controles antidopaje en competiciones populares o deportes de mínima repercusión. Y por razones fundadas, porque están cayendo “positivos” como moscas.
¿Cómo es posible que un deportista aficionado se dope? ¿Para mejorar su marca? ¿Para presumir de sus logros? ¿Para imitar a otros? De todo hay en este mundo. A este bochornoso afán, añadan el peligro de consumir productos de dudosa procedencia y resultado. Una práctica con serias consecuencias y de la que escribiremos la próxima semana, si nos permiten unas pastillitas que compramos en internet.

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