PANTALLAS

"El irlandés"

Martín Scorsese compone una obra maestra en la que reflexiona sobre la corrupción, la avaricia, el poder y el paso del tiempo

La nueva obra maestra de Martin Scorsese empieza y termina en el mismo lugar, un geriátrico. Filme capicúa, crepuscular y desbordante ‘El irlandés’, con el que un director que ya era leyenda dice adiós a un cine que él ha engrandecido como pocos.

La historia real de Frank Sheeran, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que acaba convertido en sicario de la mafia, y su papel en la desaparición del mediático líder sindical Jimmy Hoffa, sirven a Scorsese para ofrecer un retro del mundo del hampa. Tres horas y media de réquiem por la mafia que se antojan sorprendentemente escasas y en las que, mientras desgrana las mejores virtudes de su imponente filmografía e incorpora alguna prestada de otras joyas del género, Scorsese reflexiona sobre la corrupción, la avaricia, el poder, la lealtad y, especialmente, sobre el inexorable paso de tiempo y cómo, cuando se acerca el final, la culpa crece incluso dentro del más frío de los asesinos.

Su tramo inicial está decisivamente marcado por las armas más reconocibles del genio de Queens: un ritmo y una puesta en escena desbordantes donde exhibe su magistral manejo de la voz en off, de la música, de los traveling subjetivos y de esos estallidos de violencia dotados de una fuerza visual casi pictórica.

Un acelerado curso de historia y un certero retazo del juego de lealtades y traiciones, de crimen y política, que movía los hilos del país más poderoso del mundo.

“El irlandés” es precisamente, en su mayor y más genial paradoja, un titán cinematográfico hecho para confundir y burlar a ese gran villano. Una película concebida para perdurar en la memoria de este arte que demanda la litúrgica experiencia de la sala de cine.

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