Esparta, la primera experiencia comunista

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Todos los ciudadanos eran iguales de forma estricta en derechos, deberes, formación y también en sus haberes y ocupaciones, reglados desde el Estado, desde el nacimiento a la vejez.

La historia de Esparta se remonta al menos hasta la Grecia legendaria, cuando hombres y dioses convivían y se relacionaban incluso de forma íntima, en la era de los héroes de la Iliada y la Odisea. Helena de Esparta, luego de Troya, fue reina de Lacedemonia -la región espartana situada en el Peloponeso- como hija de Tíndaro, que era el monarca. Aunque en realidad, Helena era hija de Zeus y hermana de madre (Leda) de los Dioscuros (Cástor y Pólux, los “Zeus Kuroi” o “hijos de Zeus”) y de Clitemnestra, nacidos todos de un huevo cuando el rijoso padre de los dioses se transformó en cisne para cautivar a la bella reina.

Los Dioscuros morirían o desaparecerían en el cielo (dando lugar a la constelación Géminis, “los gemelos”), y Clitemnestra se casaría con Agamenón, señor de Micenas, convirtiéndose Helena en princesa real y sucesora. El hermano de Agamenón, Menelao, desposaría a Helena y ascendería al trono de Esparta como rey consorte. Todos ellos eran espartanos. Como también lo era la famosa Penélope, esposa de Odiseo (Ulises), prima de Helena. 

Pero la verdadera historia de Esparta se inicia hacia el año 700 antes de Cristo con el legislador Ligurco, quien dictó las brutales normas que regirían el comportamiento del pueblo laconio. Sorprendentemente, se mantuvieron en vigor durante unos siete siglos. Los espartanos eran de origen dorio, es decir, descendían de las tribus que habían llegado a la actual Grecia hacia el año 1.100 antes de Cristo, fusionándose con la población argiva y  ocupando su territorio. De una u otra forma, asumieron la cultura y habla griega, así como los dioses, aunque los atenienses se mantuvieron en la tradición jonia, más próxima  a la población original aquea.  

Hacia el 700 antes de Cristo, Licurgo decidió que todos los hombres serían igual (los homioi) y su vida estaría regida al servicio del Estado de forma precisa, sin apenas espacio para la libertad personal. A los siete años dejarían de estar con sus padres para comenzar su instrucción como soldados en una academia, ocupación que sería permanente durante el resto de su vida. También las mujeres recibirían instrucción, aunque no combatirían. Los niños pasarían la dura prueba de pasar una noche al raso al poco de nacer para comprobar que eran sanos y dignos de ser ciudadanos espartanos.

Del trabajo diario se ocuparían los llamados “ilotas”, los pueblos vecinos sometidos a Esparta de forma absoluta. Eran siervos propiedad del Estado. Cada año, Esparta les declaraba la guerra para confirmar su posición hegemónica. Aunque los ilotas eran diez veces más, no tenían ninguna posibilidad. Incluso eran asesinados de forma ritual, formando parte de la educación de los jóvenes la “caza” de los ilotas, que no podían ser vendidos y tenían libertad para casarse y quedarse con una parte de lo que producían, pero siempre sometidos. En caso de crisis, podían incluso formar parte del ejército. 

El sistema funcionó de forma perfecta y Esparta se convirtió en la potencia dominante en la Hélade gracias a un estado que no era sino un ejército permanente. En este ambiente se puede entender la muerte de Los 300 del rey Leónidas en las guerras contras Persia, que sacrificaron su vida cumpliendo las leyes de su patria: volver a casa con el escudo o sobre él.  

Esparta continuó mandando sobre el resto de los griegos hasta el advenimiento de la Tebas de Epaminondas, que con su Legión Sagrada, formada sólo por homosexuales que peleaban en pareja, logró derrotar a los invencibles hoplitas. Luego llegaría el dominio macedonio, con Filipo y Alejandro, y poco después Roma. Esparta continuó existiendo y criando a sus hijos con idéntica cerrazón, pero para entonces ya era poco más que un reclamo turístico y poco quedaba del régimen comunista…

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