Anteayer, miércoles, aproveché que era día 7 para ir a comer a la feria. No había vuelto a comer allí desde que hicieron la reforma, y ya llovió desde entonces. Según hacía la ruta hasta allí pensaba, en primer lugar, en lo desangelado del entorno, más propio de un polígono industrial que de un espacio de feria tradicional que tan buen atractivo podría resultar para el turismo. En segundo, en que no es que esté mal señalizado; simplemente no hay ni un solo indicador que te lleve hasta allí. Pese a esos dos despropósitos y a que el día estaba endiabladamente malo, el recinto se encontraba lleno hasta la bandera. Las cinco pulpeiras no daban abasto. Había cola incluso para buscar un hueco donde sentarse y en aquellos bancos corridos compartíamos mesa los asiduos, los esporádicos, como es mi caso y los turistas.
El menú, como siempre, no podía ser más tradicional: pulpo, carne ó caldeiro, richada y churrasco. Como el día estaba frío, alguno de mis vecinos comenzaba la cosa con un caldito. ¡En pleno mes de agosto! Son cosas del clima.
A alguno de los esporádicos le oí quejarse de que la ración de pulpo había menguado, con respecto a tiempos pasados. Lo cierto es que es la forma con la que las pulpeiras han decidido afrontar el encarecimiento de la materia prima: reducir la ración en vez de subir el precio. Aún así por 15 a 20 euros por persona, se sale bien comido, con postre incluido, que puede ser bica u otro postre tradicional.
A quienes no conozcan la feria se la recomiendo. Merece la pena la experiencia. Todos los días 7 y 17, salvo si cae en domingo, que entonces se pasa al lunes siguiente. El precio es razonable. El vino, mejor, tomarlo con gaseosa, salvo que se pida de marca. Pero el pulpo es impecable y la comida, al menos en los puestos que yo conozco, está bastante bien, para ser hecha así en cocinas de campaña.
