PANTALLAS

"Glass”

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La tercera entrega de la trilogía es la más imperfecta y formalmente menos atractiva de las tres patas del banco superheroico de Shyamalan

“Glass” (Cristal) no es una película más de M. Night Shyamalan. Es el filme con el que el director de El sexto sentido culmina una trilogía que inició hace casi dos décadas con El protegido, pero que hasta los últimos 30 segundos de su trabajo anterior, Múltiple, solo él, tan cuco como siempre, sabía que existía. Título con el que pone punto final a un heterodoxo tríptico en el que deconstruye un género al que se adelantó hace más de 19 años. Y mientras teoriza sobre los superhéroes con ese mismo halo de melancolía que hizo de aquel filme de 1999 algo excepcional, Shyamalan enarbola la bandera de su patria fílmica, de esa forma tan suya de hacer y, sobre todo, de entender el cine.

Bruce Willis (David Dunn, el hombre indestructible conocido como El Protegido o ahora como El Protector), James McAvoy (Kevin Wendell Crumb, el joven que alberga 24 diferentes personalidades cuya perversa alianza se hace llamar La Horda) y Samuel L. Jackson (Elijah Price, el hombre de cristal, alias Mr. Glass) son los tres pilares  de un filme que, como suele ocurrir con demasiada frecuencia en el más reciente cine de Shyamalan, es más interesante por los conceptos que lanza -y lo que en este caso suponen en el conjunto de la trilogía- que por lo que narra y por cómo lo narra.

Y es que, como película independiente, y a pesar de su vigoroso arranque, sus primerísimos planos y sus melancólicas concesiones autorreferenciales, “Glass” es la más imperfecta y formalmente menos atractiva de las tres patas del banco.

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