Si no hay frío, el nabo no grela, según el dicho popular. Ya tenemos ambas cosas: frío y grelos y una sobredosis de calorías tras unas fiestas navideñas en las que cocinar y comer fueron dos de las pocas opciones que nos dejó el estado de libertad condicional derivada del avance de la pandemia.
La mayoría, entre la que me incluyo, cuando pasan las fiestas hace propósito de enmienda con un plan de comidas más saludables y al mismo tiempo miramos para el calendario gastronómico y vemos todo lo que se nos viene encima: botelo, codillo, androlla, lacón con grelos, entroido... He aquí el ejemplo de aquello que se decía de que la misma cuerda que te puede salvar la vida puede servir para ahorcarte. Los grelos constituyen uno de los alimentos más saludables . El problema está en su compañía: si resulta variada, hoy con una patata hervida y unas rodajas de peixe sapo a la plancha, con lubina a la espalda, unos grelos gratinados, un lacón con grelos... no hay problema. Pero si siempre asociamos los grelos a pantagruélicos cocidos hipercalóricos, la cosa se pone más fea. No cabe duda de que es una comida tan saludable como otra cualquiera siempre que no vaya acompañada con una vida demasiado sedentaria. Entonces la cuerda se convierte en soga al cuello.
