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La guerra del planeta de los simios

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Un entretenido cierre para una de las grandes triologías de este siglo

Con “La guerra del planeta de los simios” culmina la trilogía de precuelas que ha rescatado y sacado brillo a una de las sagas más legendarias de la ciencia ficción. Lo hace con una aventura trágica, intensa y enormemente entretenida, con un filme que entiende el blockbuster como ese cine que se concibe y ejecuta desde el excedente de medios al servicio de una historia y no desde el exceso, como vacía pirotecnia.

En la película que corona la que posiblemente es, junto al Batman de Nolan, la mejor trilogía hollywoodiense de este siglo, Matt Reeves -responsable, por cierto, del próximo filme en solitario del héroe de Gotham- transita por caminos propios no solo del cine bélico o de la ciencia ficción distópica, sino también del wéstern, del cine bíblico, el drama carcelario o el cine de aventuras más grave y sombrío.

Pero su gran mérito no es moverse por tan dispares rincones, es hacerlo exhibiendo una coherencia en el tono, tanto en el ámbito formal como también en el plano emocional, y una cohesión en su trama que para sí quisieran otros habituales hacedores de productos palomiteros estivales que se limitan a cumplir expediente dilapidando insultantes presupuestos en una inconexa acumulación explosiones y personajes.

La solidez estructural y técnica del filme tiene su reflejo, y también su sostén en pantalla, en el gigantesco trabajo de Andy Serkis. Una vez más, su imponente César, que en su odisea ha pasado de la empatía del líder conciliador a ser consumido por el dolor y la venganza, vuelve a avivar el debate sobre la suerte interpretativa de la captura de movimientos y su potencial oscarizable. La vieja discusión, en clave cinematográfica, de si el motociclismo es tan deporte como el ciclismo a la que bien podría sumarse en esta ocasión el memorable Simio Malo de Steve Zahn.

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