REPORTAJE

Los jóvenes recogen el testigo en el Ribeiro

O Ribeiro (Martiño Pinal)
photo_camera Los jóvenes en la D.O. O Ribeiro (MARTIÑO PINAL)

La Denominación de Origen más antigua de Galicia lidera el relevo generacional en el sector del vino y con más de la mitad de los colleiteiros en activo tienen menos de 41 años 

Cuando pensamos en los desiertos imaginamos un paisaje seco, sin vegetación, en el que la vida humana resulta casi imposible. Atacama, Sáhara, Gobi, la Antártida… Pero hay otros territorios en los que el desierto avanza de manera más sutil, como es el caso de la Galicia interior. Que pierde población a pasos agigantados y la que queda es de avanzada edad. Es un desierto en el que hay que recorrer más de mil kilómetros cuadrados para encontrar tantos habitantes como en una calle céntrica de Ourense. Las generaciones que tenían que dar el relevo a los jubilados se han ido a trabajar a las ciudades y a las grandes villas o han emigrado fuera de Galicia.

En esta guerra que parece perdida frente a la desertización, el Ribeiro se ha convertido en un oasis en el que la incorporación de jóvenes al ámbito de la viticultura. El Ribeiro, la denominación de origen más antigua de Galicia y una de las históricas de Europa, que es tanto como decir del mundo, encabeza el proceso de rejuvenecimiento. 16 de los 33 colleiteiros del Ribeiro tienen menos de 41 años y buena de ellos parte se encuentran en la treintena. La mayoría han tomado el testigo de sus padres como antes habían hecho éstos de sus abuelos. Otros, han llegado procedentes del hábitat urbano, buscando la calidad de vida que aporta vivir en el rural. 

En Ourense hay cuatro denominaciones de origen y una indicación geográfica protegida dedicadas al mundo del vino. Val do Miño y Ourense es la IGP y Monterrei, Ribeira Sacra, Ribeiro y Valdeorras, las denominaciones de origen protegidas. Ribeira Sacra está compartida con la provincia de Lugo y las otras tres son exclusivamente ourensanas. Entre todas, suman una superficie cultivada de 5.206 hectáreas, trabajadas por 9.700 viticultores. El perfil del viticultor ourensano, es el de un hombre mayor, cercano a la jubilación o ya jubilado, que cultiva un viñedo fraccionado en varias fincas y que sumadas no alcanzan los cinco mil metros cuadrados. Ese es el perfil medio, pero la realidad resulta todavía mucho más cruda, porque de las 279 bodegas que elaboran vino en este territorio, la mayoría disponen de viñedos de cinco o más hectáreas, por lo que el viticultor que trabaja exclusivamente la tierra y vende sus uvas a las bodegas, tiene, por lo general menos de 2.000 metros cuadrados igualmente repartidos en pequeños retales, con los que obtiene un complemento de renta, a veces a su pensión si ya está jubilado pero no le alcanzaría para vivir de ello. 

En el Ribeiro se da la excepción con los colleiteiros, una figura específica de esta denominación de origen y que comprende a los viticultores que elaboran vino con las uvas de su propio viñedo. Vinculados al territorio en el que se encuentran sus fincas, los colleiteiros representan el 65 por ciento de las bodegas del Ribeiro. 33 de ellos forman parte de la Asociación de Colleiteiros Embotelladores do Ribeiro, una organización que nació hace veinte años para defender la especificidad de estas pequeñas empresas en un sector en el que, por lo general, las denominaciones de origen están dominadas por las grandes y medianas bodegas, que tienen más votos en los consejos reguladores ya que en ellos el sufragio no es por censo sino por producción.

Actualmente es una figura recogida en la reglamentación de la denominación de origen que establece como condición para ser catalogado como colleiteiro que solamente puede elaborar vino de uvas propias y en una cantidad igual o inferior a 50.000 litros._MTP2103_result

Con la revalorización de los vinos gallegos, especialmente los blancos, en los mercados nacional e internacional, el sector se convirtió en la gran locomotora económica del rural. En la provincia de Ourense, existían dos denominaciones clásicas: Ribeiro y Valdeorras, y dos que obtuvieron su certificación europea a partir de la década de 1990: Ribeira Sacra y Monterrei. Este nuevo panorama, con el que la Galicia interior encaró la entrada en el siglo XXI abrió una puerta a que los jóvenes se incorporaran a una actividad que estaba generando riqueza. Pero fue en el Ribeiro donde el fenómeno se hizo más notorio.


Padres e hijos


Eduardo González Bravo tomó el relevo a su padre, José González Álvarez, al frente de Pazo Lalón. Comenzó a trabajar con él a principios de este siglo y lo hizo elaborando su propio vino con las uvas procedentes de una de las fincas de la explotación familiar: el Paraxe Flor de Vides, cuya superficie es de algo menos de una hectárea y media. Se convirtió en una figura singular: un colleiteiro dentro de la explotación de colleiteiro de su propio padre. Al igual que Eduardo en Gomariz (Leiro), Alberto Úbeda también tomó el relevo en la bodega familiar en Cuñas (Cenlle). Brais Iglesias, presidente de la asociación, trabaja codo con codo con su tío, José Manuel Souto, en una bodega situada en Castrelo de Miño. Todas tienen un rasgo común: son pequeñas explotaciones familiares, a veces desarrolladas por una sola persona, como sucede con Bernardo Estévez. Bernardo dejó su trabajo y su vida en Vigo y se trasladó a Arnoia, donde construyó casa y bodega. Con un viñedo de 2,5 hectáreas y una viticultura totalmente exenta del uso de productos químicos lleva diez años demostrando que se puede vivir de la tierra en armonía con ella y sacando adelante un producto de una gran calidad.

El ejemplo de Bernardo lo encontramos también en una pequeña bodega situada en Astariz, en la frontera entre Toén y Castrelo de Miño. Celme fue creada en 2017 por una pareja de jóvenes ingenieros industriales que decidieron cambiar de rumbo a su vida. Jorge Alonso y Dori Rodríguez compraron casa, finca y bodega y pusieron en marcha su proyecto de inmediato. Jorge no puede abstraerse de su pasado y ha convertido su viñedo en un espacio meticulosamente controlado, con todas las cepas fotografiadas y documentadas. Debe de ser cosa de ingenieros, porque es lo mismo que pocos años antes hizo Simón Barcia, un joven ingeniero que trabajaba en el polígono de San Cibrao, cuando decidió cambiar su despacho por un viñedo en Soutomaior y fundar junto con su esposa, Noelia Calvar su bodega Noelia Bebelia, en la que tiene georreferenciadas cada una de las cepas de sus tres hectáreas.

O RibeiroLo habitual es que la participación de los jóvenes en el sector vitivinícola venga por herencia o por influencia familiar. Es el caso de Luis Diéguez, que trabaja las viñas y la bodega y etiqueta a mano las botellas de su vino Lagar do Chicho. Comenzó con su padre y la bodega que trabaja desde 2016 la heredó de su padrino. Tal vez por la crisis o a pesar de ella, la década actual es la que más colleiteiros ha aportado al censo de bodegas del Ribeiro. 4 Ferrados se estrenó en 2017. Un año antes, José Varela Aguado comenzó su andadura como colleiteiro, recogiendo el testigo en una familia que tenía una tradición consolidada. 

No siempre se transmite de padres a hijos. Puede ser de padres a hijas, como sucedió con Manuel Rojo y Alfonso Albor, que hoy dirigen Aroa Rojo y Mónica Albor, la primera en Os Chaos (Arnoia) y la segunda en Coedo (Cenlle). Tal vez sea el Ribeiro una de las denominaciones de origen con mayor presencia femenina tomando parte activa, cuando no dirigiendo directamente el trabajo en la bodega. Al caso de Aroa y Mónica, habría que añadir el de Julia Mar Bande, con su bodega Son de Arrieiro, Duvi González, de Adega Dona Elisa o Elisa Collarte, que fue una de las fundadoras de la asociación de colleiteiros hace veinte años y ahora es su hijo Sindo Diéguez Collarte, quien asume el timón.

En otras bodegas, padres e hijos comparten todavía las tareas, como sucede en Viña Carpazal, con Cristian Rodríguez y su padre José Antonio, o en el caso de Alejandro Montero, con su padre, Antonio. Antonio Montero comenzó como colleiteiro y así se mantuvo hasta que hace tres años pasó de los 50.000 litros de producción y se convirtió en bodega industrial, un aspecto que no ha cambiado en absoluto su filosofía. Alejandro y Antonio pusieron en marcha una segunda bodega, O Alborexar do Ribeiro, en Castrelo de Miño como la primera, que elabora exclusivamente tintos, con los que quieren recuperar el vino que hizo internacionalmente famosa a esta región vinícola hace más de tres siglos, un empeño en el que no son los únicos, pues antes que ellos comenzó Joaquín Vázquez en Pazos Hermos (Cenlle), y cuenta con el apoyo de su hija Romina. A Portela, Pé de Perdiz, Formigo, José y Mauro Estevez... representan la esperanza del rural y del vino ourensano.

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