Fillette es una escultura de látex que representa un pene gigantesco, y en su traducción hace relación a una jovencita inexperta, que ya no es el caso
Cuando Robert Mapplethorpe, en 1982, le pide a Louise Bourgeois (Paris, 1911-Nueva York, 2010) fotografiarla con una de sus esculturas, lo tiene claro, Fillette (1968). Él es un fotógrafo afamado por sus retratos de desnudos masculinos y miembros en su plenitud, como si fueran parte del universo de flores al que tantas veces recurre y que en el fondo representan lo mismo.
Fillette es una escultura de látex que representa un pene gigantesco, y en su traducción hace relación a una jovencita inexperta, que ya no es el caso. En 1982 Bourgeois tenía 71 años, había enviudado hacía tiempo y su trayectoria estaba recobrando el impulso que siempre se había merecido.
Si habitualmente Fillette se exponía colgando del techo, para la ocasión, el fotógrafo le otorgaría una disposición bien distinta, aferrada a la parte interior de su brazo como quien sujeta las barras del pan después de salir de la panadería. Ella está en su plenitud artística, los mejores momentos estaban por llegar, pero por su rostro ya arrugado, su pelo recogido y su abrigo de piel sintética pudiera ser cualquier mujer en su edad. La excepción es la mirada risueña, aceleradamente pícara en clara alusión a la escultura que se aferra para sí.
La pieza está llena de ironía, un pene descomunal que habitualmente pende del techo, nada se escapa a su mirada sonriente. Desde sus primeros momentos la obra de Bourgeois ha reflejado ese entramado de sexualidad y psicología, una deriva freudiana en la que la conflictiva relación con un progenitor posesivo y dominante tuvo mucho que ver. Desde niña había descubierto, tanto ella como su hermano, que éste se acostaba con su niñera, y que a su vez su madre también lo sabía, dejando la vida pasar y dando muestras de indiferencia. Todo aquel ejercicio de burla interiorizada, de sexualidad masculinizada en forma de falo pasó a ser el leit motiv de su creación. El padre que tanto le había atormentado su infancia sería el vehículo motor hasta los últimos momentos de su longevidad.
La sexualidad y el deseo, esas formas poderosas del subconsciente cobraban protagonismo en las obras de la escultora. “Cuando llevo un quequeño falo como este entre los brazos lo siento como un objeto gentil, no un objeto al que quiera hacer daño. Mi gentileza entonces se dirige hacia los hombres”. Servidor no lo pone en duda.