ARTE

El mayor enigma de Egipto

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photo_camera Una pintura en la que aparece el farón Smenjkare.

No es cómo se construyó la Gran Pirámide, ni dónde está la tumba de Cleopatra o el mausoleo de Alejandro Magno. Se trata de una sencilla pregunta sin respuesta: ¿quién era realmente el misterioso faraón Smenjkare? Si es que realmente existió. 

El novelista Terenci Moix, un apasionado de Egipto, sobre  cuya tierra se esparcieron sus cenizas, aseguraba que el único misterio que le gustaría desvelar era quién fue Smenjkare. Nadie lo sabe todavía, si bien las teorías no hacen sino avanzar y casi todas en la misma dirección. ¿Por qué es importante? Según la ortodoxia, Smenjkare (significa Eterno es el Espíritu Vital de Re) habría sido el sucesor del hereje Akhenaton, antecesor del famoso Tutankhamon.

Se trataría, por tanto, de un rey de la Dinastía XVIII en la convulsa época de Amarna, cuando el faraón decidió anular la religión tradicional y fundar un culto monoteísta en torno a Atón, la manifestación del disco solar. La doctrina tradicional mantiene que habría reinado durante menos de dos años y que sería hermano de Akhenaton y, por tanto, hijo de Amenhotep III. En algunas inscripciones aparece desposado con su supuesta sobrina Meritaton, hija de Akhenaton. El problema es que nada se sabe de este monarca, quien al llegar al trono se habría cambiado el nombre por Neferuneferaton (La perfección de Atón), que coincide con el que también habría adoptado Nefertiti, la reina y esposa de Akhenaton. Un auténtico lío en una época especialmente confusa. E interesante. Los egiptólogos consideran bastante probable que en realidad Nefertiti y Smenjkare sean la misma persona, lo que de confirmarse supondría reescribir la historia: la famosa reina de Amarna habría sucedido a su marido como faraón-mujer, y no habría sido exiliada ni muerta, como se sostenía hasta ahora.

De ser cierto, no sería la primera ni la última reina egipcia en alcanzar el trono, aunque a lo largo de los 3.000 años de civilización resultó algo excepcional debido a la propia religión del Nilo, que consideraba al monarca como manifestación del Horus, el dios-halcón hijo de Isis y Osiris. Por tanto, tenía que ser un hombre. La prohibición se la saltaron varias mujeres “transformándose” oficialmente en hombres,  cambiándose el nombre y apareciendo en las manifestaciones artísticas con los atributos de un varón, incluida la barba postiza. Así lo hicieron Hatshepshut y Tausert, y parece que también Nefertiti.

La propia Cleopatra, el último faraón, ya de la Dinastía Lágida grecomacedonia, esquivó la prohibición sobre las mujeres asociando formalmente su reinado primero a sus hermanos, a los que mató, y más tarde a su hijo Ptolomeo Cesarión, por lo que formalmente sólo era la co-regente, aunque en la práctica había asumido todo el poder.

Smenjkare pudo ser por tanto la propia Nefertiti, que así se incorporaría a la lista real por sí misma, como esposa de un faraón, madrastra de otro y además rey-mujer, confirmando que tras uno de los rostros más bellos de la historia había además un político capaz y ambicioso. Entonces, incluso encajaría la teoría de que era la reina quien llevaba las riendas del país y la verdadera autora de la primera gran revolución religiosa del mundo.  

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