LA REVISTA

El número que ni existió ni era diabólico

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El 666 se hizo realmente famoso gracias a películas como 'La Profecía', donde los tres supuestos dígitos marcarían al Anticristo, o incluso bandas heavy como Iron Maiden. Pero en realidad nunca ha existido...

El famoso número aparece en el Apocalipsis, que fue el último texto en entrar en el canon evangélico y no con pocas dudas.  No se sabe quién lo escribió –se atribuye a San Juan Evangelista, pero parece poco probable- y su tono general es propio del milenarismo del Segunda Advenimiento de Jesús, que los cristianos del siglo I consideraban inminente. En El Libro de la Revelación, que es su nombre auténtico, aparecen entre otras historias los jinetes del Apocalipsis y la última batalla en Armaggedon, que es un lugar que existe, la colina de Ar Meggido, en Israel, donde tuvo lugar una épica batalla en el siglo –XIII entre el faraón Tutmosis y los tribus federadas que  marcó el dominio egipcio en la zona…

¿Y el 666? Bien, en realidad el texto habla que el número de la bestia es el seiscientos sesenta y seis, nunca el triple seis, que en el siglo I ni siquiera existía ya que sólo se empleaba el sistema de numeración romano y pasarían ocho siglos hasta llegar al actual, de origen indio: por tanto, se refería al DCLXVI –o en otros textos el DCXVI, 616-, que la verdad, asusta bastante menos. ¿Pero quién es el DCLXVI? ¿El mismísimo Príncipe de las Tinieblas? ¿El Anticristo? Para saber a quién se refería el autor del libro de la Revelación hay que volver de nuevo a su tiempo, al siglo I, donde los cristianos primitivos vivían escondidos  y en éxtasis permanente a la espera de la llegada del Señor, que acabaría en Armaggedon con el Imperio Romano, que consideraban el reino de los réprobos. También esperaban lo mismo los judíos de su Mesías guerrero y en esos momentos la diferencia entre hebreos y cristianos era muy escasa.

El Apocalipsis habría sido escrito en torno al año 60, y ahí está la clave: coincide con el reinado de Nerón, el cuarto emperador romano y el primero que persiguió a los cristianos, siendo sus primeras víctimas los padres de la Iglesias, Pedro y Pablo, ambos ejecutados en Roma. El autor estaba oculto, como la mayoría de los cristianos, pero convencido de la inmediatez del Segundo Advenimiento quería explicar a los suyos que las señales del fin de los tiempos estaban ahí con Nerón. Porque el DCLXVI es en realidad un código cifrado relativo al emperador. Cada letra tendría un equivalente numérico, y cuando se suman las del nombre de Nerón el resultado es 616 o 666, tomando las dos variantes del nombre (Nero y Nerón). ¿Casualidad? En absoluto.

Para los cristianos Nerón era el Anticristo pero no podían ponerlo de forma expresa porque traería una represión aún mayor por parte del Imperio. De ahí el seiscientos sesenta y seis, nunca el triple seis, inventado. Aunque parece que la persecución a los cristianos surgió de forma casual. El escritor Tácito relata que tras el gran incendio de Roma la población buscó un chivo expiatorio para desatar su ira y empezaron a circular rumores de que Nerón era el responsable. Para alejar de sí las culpas, acusó a los cristianos y ordenó que a algunos se los arrojara a los perros mientras que otros fueron quemados vivos y crucificados. Tácito no tenía simpatía por el emperador, pero tampoco por la secta cristiana. Así lo describe: “Con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos. El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilatos durante el Imperio de Tiberio y reprimida la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no solo por Judea, origen de este mal, sino por la Urbe misma”.

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