ICONOS

Paparazzis, al calor de la Dolce Vita

photo_camera Walter Chiari tras Tazio Secchiaroli | Elio Sorci, 1957.

Roma era la ciudad más bulliciosa y divertida del mundo, todo el famoseo acudía atraído por la llamada de una vida sin fronteras morales.

A Walter Chiari le atraían los deportes, tenis, natación, pero sobre todo el boxeo, fue campeón de Lombardía en 1939. Había tenido muchos oficios, entre ellos periodista, pero le largaron del curro por imitar a Hitler en la oficina, le aconsejaron que se dedicara al teatro, y eso hizo. Una carrera ascendente en la filmografía italiana que lo llevaría a la cumbre, también a las portadas de la prensa rosa por sus habilidades seductoras, siempre con mujeres estupendas, Elsa Martinelli, Delia Scala, Lucía Bosé, la princesa Gabriela de Saboya, Mina Mazzini. Hasta que llegó la pantera, Ava Gardner, el animal más bello de Hollywood, en 1957, recién separada de Frank Sinatra. Por sus conocimientos del inglés lo contrataron para actuar en una producción americana rodada en Cinecittà, La Capannina, donde participaba ella. Roma era la ciudad más bulliciosa y divertida del mundo, todo el famoseo acudía atraído por la llamada de una vida sin fronteras morales. 

El romance y su fama de seductor llenó portadas, y sobre todo, atrajo al oficio a jóvenes fotógrafos con ganas de superar los límites de una profesión aferrada a los materiales gráficos esparcidos por las grandes distribuidoras. Aferrados a la locura de Roma y a un sentir del riesgo y el oficio, autores como Elio Sorci (Roma, 1932-2013) y Tazio Secchiaroli (Roma, 1925-1998) hicieron máxima del oficio metiendo las narices y la cámara donde nadie quería que lo hicieran, y de paso inventando el sobre nombre paparazzi a un oficio no siempre bien visto pero muy seguido.

De aquella búsqueda del momento del romance entre Ava Gardner y Walter Chiari parte una instantánea pletórica de cabreo en la que vemos al ex boxeador dispuesto a todo con tal de zarandear a Tazio Secchiaroli que era el que estaba más a mano, mientras Elio Sorci recogía el momento; después trataría de intimidarlo igualmente. Ambos fotógrafos formaban parte de una saga a la caza del famoso al que pillaban in fraganti, perseguían por las calles y vendían exclusivas a las revistas. Roma era todo glamour y ellos sus ojos.

No eran fotos malas, pero predominaba el interés periodístico. Fellini se inspiraría en todo ello para recrear una película imprescindible como La Dolce Vita, donde todo parecía poder suceder en Vía Veneto, mientras, Anita Ekberg se bañaba en la Fontana de Trevi.

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