Ambas vinieron de América. Pero se ve que lo hicieron en distinto barco porque la popularidad que alcanzó la una no tiene nada que ver con el trato que recibe la otra. Me refiero a la patata, tan reconocida en Galicia, donde cuenta con un sello de indicación geográfica protegida (IGP) y la patata dulce, que llaman nuestros vecinos portugueses: a batata doce. Allí la encontramos de acompañamiento en muchos platos, incluso en algunos la vemos compitiendo con su prima hermana, la popular patata, como se puede ver en el plato de la fotografía donde un puré de “batata doce” acompaña unos lomos de lubina salvaje hechos al vapor.
De entrada, aquí en Galicia, como en el resto de España, ya no la llamamos patata dulce, sino boniato, una palabra caribeña que parece que se ha escapado de nuestra gastronomía porque, aunque en otras partes de España tiene muchas aplicaciones en la cocina, desde la elaboración de cremas y purés a la preparación de postres, en Galicia ha quedado marginado a un carácter meramente testimonial. No hay más que echar un vistazo en las fruterías de nuestro entorno y ver que, mientras existen siempre cuatro o cinco clases de patatas, como mínimo, para elegir, el boniato no tiene más que una testimonial presencia.