La reivindicación de la actriz Sara Sálamo en los Goya y cómo hizo reflexionar sobre el maquillaje

Sara Sálamo.
photo_camera Sara Sálamo.

La aparición de la actriz Sara Sálamo en la entrega de los premios Goya a cara lavada es una declaración de intenciones acerca del maquillaje, una tendencia que ha ido variando a lo largo de los siglos y que nos acompaña sobre nuestros rostros desde nuestros orígenes como especie

La noche de la entrega de los premios Goya tuvo muchas protagonistas, pero en cuestión de maquillaje hay una que destacó por encima del resto. Y no precisamente por haber pintado su cara del color de ninguna tendencia, sino más bien por todo lo contrario. La actriz Sara Sálamo acudió a la noche más ¿glamurosa? -esto daría para otro tema- del cine español. 

Este acto, común en la vida diaria de muchas, tiene algo de revolucionario cuando se produce sobre una alfombra roja y es una influencer quien decide hacerlo. Pero la historia del maquillaje es casi tan antigua como el ser humano y, en sus miles de años de vida ha pasado por todo tipo de ciclos. ¿Dónde comenzó todo?

Las inquietudes del ser humano sobre el poder de la estética son inherentes a nuestra especie, de eso no hay duda. Es por eso que los primeros indicios del maquillaje sobre nuestros cuerpos datan de la Prehistoria, un momento en el que la arcilla servía para adornar, pero también para enviar mensajes sobre la pertenencia a una tribu. Sirvan de ejemplo los maorís o cualquier aldea de la selva amazónica. 

Pero si hablamos de cosmética, como todo lo que consideramos revolucionario hoy, el escenario es el Antiguo Egipto. Allí nació el “kohl” esa mirada marcada en color negro pulido que todavía hoy forma parte de nuestro catálogo estético. El maquillaje era en esta época rasgo de poder y un elemento con el que llamar la atención. Colores puros y trazos muy definidos eran las claves de una pintura que se extendía más allá de la cara y que en ocasiones servía también para proteger la piel del sol. 

La principal influencer de la época no podía ser otra. Cleopatra y los famosos tratamientos para mantener intacta su inmortal belleza.

El foco de la historia se trasladó entonces a Grecia y después a Roma. Pero antes de dar el salto sobre el mar Jónico, los helenos hicieron el bautizo del maquillaje llamándole “kosmetikos”, que podríamos traducir como “habilidad en la decoración”. 

En ambos imperios la importancia se le otorgaba a los ojos, espejo hegemónico de nuestras expresiones. Empezó a popularizarse la pintura para los párpados y los pigmentos para las pestañas. 

La evolucion hacia la Edad Media se realizó sobre un lienzo en blanco. Con el afán de distinguir sus rostros de los de los campesinos abrasados al sol, las cortes de Francia e Inglaterra apostaron por unas bases que realzaban el ya de por sí pálido tono de sus pieles. Era una época de excesos y el maquillaje no fue ajeno a esta ostentosidad. 

Pero había un problema. El plomo se utilizaba como base de muchos pigmentos y fue tal la popularidad de la cosmética que no tardaron en llegar las primeras intoxicaciones. 

Pero si hablamos de democratización habría que esperar a la Revolución Industrial. Ese momento en el que cambiaron los estratos sociales fue también el instante en el que los adelantos tecnológicos permitieron la salida al mercado de cientos de nuevos productos y el mundo del maquillaje comenzó a hablar sobre todo en femenino. 

Ya no se trata de mostrar poder, sino de sentirse guapas para los cánones de la época, de tapar imperfecciones y de seguir las tendencias marcadas por los que más tenían. El nacimiento del cine jugó también un papel esencial en esta popularización. Fueron los locos años 20 los que dieron origen a la imborrable raya negra en el párpado y los labios bien colorados.

Los rostros seguían pálidos hasta finales de los años 30, con un papel destacado en las geishas japonesas. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y con el mundo recuperándose de las heridas abiertas por las bombas, las bases de maquillaje comenzaron a parecerse más a la naturalidad de la piel. 

Una naturalidad que alcanzó su máxima expresión en la cultura hippie y su oda a un mundo sin artificios. La transgresión de los 70, la explosión de color de los 80 y, finalmente, una vuelta a los orígenes de finales del siglo XX. 

Hoy, con la amenaza del cambio climático como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas, el mundo de la cosmética se ha vuelto más natural y orgánico. Los productos respetan el medio ambiente y, sobre todo, a nuestras pieles para que nuestras caras reflejen el impass de tiempos que nos han tocado. 

El maquillaje ya no es una imposición social, sino una elección que nos permite jugar con nuestros rostros. Cuando queramos. Por eso la aparición de Sara Sálamo en los Goya a cara lavada significa tanto para la estética femenina. 

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