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Roberto Vila, cirujano y artista

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photo_camera Roberto Vila (ÓSCAR PINAL).
Tras una fructífera carrera como cirujano, emprendió otra de sus pasiones, la pintura, en la que llega a la abstacción a partir de las emociones. 

De niño quería ser maquinista, pues sentía una gran admiración por aquellas locomotoras de vapor en las que trabajaba su padre en el depósito de Monforte de Lemos. Cuando inició los estudios de Medicina en Zaragoza, le impresionaron las láminas dibujadas con tizas de distintos colores en las pizarras del aula en la que aprendía anatomía. Así, Roberto Vila (Monforte, 1941) fue grabando en su mente siempre atenta todo aquello que le rodeaba, y a lo largo de su vida se fueron encadenando, como la trama de una historia, su vocación por la cirugía, por la pintura y los trenes, todo ello envuelto en un gran sentido pedagógico que se percibe incluso mientras mantenemos esta conversación, en la que él se me presenta como un nómada que no es de un lugar y lo es de todos.

1. ¿Por qué nómada?

Soy hijo de emigrantes. Mi abuelo había ido a trabajar al País Vasco y allí nació mi padre. Con doce años volvió a Galicia. Yo nací en Monforte, donde estudié durante mi infancia y adolescencia, pero luego hice el preuniversitario en Ourense. La carrera de Medicina, en Zaragoza. Comencé mi especialidad en el Hospital General de Asturias, en Oviedo; luego fui al Hospital Beaujón, de París. Comencé mi actividad profesional como cirujano en Vall d’Hebrón, en Barcelona y antes de llegar a Ourense como jefe del servicio de Cirugía todavía estuve en Juan Canalejo, en A Coruña. Un emigrante mantiene su vínculo afectivo con el lugar de origen. Un nómada, termina no siendo de ningún lugar… o lo es de todos a un mismo tiempo y siempre sigue aprendiendo de lo que le rodea.

2. Le gustaban las locomotoras, pero terminó siendo cirujano ¿Pudo más la medicina?

Lo cierto es que no tenía muy claro qué quería estudiar. Mi padre quería que fuese estudiase para perito industrial en Vigo. Pero yo me consideraba poco preparado en materias como física y matemáticas. Creía que podría fracasar o tener que repetir algún curso para poder terminar la carrera. Sabía el esfuerzo que suponía para mis padres que yo me fuese a estudiar una carrera. Pensé que Medicina sí era una carrera para la que estaba capacitado. Y ahí me vino a la memoria el recuerdo de don Felipe, un profesor de la Normal, aquí en Ourense, que vivía en la misma pensión que yo, cuando estaba estudiando preuniversitario en el instituto, que hoy es el Otero Pedrayo. Todas las mañanas me comentaba lo que publicaba La Región. Yo le escuchaba callado. Un día preguntó ¿Usted es médico? Le dije que no, que estaba estudiando preuniversitario. “Bueno, pero va a ser médico, ¿no?”. Tal vez, en el subconsciente, aquella afirmación, condicionó mi decisión, al igual que la figura del que era nuestro médico de cabecera, don José Luaces.

3. Y fue a estudiar a Zaragoza.

Sí, porque a mi padre lo iban a destinar al depósito de Renfe en Zaragoza.

4. Después de Monforte y Ourense, ¿Zaragoza supuso para usted un cambio con respecto a su forma de ver la vida?

Para mí fue un cambio radical, como un mundo nuevo. Un descubrimiento universal. Mis primeras lecciones de arte fueron aquellas clases de Anatomía, en las que en unas pizarras enormes los catedráticos, con unas tizas de colores pintaban unas láminas que a mi me dejaron impresionado. Ahí fue donde empezó a gustarme el dibujo.

5. ¿Fue un shock, el cambio en el régimen de estudiar en casa o cerca a la universidad?_2OP7449__result

Todo lo contrario. Me pareció que aquellos profesores eran de una gentileza extraordinaria. No explicaban para los más listos, y en clase había hijos de médicos y de catedráticos. Lo hacían para todos. Yo no veía discriminación. Es algo que me quedó en la mente. Un buen profesor no es el que se complace en los alumnos más aventajados, aquellos que no necesitan ayuda, que traen todos los problemas resueltos de casa, bien porque saben hacerlos, bien porque les echan una mano en casa. La enseñanza debe ser para quienes no saben, para quienes necesitan ese apoyo adicional.

6. ¿Qué le inclinó por la cirugía?

A veces se toman las decisiones no por una razón, sino por un cúmulo de ellas. Tenía plaza para hacer la especialidad en el Hospital General de Asturias y eso me llevaba a un lugar que tenía para mí el vínculo con el pasado, porque mi padre había estado allí. También, porque allí enseñaban siguiendo pautas que se habían ensayado en la Clínica Mayo de Estados Unidos, que entonces estaba a la vanguardia. Y el azar quiso que allí conociese a mi mujer. Y hay otra razón, también importante. Sentía que tenía mucha habilidad para trabajar con las manos y la cirugía me proporcionaba la oportunidad de haberlo en aquello que me gustaba.

7. ¿Y así fue como combinó el bisturí y el lápiz?

En realidad, no es tan extraño. Como comentaba antes, empecé a sentir un grandísimo interés por el dibujo a raíz de las clases de Anatomía en la facultad de Medicina en Zaragoza. Como cirujano, me gustaba explicar el diagnóstico y la intervención que iba a realizar a mis pacientes, y el dibujo me pareció una técnica muy didáctica. Nunca dejé de dibujar. 

8. ¿Ni de estudiar?

De hecho, al dejar la gerencia del hospital de Ourense me tomé un año para ponerme al día en los avances de la cirugía, asistiendo a congresos por todo el mundo. Luego monté mi propia clínica y  seguí operando, dibujando, pintando y fue cuando me matriculé en Bellas Artes, en Pontevedra. Yo formaba parte de la primera promoción de aquella facultad.

9. Su primera exposición le llevó a sus orígenes, aquellas locomotoras que reparaba su padre, ¿Cómo fue?_2OP7548__result

Mi primera exposición fue mi trabajo de fin de carrera, la hice en la facultad de Bellas Artes. Yo estaba desarrollando una técnica abstracta sobre el ferrocarril y luego la presenté aquí, en la galería Volter, en el parque de San Lázaro, que ya cerró. Hice una exposición que se presentó en el centro cultural Marcos Valcárcel, Fogo, principio y fin, que luego llevé por muchas ciudades de Galicia. En ella, hago un homenaje al mundo del ferrocarril a través del cuadro “última combustión”, que recuerda el día que se apagó la última locomotora de vapor en España, una Mikado, como las que reparaba mi padre y de la que tengo una maqueta en casa.

10. ¿Y ahora?

Ahora me encuentro en un período de reflexión. Estoy aprendiendo música y al mismo tiempo, atento, como dice la gran premio Nobel Rita Levi-Montalcini, a todo lo que me rodea porque creo que el mundo es fantástico y las personas también, aunque haya algún desaprensivo que haya perdido el sentido de la sensibilidad o que no haya encontrado el camino para llegar hasta él.

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