El señor Halford se confiesa

19/nov./21 - 04:10 Actualizado: 18/nov./21 - 23:11

En este punto, probablemente sea más fácil enumerar a todos los músicos de metal de la década de 1980 que no han escrito sus memorias en lugar de intentar nombrar a todos los que han llevado su historia al papel. Una vez que se empieza a ver libros de Stephen Pearcy de Ratt y el batería de Five Finger Death Punch, probablemente sea el momento de dejar de repartir contratos editoriales en modo barra libre.

Rob Halford, sin embargo, es uno de los pocos músicos de heavy metal que realmente tiene una historia que vale la pena escuchar. Como líder de Judas Priest, una de las bandas de heavy metal más influyentes de todos los tiempos, Halford ha influido en tres generación de cantantes. Tiene una de las voces más reconocidas del rock y con sus Priest ha vendido más de 50 millones de discos en todo el mundo. También resulta ser el primer músico abiertamente gay en un género que en tiempos –ahora la situación está cambiando profundamente- no fue conocido especialmente por su aceptación ni su empatía con la comunidad LGBTIQ. Y da la casualidad de que tiene una colección fenomenal de historias sobre la vida como un “Metal God”.

‘Confesión’, fiel a su título, es un libro esencialmente sincero. Halford es notablemente franco en todo, desde su infancia de clase trabajadora, donde descubrió el amor por el teatro y la interpretación antes de encontrar su vocación en la música, hasta sus problemas con las drogas y el alcohol pasando por una gran cantidad de relaciones condenadas al fracaso. En su momento de mayor popularidad, sabía que salir del armario como un hombre gay probablemente mataría su carrera, por lo que en un acto pasivo agresivo de humor oscuro comenzó a deslizarse en canciones referencias codificadas a su propia sexualidad, como por ejemplo en una canción como “Jawbreaker”, dedicada a la potencia de un gran órgano viril, y en otros detalles más subliminales. “Incluso el atuendo de motociclista de cuero era un poco obvio”, admite Halford ahora.

La angustiosa vida sexual de Halford – que por cierto, su homosexualidad fue hecha pública hace ya más de 20 años, y parece que algunos medios de comunicación, tratando de hacer periodismo amarillo con tufo moralista han descubierto ahora- se tradujo en aventuras y desventuras que casi siempre terminaban en los lavabos. Una de ellas resultó en un arresto que, para su alivio, la policía de Los Ángeles acordó mantener en secreto. Desesperado, comenzó a señalar su sexualidad desde el escenario hablando en lenguaje codificado, “diciéndole a los entendidos que estaba listo para practicar deportes acuáticos o fisting”.

‘Confesión’ está lleno de nombres para nada desconocidos en el mundo del rock. Junto a los sospechosos habituales como Ozzy Osbourne, Lemmy y Jimmy Page, criaturas más exóticas como Quentin Crisp, Andy Warhol, Jack Nicholson y Lady Gaga también tienen cameos coloridos. “¡Maldita sea, Rob!”, reflexiona después de un encuentro estrellado entre bastidores. “¡Solo conociste a Madonna hace dos minutos, y ya casi tienes tu polla en su boca!”.

Si bien en el libro Halford es sumamente modesto y autocrítico, hay poco análisis profundo o perspicacia aguda. Además de algunos fragmentos muy emotivos, hay decepcionantemente muy poca discusión sobre la música de Judas Priest, la química entre los miembros de la banda o su lugar más amplio en la historia del rock. Su “retiro” de Priest en 1992 para trabajar en varios proyectos paralelos se presenta, de manera algo falsa, como un inocente cúmulo de ridículos malentendidos, y la amarga y controvertida marcha del guitarrista KK Downing en 2011 también se pasa por alto en unas pocas líneas opacas.

En su parte final, “Confesión” se transforma en una meditación conmovedora sobre la familia, la amistad, el crecimiento personal y el progreso social. “Los rockeros LGTBI pueden ser más honestos sobre su sexualidad hoy en día”, concluye Halford, sonando agridulce pero optimista. Termina rindiendo un gran homenaje a la clase trabajadora de Walsall, donde todavía tiene una casa y donde sueña que algún día le erijan su propia estatua, con hielo seco y láseres. “No parece mucho pedir”, bromea.

La franqueza de Halford, a pesar de algunos temas oscuros, permite que su humor brille dando como resultado un tono optimista general en el libro. Puede que Halford haya tardado un poco en contar su historia, pero sin duda valió la pena la espera.