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"El silencio de la ciudad blanca”

Belén Rueda.
photo_camera Belén Rueda.

Un thriller con una buena atmósfera y una historia que se va diluyendo

Pocas veces la belleza de Vitoria ha sido atrapada con el hipnótico esplendor que consigue darle la fotografía de Josu Inchaustegui en “El silencio de la ciudad blanca”, adaptación cinematográfica del archiconocido libro de Eva García Sáenz de Urturi, que dirige, con su vigor habitual, Daniel Calparsoro.

Un pomposo asesino en serie que vuelve a las andadas tras décadas de inactividad y sus macabros crímenes rituales que están íntimamente conectados con la historia y las leyendas de la ciudad son los ingredientes fundamentales de este thriller que, de nuevo al abrigo del fenómeno editorial, aspira a abrirse camino en taquilla para, a poco que el público responda, iniciar como ya hizo la Trilogía del Baztán una saga que completarán “Los ritos del agua” y “Los señores del tiempo”, los otros dos “best seller” que componen esta Trilogía de la Ciudad Blanca.

Javier Rey, Belén Rueda y Aura Garrido encabezan el reparto de una adaptación que, en su afán por imprimir ritmo al relato cinematográfico, utiliza la elipsis de forma caprichosa -por momentos pareciera que lo hace aleatoriamente- provocando no pocos descubiertos en una trama que avanza casi siempre a la carrera. Literalmente. De hecho, hay un tramo del filme en el que, por obra y gracia del accidentado montaje, en lugar de a ‘Kraken’ Javier Rey parece estar interpretando a “Forrest Gump”. Corre que te corre. Secuencia tras secuencia.

Pero el gran problema de “El silencio de la ciudad blanca” es que, mientras los tres arquetípicos policías van topándose con más y más cadáveres cargados de simbología y arabescos ubicados en los rincones de una Vitoria cautivadora, en su salto del papel a la pantalla la historia pierde consistencia y va dejando atrás demasiados cabos sueltos y personajes desdibujados.

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