Qué forma tan magistral, en definitiva, de agitar el palmito para no dejarte tocarlo hasta que ya estás fuera de ti.
Cuando yo era pequeña – años 80 de la entonces recién estrenada y ya casposa democracia – en mi casa – de costumbres y modos tan casposos como la mismísima democracia – existía, sin embargo, un remanso de modernidad, originalidad e incluso diría yo que extravagancia, que era la música. Mi padre, que ni era artista, ni moderno, ni nada parecido, (¿existirían ya los modernos en los años 80?) poseía, sin embargo, un pequeño conjunto de joyitas musicales que yo, que en aquel momento no sabía que eran joyitas, escuchaba una y otra vez suponiendo que en todas las casas se escuchaba la misma música: Adriano Celentano, Nicola di Bari, Gilberto Gil, Jobim, Patxi Andión, Serrat (quien tenga algo malo que decir de Serrat que se persone aquí y me lo diga a la cara, que se la parto en dos trozos perfectamente simétricos), la banda sonora de West Side Story, Eumir Deodato…
Y de este último quería yo hablar. Eumir Deodato tenía (tiene) una versión del “Así habló Zaratustra” de Strauss (sí, la que sale en “2001. Una odisea en el espacio” de Kubrick), de nueve minutazos, en el que reinterpretaba la canción en clave jazz-funk y que a mí, en estos casposos ochenta que les cuento, me volvía loca.
Preparada para sufrir una desilusión (adelante, nena, tira de la venda rápido y, para bien o para mal, mira a ver qué hay debajo), la reescuché no hace mucho. Oh cielos, qué temazo de pelos como escarpias, de trozos que apuntan a la melodía principal pero se escapan para no dejarte llegar a lo que estás esperando, qué forma tan magistral, en definitiva, de agitar el palmito para no dejarte tocarlo hasta que ya estás fuera de ti. QUÉ TEMAZO, MADRE DEL AMOR HERMOSO.
Suerte que a nadie se le ha ocurrido la marcianada de pincharla nunca en un pub estando yo. Me tendrían que sacar del techo con espátula.
Bueno, y esto es todo lo que quería contarles yo hoy. Así que nada más, feliz Agosto
