La última y la mejor costilleta del año, en Os Peares

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La carne estaba excepcional. Sabrosa, tierna y frita en su punto. Solo quedaron los huesos limpios, tanto es así que volvió a cruzar la calle la señora a buscar otra costilleta que frio para que nadie quedase con hambre. 

Cuando era niño, muy cerca de mi casa, en Vigo, había una carnicería que se llamaba así: “Os Peares”. Allí me mandaba mi madre a comprar la carne. Deduje, desde entonces, hace ya más de cincuenta años, que aquel mítico lugar a caballo entre las provincias de Ourense y Lugo tenía que ser tierra de carne magnífica. 

Hace unos días, para despedir el año con unos amigos, la mayoría frikis de los trenes como quien esto escribe, nos fuimos a comer a uno de los mejores escenarios ferroviarios del mundo que es, Os Peares. Allí nos citamos en una taberna que, vista desde afuera tiene poca imagen de casa de comidas. Se diría que es un bar. Un bar singular, en el que hay que cruzar la calle para ir al baño. Justo al lado de la carninería en la que la señora que atiende el negocio se provee del material. Tomamos de entrada un chorizo de lamatanza de este año, todavía fresco, un caldo de verdura y no unas chuletas, que eso es denominación muy fina: unas costilletas como Dios manda, fritas en buen aceite, y con patatas fritas.

La carne estaba excepcional. Sabrosa, tierna y frita en su punto. Solo quedaron los huesos limpios, tanto es así que volvió a cruzar la calle la señora a buscar otra costilleta que frio para que nadie quedase con hambre. 

El vino, todo hay que decirlo, era de los que hay que tomar con gaseosa, algo que no me molestó demasiado en ese momento porque después tenía que conducir. Lo que cojeó un poco fue la parte de la sobremesa. Una carne tan estupenda habría agradecido unos postres caseros. Pero ahí no se les da por esmerarse. Había piña, melocotón y yogures.

Así pues, si vas a comer costilletas, es un lugar excelente y el entorno invita al paseo. Pero no esperes más. 

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