salud y bienestar

El derecho a la intimidad

Hace poco, me impresionó ver cómo un gendarme alemán animaba a los curiosos a fotografiar las mortales consecuencias de un accidente de tráfico, reprimiendo enérgicamente el comportamiento de aquellos que ante semejante desgracia no se detenían para prestar auxilio, sino para curiosear

Hace días, al despuntar el día, fui testigo de una escena tan triste como enternecedora. Desde hace unas semanas, un joven sin hogar acampa debajo de la antigua rampa de un garaje vecino. Poco a poco ha ido acumulando enseres alrededor de un lecho improvisado de cartones y mantas. Bajo las mismas, cada noche oculta sus sueños. Esta madrugada, quizás por el calor que ya nos viene anunciando el verano, destapado junto a su cabeza descansaba un osito de peluche.  En un principio, sentí la tentación de inmortalizar aquella imagen mediante la cámara de mi teléfono móvil. Pero, ¿quién era yo en realidad para vulnerar aquel instante pacífico de una existencia probablemente atribulada? En muchos lugares del mundo, cuando un turista desea retratar a alguien en particular, debe obtener su permiso, porque una persona no es una estatua o un paisaje.  Cosa bien distinta ocurre cuando uno de nosotros, a título personal, decide airear su intimidad en las redes sociales. Traemos a colación estas reflexiones debido a unos hechos acaecidos en estos días. En primer lugar, aprovechando la celeridad  de una popular aplicación de mensajería instantánea, se distribuyeron las imágenes de un paciente psiquiátrico que intentó poner fin a sus días lanzándose a las aguas del Miño desde uno de nuestros puentes ourensanos. Afortunadamente, gracias a la suerte particular y a la rápida actuación de las fuerzas de seguridad y las emergencias sanitarias, este desesperado consiguió salvar su vida. Pero nadie puede evitar que el mismo cuchillo que nos sirve para pelar una fruta o rebanar el pan pueda emplearse para herir o matar a un semejante. De la misma manera, la morbosa curiosidad de las redes sociales, tan útiles para comunicarnos, se empeñaba en identificar al paciente y a su familia. 

Hace poco, me impresionó ver cómo un gendarme alemán animaba a los curiosos a fotografiar las mortales consecuencias de un accidente de tráfico, reprimiendo enérgicamente el comportamiento de aquellos que ante semejante desgracia no se detenían para prestar auxilio, sino para curiosear y recrearse en la desdicha ajena. Casi a la par del incidente anterior, algunos medios de comunicación airearon una nota interna del Ministerio del Interior y la Dirección General de la Policía dirigida a la Comisaría Provincial de Ourense, en la que se facilitaban las indicaciones precisas para el ingreso hospitalario forzoso de un enfermo infeccioso, ante el riesgo público que suponía su libertad sin tratamiento. Dicha nota, acompañada de datos personales y fotografías identificativas del ciudadano fue publicitada íntegramente, en nuestra humilde opinión provocando la colisión del derecho a la intimidad y la protección de datos de cualquier individuo, independientemente de su estado de salud, con el interés que en este caso intentaba, por instrucciones médicas y órdenes judiciales, preservar la salud y prevenir la enfermedad comunitarias. Simplemente recordarnos a todos que el derecho a la privacidad, confidencialidad e intimidad de los pacientes, está perfectamente reconocido y protegido por nuestra legislación. Y además, es una cuestión moral fundamental.

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