UCRANIA

Españoles en Kiev: "Al principio fue muy idílico, con los primeros muertos todo cambió"

Un barcelonés relata su experiencia como residente en Ucrania, un país que sigue envuelo en una crisis política, económica y social 

Tres años después de la revolución del Maidán, Ucrania sigue sin resolver sus dilemas, inmersa en una crisis política, económica y social que sumada al conflicto separatista agudiza sus muchas contradicciones: así lo creen tres españoles afincados en Kiev.

El madrileño Javier L. tiene 36 años y llegó a Kiev hace seis con una beca para impartir clases de español en una universidad, conoció a su futura esposa ucraniana y decidió quedarse en este país incluso cuando tuvo que cambiar de trabajo.

En noviembre de 2013, cuando miles de kieveños acamparon en el corazón de la ciudad -la plaza Maidán que dio nombre a la revolución europeísta en contra del entonces presidente Víktor Yanukóvich- no dudó en irse hasta allí con muchos de sus estudiantes.

"Al principio fue muy idílico, con un ambiente festivo que se parecía mucho al las manifestaciones del 15-M en Madrid. Estaba allí toda la ciudad: gente joven, estudiantes, jubilados. Pero en Navidad, con los primeros muertos, todo cambió", recuerda.

Ignacio, también profesor de español, aterrizó en Kiev un mes antes del inicio del Maidán, tras decidir vivir en esta ciudad junto a su mujer, también ucraniana, a la que conoció en España.

"Fuimos con mi mujer a las primeras manifestaciones y ella estaba muy motivada, porque quería cambios, pero a partir de cierto momento dejamos de ir", apunta este barcelonés de 33 años, que al igual que los otros entrevistados pidió no revelar su nombre completo.

Tras los primeros enfrentamientos violentos con la policía y los primeros muertos a mediados de diciembre, "ya no quedaron chicos en la plaza", añade su amigo madrileño.

"A partir de entonces sólo quedaron hombres, y entre ellos, gente de ultraderecha. Aunque creo que se les ha dado más importancia de la que tuvieron -incluso en medios españoles- sí es verdad que al final los más fanáticos son los que se quedan hasta el final. La gente normal no duerme en las barricadas", dijo en alusión al papel que tuvieron los radicales en el triunfo de la revolución.

En febrero de 2014, tres días de violentos disturbios, con más de cien muertos entre policías y manifestantes, llevaron al Maidán a la victoria sobre Yanukóvich, y sus líderes políticos, afines a Occidente, tomaron las riendas del país.

"Aunque la gente aquí no lo dice, yo creo que el Maidán no ha valido la pena. Han perdido territorio, se han mofado en su cara y encima el empobrecimiento es brutal. Los gastos por los servicios comunales se han multiplicado. En el caso del gas, por tres sólo en el último año", señala Javier G., almeriense que llegó a Ucrania poco después de los acontecimientos, en septiembre de 2014.

Muchos salieron a la calle porque Yanukóvich había renunciado al Acuerdo de Asociación con la Unión Europea (UE) y decidió acercarse a Rusia, pero otros se sumaron a las protestas porque estaban hartos de la corrupción.

Ahora la mayoría de los ucranianos, según estos tres españoles, reconocen que casi nada ha cambiado en este terreno, pero tampoco se arrepienten del cambio político pese a todo.

"Cuando un político en Kiev pone su nombre a un autobús municipal y deja subir a la gente gratis, eso es también comprar votos", dice Ignacio al recordar los meses de campaña antes de las últimas elecciones locales celebradas en la capital ucraniana.

En el céntrico parque Tarás Shevchenko, frente a la universidad donde dio clases Javier G, "han puesto nuevos bancos para que la gente se siente. Pues cada banco lleva el nombre del político o empresario que lo ha financiando".

"He llegado a ver el logotipo de un partido político en el ascensor de un edificio de viviendas. El partido de turno ha cambiado el espejo antes de los comicios y ha estampado su logotipo en el cristal", añade su tocayo almeriense.

Preguntados sobre si creen que Ucrania está partida en dos entre ruso y ucraniano hablantes, los tres coinciden en "el idioma no tiene nada que ver" ni con los separatismos ni con las tensiones entre una mayoría que no quiere saber nada de Rusia y una minoría nostálgica que sigue viendo a un país hermano en el vecino del este.

"Las generaciones jóvenes, como mis estudiantes, ya nunca se van a sentir vinculados con Rusia. Antes se decía de los rusos que eran como el hermano mayor que no se ha portado muy bien contigo, pero ahora, después de Crimea y de la guerra en el este, eso ya es historia", señala Javier L.

Ignacio, sin embargo, advierte de que Europa debe decidirse pronto sobre "qué quiere hacer con Ucrania", porque de lo contrario, "este país volverá su mirada a Rusia".

"Ideologías aparte, hay muchísimos ucranianos trabajando en Rusia. Porque, por mucho que se hable de lo europea que es Ucrania, resulta mucho más fácil saltar a Rusia que a un país de la Unión Europea para ganarse la vida", concluye Javier G.

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