Asuntos globales

Donald Trump, el hombre que envenena el paisaje

El presidente norteamericano Donald Trump en la Casa Blanca.
photo_camera El presidente norteamericano Donald Trump en la Casa Blanca.
Trump se comporta como lo que es, un mal perdedor y un estúpido con un vocabulario de solo 57 palabras

Se veía venir. En el imaginario simplista de Donald Trump los hombres se dividen en dos categorías: los triunfadores, de los cuales él se considera un ejemplo acabado y los perdedores, los loser, lo peor que se puede ser en este mundo. Loser, es la palabra que tatúa el desprecio, por eso no puede aceptarla y la rumia estos días escupiéndola como una fruta amarga por los interminables pasillos de la Casa Blanca. La transición en vez de ser pacífica como históricamente ha sido se vuelve incierta y tóxica en el barrizal que Trump ha creado. Las mujeres para él son fuente de placer u objetos de adorno. Tiene verdaderas perlas en este sentido: “Si Hillary Clinton no puede satisfacer a su marido ¿Cómo podrá satisfacer a América?” O la grosería: “cuando eres famoso y rico puedes agarrar a las mujeres por el coño y hacer lo que te dé la gana con ellas.” Desde que está en la Casa Blanca son al menos 26 mujeres las que han testificado abusos y conductas inapropiadas en su contra. Las mujeres poderosas, especialmente las mujeres poderosas de color son objeto permanente de burlas y calificaciones despectivas del presidente. Los dardos dirigidos contra la vicepresidenta electa Kamala Harris han sido frecuentes, hirientes y con un perfume de macho cabrío.

Muchos días después de que los votos de los compromisarios y de los electores hayan dado ganador a Joe Biden, él sigue sin aceptar la derrota, proclamando que los resultados fueron amañados. Un fraude clamoroso, dice. Lo dice sin ninguna prueba, con todos los testimonios en contra de las autoridades responsables del recuento. Se comporta como lo que es, un mal perdedor y un estúpido. Resulta un orador convincente para sus seguidores a pesar de que maneja un vocabulario de solo cincuenta y siete palabras. A nosotros nos parece un bufón ridículo, pero frases penosas y degradantes como la referida a la 7ª circunscripción electoral de Baltimore, de mayoría negra, calificándolos de “nido repugnante de ratas inmundas y roedores” se recuerdan fácilmente y son aplaudidas por sus incondicionales, un arquetipo de hombres blancos con escasa formación y dogmas primarios. El fanatismo engendra fanáticos. Estos días entre hoyo y hoyo de su campo de golf en Virginia sus tuits son gasolina incendiaria para contagiar a sus votantes y mantenerlos en el delirio de que ha ganado y las estructuras de la democracia le niegan la victoria. Se presenta como víctima. A través de twitter y de sus apariciones públicas alienta la neurosis de la crispación para destruir la calma y la serenidad, impone la mentira sobre la verdad, prefiere cambiar insultos a cambiar ideas. No tiene ideas sino esperpénticas creencias y sentimientos ególatras. 

Trump es el único político que dice barbaridades y que luego ejecuta, su sector de devotos lo valora y lo rubrica con sus votos. Siembra la confusión sobre la razón. Cultiva la vulgaridad sobre los valores de la cultura y opta por los muros frente a los puentes. No cabe duda de que el 20 de enero se marchará de la Casa Blanca, pero deja una América detestable, dominada por la tensión y el odio, cargada de racismo y de oscuros cuchillos de venganza. Trump ha demolido todas las normas. La pregunta ahora es: ¿Podrá restablecerlas Joe Biden? ¿Podrá recuperar el alma de América? Son los dos grandes desafíos del nuevo inquilino del número 1.600 de la Avenida de Pensilvania en Washington, residencia del presidente de los Estados Unidos. En principio se puede afirmar que la posibilidad de reconstrucción existe. Hay una necesidad de hacerlo. Y desaparecido Trump ya sin la magia del poder el perfume tóxico que desprende irá evaporándose. No cabe duda qué uno de los grandes problemas de los Estados Unidos en estos momentos es la salud, millones de contagios, centenares de muertos y durante muchos meses Trump jugó al negacionismo y a la burla de Biden. Esto es los que decía en sus mítines: “Yo no llevó la mascarilla como él. Cada vez que le veis, él lleva una mascarilla. Biden puede hablarme a 200 metros de distancia y se presentará con la mascarilla más grande que yo he visto”. Lo primero que ha anunciado Biden nada más saber que había ganado las elecciones fue la creación de un equipo de especialistas para luchar coordenadamente contra la pandemia. Todo el mundo que le conoce dice que es un hombre cercano y humano. Su trágica historia personal, la primera esposa y dos hijos muertos prematuramente en circunstancias dramáticas le predisponen a una verdadera compasión frente a los que sufren. Es un hombre mayor y sabe que tiene por delante un solo mandato de cuatro años. Por eso dice: “yo soy un puente hacia el futuro”. Sobre el desolado paisaje del gobierno Trump, el escritor Paul Auster dice: “En su gobierno hay una agencia de Medio Ambiente que no cree en el cambio climático, un ministro de educación que no cree en la escuela pública, un ministro de trabajo que no cree en los sindicatos ni en los trabajadores, un ministro de Vivienda y Desarrollo urbano que desprecia la vivienda social, un ministro de seguridad interior con prejuicios contra los emigrantes. No cabe duda qué con Biden todo va a ser distinto”. 

Los últimos cuatro años con el populismo de Trump se instaló en los Estados Unidos uno de los peores gobiernos del mundo. Con Biden y Kamala Harris Estados Unidos regresará a los caminos de la normalidad y la democracia. Al comienzo de su mandato volverá a los acuerdos de París para la protección del Medio Ambiente, a la Organización Mundial de la Salud y nombrará un responsable para la producción de material sanitario para combatir la pandemia. Se reunirá con los miembros de la OTAN para decirles: Estamos de vuelta y pueden contar con nosotros.

Joe Biden llega como un bombero a un país incendiado por el odio, sabiendo que fuera sigue habiendo un pirómano dispuesto a seguir soplando sobre las llamas de las dos Américas enfrentadas. El Nerón de nuestro tiempo se llama Donald Trump.

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