Indígenas mexicanos iluminan el Lago de Pátzcuaro para guiar a sus difuntos

Aspecto de hoy, martes 1 de noviembre de 2011, del panteón de San Andrés Mixquic, ubicado en Ciudad de México, donde cientos de visitantes llegan para celebrar el tradicional Día de Muertos. EFE/Sáshenka
Los indígenas purépechas iluminan cada año por estas fechas el Lago de Pátzcuaro, en el oeste de México, con miles de velas que llevan en sus barcas para marcar el camino a las almas de sus seres queridos en su regreso anual del más allá.

Marco Antonio DuarteLos purépechas, últimos indígenas en ser conquistados por los españoles, creen que las almas de sus familiares y amigos regresan cada año para convivir con ellos en la llamada Noche de Muertos.

Por ello, en Janitzio, una pequeña isla de poco más de mil habitantes ubicada en El Lago de Pátzcuaro, en la Meseta Purépecha del occidental estado de Michoacán, las tumbas son adornadas el 1 y 2 de noviembre con flores de cempasúchitl y con alimentos que eran del gusto de los difuntos.

María Dominga, una indígena que vela a su esposo muerto a principios de año, narró a Efe que 1 de noviembre está dedicado a recibir las almas de los niños difuntos, mientras que el día 2 esperan a las ánimas adultas.

Los preparativos en las tumbas de los panteones de la Meseta Purépecha comienzan la noche del 31 de octubre, cuando son colocadas velas, cempasúchitl y otras flores como nube y 'pata de león', cuyo peculiar olor combinado con la parafina enmarca la celebración que concluye con la luz del sol.

Toda la noche los ancianos indígenas encabezan el velatorio de sus difuntos y enseñan a los más pequeños esta tradición ancestral, que este año congregará a unos 170 mil turistas nacionales y extranjeros, según estimaciones de las autoridades estatales.

Ese velatorio recibe el nombre de 'la espera' y durante su duración se rezan oraciones, principalmente católicas, en los altares preparados en los panteones.

Allí elaboran cruces de flores y caminos de pétalos alumbrados con velas y cirios, para que las ánimas encuentren el camino de regreso a lo que algún día fueron sus hogares.

Marisela Cuiriz, oriunda de Janitzio, recuerda que la tradición le fue inculcada desde niña y ahora, año con año, vela a su esposo Nicolás, quien en vida era un reconocido artesano de la región.

Explicó que cada altar se forma con cientos de flores, velas y bandejas con ofrendas de pan y dulces, así como con un cántaro con agua, una cazuela con sal, frutas, cidra cayote -similar a la calabaza-, mazorcas, fotos y algunas prendas de vestir de los difuntos.

Guadalupe Zamora, habitante del municipio de Tzintzuntzan, colindante con Pátzcuaro, que también vela a sus seres queridos en el camposanto local, cuenta que utilizó una resina vegetal (copal) e incienso para purificar las tumbas y los altares antes del regreso de los muertos del más allá.

Esta celebración cuenta con tradicionales cánticos llamados 'pirekuas', melodías purépechas que la UNESCO incluyó en su catálogo de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, al igual que las 'corundas', una especie de triángulos de masa cocida envuelta en hojas de maíz, platillo típico de la región.

En las ofrendas es común encontrar 'charanda', una bebida alcohólica hecha a base de caña de azúcar que es elaborada en diversos poblados de Michoacán.

Al amanecer, los purépechas suelen compartir los alimentos con sus familiares, amigos o vecinos, bajo la creencia de que las ofrendas no deben regresar a sus hogares.

La celebración de los indígenas purépechas se ha convertido en una de las más importantes de México con motivo del Día de Muertos, una jornada que si bien no es de descanso obligatorio, se vive con gran fervor entre los mexicanos.

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